El heredero de Steve Jobs
El jueves próximo se cumplen seis años de la desaparición de uno de los talentos más rutilantes de la historia, Steve Jobs. Sin haber terminado la universidad (como Borges, Cortázar y Gabriela Mistral, que nunca se graduaron en esos claustros), el enfant terrible de Silicon Valley concibió varios de los dispositivos que dieron forma a nuestro mundo actual: la línea de computadoras Apple, el iPod, la iPad, pero especialmente, el teléfono celular de pantalla táctil, el iPhone.
La influencia cultural de este ícono del mundo digital excedió en mucho su utilidad. Se difundió a la velocidad de la luz en todos los continentes, hasta en África, y fue imitado hasta la saturación. Ya es innegable que su presencia ubicua transformó nuestra cosmovisión y habilitó nuevas formas de relación con la sociedad, con la familia, con el conocimiento, cuya trascendencia sólo ahora estamos empezando a advertir en toda su dimensión.
Así como el pararrayos conduce la descarga eléctrica hacia la tierra, Jobs fue un destello en el que se condensaron un espíritu de insuperable sensibilidad al "aire de época" y el arrojo para anticiparse a su tiempo. El 5 de octubre de 2011, su muerte por un cáncer de páncreas dejó a muchos desolados, especialmente a la enorme legión de sus admiradores incondicionales. "El mundo perdió a un visionario. Transformó nuestras vidas, redefinió industrias enteras y consiguió una de las mayores proezas en la historia de la humanidad: cambió el modo en que vemos el mundo", dijo Barack Obama.
Su historia, reproducida hasta el cansancio en las revistas de actualidad y recogida en detalle en la biografía de Walter Isaacson, Jobs (Random House Mondadori, 2013), es conocida. Adoptado a poco de nacer por una pareja que no había terminado la escuela secundaria, creció en una urbanización cercana a Palo Alto, California, donde se interesó por las matemáticas, la ciencia y la electrónica, pero también por el movimiento hippie y la contracultura. Se matriculó en el Reed College, pero lo abandonó un año y medio más tarde. Viajó a la India, se convirtió en seguidor de un gurú zen, junto con Steve Wozniak le dio un giro a la historia de la computación en el garaje de la casa de sus padres, a los 26 años se volvió millonario y a los 30 se retiró de la compañía que él mismo había fundado. Doce años más tarde, cuando ya había creado nada menos que Pixar, le pidieron que regresara y desde entonces convirtió la marca de la manzanita y sus productos, con cada uno de los cuales estuvo involucrado hasta en los más mínimos detalles, en un símbolo inconfundible de refinamiento e innovación tecnológica.
Padre de cuatro hijos, su vida está salpicada de datos curiosos que abonan su leyenda. Se cuenta que se obsesionaba con el diseño, que podía ser cruel, que se encaprichaba con detalles extravagantes y que llegó a patentar una escalera. Pero también que era un apasionado de la pureza y la perfección que lograba lo máximo de sus colaboradores.
Muchos creímos que no habría otro igual. Pero el trono que dejó vacante Steve Jobs tal vez ya tenga heredero. Es el inventor y empresario sudafricano Elon Musk, cuya audacia e inspiración dejan sin palabras. Conocido por haber sido el fundador de PayPal, Musk triunfó en desafíos ante los cuales incluso la NASA vaciló. Logró crear la empresa espacial privada más grande del mundo (SpaceX) y desarrollar un cohete reutilizable de descenso vertical, creó lo que se considera el primer automóvil eléctrico económicamente viable (el Tesla), fundó la mayor empresa proveedora de energía solar de los Estados Unidos, y el año pasado creó Neuralink, una compañía de nanobiotecnología cuya meta es integrar el cerebro humano con la inteligencia artificial por medio de dispositivos implantables. Como si todo esto fuera poco, no hace mucho anunció que se propone establecer una colonia humana en Marte. Todo indica que la senda hacia el futuro abierta por Jobs ya tiene un nuevo caminante...