Reseña: El peregrino, de J.A.Baker
Las aves conocen el sufrimiento y la dicha en estados simples imposibles para nosotros”, dice John Alec Baker (1926-1987), el autor inglés de El peregrino. En este libro, publicado originalmente en 1967 y galardonado ese mismo año con el premio Duff Cooper, condensa las observaciones que realizó sobre ese tipo de halcón entre 1955 y 1965, en la zona rural de Essex.
A lo largo de sus páginas predomina una prosa descriptiva cuyo registro visual, casi cinematográfico, se ganó la admiración del director alemán Werner Herzog. No se trata, sin duda, de un frío tratado de ornitología. Baker posee una percepción poética de la naturaleza que surge con intensidad en varios pasajes, impulsada por una sincera identificación panteísta. Sin embargo, más allá de su indudable valor estilístico (preservado gracias a la sensible traducción de Marcelo Cohen), el mayor o menor disfrute de la obra dependerá del interés que el lector tenga en el tema.
En un capítulo se habla de las características del halcón peregrino: el tamaño, el peso, el color del plumaje, la notable agudeza auditiva, los hábitos migratorios y su destreza cazadora. Dentro de una gran variedad de presas (o “víctimas”), su favorita es la paloma torcaz. Cuando persigue a un ave puede alcanzar una velocidad de noventa kilómetros por hora, y la velocidad de la caída en vertical sobre ella supera los ciento cincuenta. Ve y reacciona al blanco más rápidamente que a cualquier otro color. Construye los nidos en los mismos lugares, se baña todos los días y en cautiverio consume unos ciento treinta gramos de carne al día.
El autor establece un fuerte vínculo emocional con la criatura objeto de su estudio. Claro que si se lo compara con el apasionamiento visceral expresado por la zoóloga Dian Fossey en Gorilas en la niebla, podría ser definido como un discreto enamoramiento a distancia.
A medida que Baker desarrolla un constante y paciente seguimiento de esos halcones, se va transformando en un obsesivo testigo de su comportamiento y de su hábitat, que se convierte en su propio mundo. Se trata de una compenetración profunda reflejada en una meticulosa percepción de topografías, formas de vida, colores y cambios climáticos que, en sus momentos más logrados, componen una austera sinfonía de oscuro lirismo. Puede sentirse feliz como un ave de vado, “en los bordes del mundo donde tierra y agua se encuentran, donde no hay sombra ni lugar donde esconder el miedo” o conmoverse por unas huellas en la nieve que parecen “una delación vergonzosa de las criaturas que las dejan”. El vuelo de un peregrino lo hace “flotar” de alegría ante “el oleaje de alas” en el cual intuye una “vehemencia dichosa”.
Fascinado por la fuerza destructora que desencadena al cazar, “como si en un súbito rapto de locura matase lo que ama”, Baker afirma: “La lucha de las aves por matar, o por salvarse de la muerte, es hermosa de ver. Cuanto mayor la belleza, más terrible la muerte”. Algunas de sus observaciones se independizan del contexto y adquieren la entidad de un haiku: “Gran quietud en el estuario; horizontes brumosos se funden en agua blanca; todo apacible: sólo la charla de los patos a flote en la marea”.
Hay pocos datos biográficos sobre el autor. Baker se crió en una familia de clase media baja, no cursó estudios universitarios y sólo publicó otro libro (The Hill of Summer, 1969). El lector intuye que este hombre cuyo único medio de transporte fue la bicicleta y que vivió toda su vida en el condado de Essex no debe haber sido un gran entusiasta de la civilización y el progreso tecnológico.
En El peregrino aflora un amor por lo salvaje y una búsqueda espiritual que descubre en el halcón un símbolo de libertad en peligro de extinción. Esta experiencia concluye con una mirada nostálgica hacia una dimensión primitiva del hombre –perdida para siempre– en la que el ser humano era un cazador más entre tantos otros animales del mundo.
EL PEREGRINO
Por J. A. Baker
SigiloTrad.: M. Cohen
220 páginas, $ 340