El gradualismo es la opción más sensata
En su Ética nicomaquea, Aristóteles expone una visión de la ética eminentemente práctica: así como un médico no debe filosofar acerca de qué es la salud para tratar cada caso, tampoco debe un ser humano devanarse los sesos definiendo el bien para vivir una vida buena. La vida buena o la felicidad solo se alcanzan llevando adelante acciones buenas o felices, y esto toma, según Aristóteles, "la vida entera". ¿Cómo se hace para vivir una vida entera poblada de hechos felices, buenos, virtuosos? Por lo general, identificando, mediante la razón y para cada decisión que haya de tomarse, dónde se encuentra "el justo medio", es decir, rechazando los extremos (por ejemplo: verdadero coraje será el de quien no sea ni un miedoso que le tema a todo ni un imprudente que no le tema a nada).
La razón, dice Aristóteles, siempre se propone metas alcanzables: no podemos aspirar a ser inmortales, pero sí a vivir una vida sana. Una vez establecida una meta sensata y racional, debemos evaluar qué medidas nos conducirán mejor hacia ella. Algunas de ellas pueden ir contra nuestros deseos más inmediatos, y es siempre una gran cosa cuando logramos que nuestro deseo nos conduzca hacia esos fines racionales (como le sucede a toda esa extraña gente a la que le gusta salir a correr).
Mucho después, Kant abrazaría ideas parecidas. Contrario a cualquier forma de radicalismo, afirmaba, aunque reconociera en la Revolución Francesa una evidencia del progreso del hombre hacia su perfección moral, que "la revolución siempre es injusta" y señalaba la contradicción de que un grupo de hombres que deciden derrocar cierto estado de cosas quedan expuestos por su propia acción a que les pase lo mismo a ellos más adelante. Alberdi (que probablemente hubiera leído alguna versión diluida del kantismo) sostendría algunos años más tarde que "pretender mejorar los gobiernos derrocándolos es pretender mejorar el fruto de un árbol cortándolo" y, también, que debían trabajar "para nuestros nietos": "De pocos días necesitaron nuestros padres para disolver la antigua sociedad; tenemos necesidad de muchos años para elevar la nueva".
Es decir, primero Kant, luego Alberdi defienden la idea de que el progreso es gradual, es un trabajo de años y no puede pretender lográrselo de un día para el otro. La Revolución Francesa o la de Mayo pueden haber sido inevitables. Cómo seguir adelante a partir de ellas requiere sensatez, virtud y racionalidad. Otra manera de decir lo mismo es con las palabras que el siempre poético Aristóteles había empleado en su Ética: "Una golondrina no hace verano". La instancia de revolución o de cambio de estado de cosas sería la primera golondrina; es decir, no más que un punto de partida.
Aristóteles, Kant, Alberdi: ¿cómo podemos continuar este derrotero? En la Argentina actual el Gobierno eligió un camino que él mismo y hasta sus detractores denominan gradualismo. Ganadas las elecciones, no se trata de hacer cualquier cosa para conservar el poder, sino de tomar las decisiones que hagan de la Argentina, con tiempo y racionalidad, lentamente y sin estragos, un país próspero, que pueda vivir una vida buena, feliz, virtuosa, tranquila. Es decir, aquello que muchos gobiernos, este incluido, denominan la vida de "un país normal".
Solo en un país extraño como la Argentina puede el gradualismo producir algo de extrañeza. En realidad, no es más que un nombre distinto para el modo en que la mayoría de la gente alrededor del mundo considera que debe comportarse y que los países en los que vive deberían comportarse. Por ejemplo: retrotraer las tarifas a un punto del pasado implicaría para la Argentina un costo que haría colapsar todo intento de saneamiento fiscal. En el otro extremo, quienes bregan por un shock de ajuste pasan por alto que hacerlo, además de resultar inmoral, traería resultados deletéreos para la estabilidad del propio gobierno que llevaría adelante ese shock (lo cual recuerda, por un lado, los reparos de Kant con las revoluciones que, por principio, conspiran contra sí mismas y, por el otro, la canción de Sumo que dice: "No sé lo que quiero pero lo quiero ya").
En palabras de Odo Marquard: A la manera aristotélica, el mundo burgués liberal privilegia el punto medio frente a los extremos, las pequeñas mejoras frente a los grandes cuestionamientos, lo regular frente a lo sublime, el reglamento frente al carisma, lo normal frente a lo enorme. El mundo burgués no es muy excitante, es un poco aburrido y, en gran medida, demasiado humano; por eso hay algunos a los que no les conviene esta orientación burguesa, porque no cubre la necesidad de lo extraordinario que sienten los perfeccionadores radicales del mundo. Pero el apetito que estos sienten de situaciones extraordinarias, su apetito del estado de excepción, es irracional: racional es quien evita el estado de excepción. El individuo no vive de la negación del civismo burgués, sino del coraje para el civismo burgués.
Coraje para el gradualismo. Suena raro pero no podría ser, en realidad, más preciso. Las negociaciones con el FMI se han vuelto, dadas las circunstancias internacionales, la mejor opción para una Argentina que quiere mantenerse en esta senda sin recurrir al ajuste que muchos habrán deseado en estos días, o bien por propia e irrealista convicción (los perfeccionadores radicales del mundo) o por verlo como la oportunidad que buscaban para horadar la legitimidad del gobierno.
Si requiere cierto coraje para iniciar en la Argentina conversaciones con el FMI o sincerar las tarifas de servicios públicos, es un coraje animado por la certeza de que es lo correcto (Aristóteles decía que los temerarios –uno de los extremos que deforman la virtud del coraje– suelen ser cobardes que ponen cara de malos: ¿hay alguna descripción más precisa de la política de la gestión kirchnerista con respecto a la deuda externa, la energía y tantas otras cosas?).
Las golondrinas del gradualismo vienen volando desde hace más de dos milenios y no hay razón para que no lo hagan también en la Argentina.
El autor escribió, junto con Helena Rovner, el libro La mala educación (Sudamericana, 2017) y trabaja como asesor en la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.