El hilo siempre se corta por lo más fino
Según cálculos de Unicef, 1500 millones de niños y jóvenes, en el mundo, están sin clases debido a las medidas preventivas tomadas tras la declaración de la pandemia por Covid-19. En Argentina, sumando los niveles educativos primario, secundario y superior no universitario, son aproximadamente 10 millones de estudiantes. El período de tiempo que tomará esta medida todavía es incierto, pero posiblemente sea de las últimas restricciones que se levanten.
Más allá de las iniciativas pedagógicas por medios de comunicación masivos como radio y TV, y de cuadernillos impresos, cuya logística de distribución se está afianzando con los días, la estrategia general para la continuidad escolar durante la cuarentena está basada en el uso de contenidos y recursos digitales, tanto a nivel nacional como provincial. Este pasaje imprevisto y compulsivo a la educación online suma otro efecto colateral al Covid-19, y es que profundizará aún más las desigualdades educativas, porque acentúa las diferencias por nivel socioeconómico ya presentes entre los estudiantes, diferencias que están directamente relacionadas al nivel de recursos digitales a su disposición.
A la posibilidad de acceso a internet, la calidad y tamaño de ancho de banda (en los pueblos pequeños o en barrios marginales, la señal puede ser de muy mala calidad e intermitente), la tenencia de dispositivos de trabajo como computadoras, tablets, laptops o celulares (que en un gran porcentaje funcionan con planes prepagos y con pocos datos disponibles); la distribución de tiempos y recursos con otros integrantes de la casa, se suman cuestiones mucho más estructurales, relacionadas al nivel de hacinamiento, a la disponibilidad de lugar en la casa para realizar las actividades escolares, la convivencia con altos niveles de estrés por la incertidumbre laboral y la inseguridad del sustento diario. Estos son algunos de los condicionantes que dificultan la continuidad de los estudios primero, y pueden provocar el abandono del ciclo escolar después. Y exigen un nivel de compromiso y esfuerzo tanto por parte de los estudiantes, cuando éstos ya son autónomos, como por parte de las familias, cuando se trata de niños en los primeros años de escolarización.
La cualidad intrínsecamente disruptiva de la pandemia dejó a la comunidad educativa sin la capacidad de prever y, por lo tanto, organizar un pasaje suave a la enseñanza online. Si bien el planteo ya existía para casos concretos de algunas escuelas rurales, su aplicación masiva para la educación primaria y secundaria, estaba lejos de ser una opción real. Los contenidos digitales sólo se utilizaban como apoyo a la enseñanza tradicional. La educación online tiene otra dinámica, otras formas y tiempos que vienen siendo evaluados con pros y contras (OECD entre otros), pero que seguro no han podido ser puestos en práctica en su máximo potencial en esta adaptación forzada que el país (y resto del mundo) ha tenido que hacer. Por eso, hay varias cuestiones que valen destacar:
-un artículo reciente y muy interesante (Charles Hodges y otros,(2020) argumenta que hay una gran diferencia entre esta Enseñanza Remota de Emergencia que se ha adoptado y el aprendizaje online. Este último necesita de procesos especiales de diseño, desarrollo y planificación, por un lado, y de la instrucción específica de maestros y profesores para este tipo de recursos, por el otro. Como todas las clases o cursos presenciales, que van mejorando con cada iteración, las versiones online también necesitan de ese tiempo o iteración. A su vez, es fundamental recordar que la educación presencial está apoyada en un nivel de infraestructura física pero sobre todo humana, que tiene su razón de ser y que se debe tener en cuenta al construir o adaptar su versión digital.
-Por otro lado, si uno se preguntara por un posible efecto igualador de la educación digital entre grandes y pequeñas ciudades en la Argentina, se debe tener en cuenta que el efecto compensador de las ciudades pequeñas viene por el lado de la menor segregación, a través de la interacción con pares (ver I. Templado, 2019) y esto es justamente lo que se pierde en la educación a través de medios digitales, donde el aprendizaje es más solitario. La interacción social, no solo en los momentos de esparcimiento sino y especialmente, durante las clases, que promueve el aprendizaje conjunto y se ve enriquecido por la diversidad de intereses y conocimientos, y que se potencia en el día a día, ya no está.
-Y si bien es factible, sobre todo en el nivel secundario, armar trabajos en grupo por medios digitales, su aplicación se reduce a entornos con igualdad de acceso a internet y a dispositivos de trabajo propios, y por lo tanto, reduce su aplicación a estudiantes de nivel socioeconómico medio o alto. En este sentido, posiblemente sea la educación de gestión privada la que esté pudiendo afrontar mejor este cambio rápido del entorno educativo, por una mejor dotación de recursos físicos tanto en la oferta como en la demanda, aunque valen también para este caso, todos los comentarios de los puntos anteriores respecto a la falta de planificación en la enseñanza online.
Si bien esta experiencia dejará muchas y variadas enseñanzas, es importante que esta adaptación digital rápida, que fue necesario aplicar para la continuidad escolar para transitar la pandemia, no se tome como una solución de largo plazo. La comunidad educativa y la sociedad en su conjunto ha considerado importante mantener a los niños y jóvenes conectados con la escuela y aprendiendo en un entorno diferente, que en muchos casos no es, ni lejos, el ideal, pero se prioriza la continuidad. Quedan muchas preguntas que habrá que ir respondiendo, relacionadas por ejemplo, con la currícula y los programas previstos para el año, si se van a poder considerar como dados, con cómo se evaluará o si se evaluará o no lo aprendido en este período, que pasará con el año lectivo en sí, etc.
Lo que sí es seguro es que a las diversas consecuencias que la pandemia por Covid-19 está teniendo, y tendrá en la sociedad, y sumado a las pérdidas de vidas humanas, a las pérdidas económicas, laborales y financieras, habrá que sumar el impacto en la educación, que, como en todos los aspectos anteriores, afecta con más fuerza a la población más desfavorecida y con menos recursos.
La autora es economista de Fiel