El golpe que Montoneros quería
Todavía queda mucho por escribir de aquel golpe misterioso del 24 de marzo de 1976. Y en este caso, estamos ante una paradoja, porque al mismo tiempo se trataba del golpe más previsto de la historia argentina, a punto tal que se anunciaba todos los días. Una minoría, con razón, no lo deseaba, porque los pueblos, como las personas individuales, deben hacerse cargo de lo que eligen; pero resultaba sorprendente la porción de la sociedad que lo apoyaba.
Quien no solo deseaba el golpe, sino que además lo alentó con palabras y con hechos, fue la organización Montoneros. Lo reconoce a medias uno de los tres integrantes de mayor peso de su conducción, que es Roberto Cirilo Perdía, en su libro “Montoneros”, de manera algo confusa y contradictoria, porque asegura que la conducción rechazaba la idea pero al mismo tiempo escribe que es probable que buena parte de la militancia montonera creyera que el golpe les convenía; en definitiva, que era preferible para ellos un gobierno militar a la continuidad de Isabel Perón. Entre quienes apoyaban esa idea figuraba, siempre según sus palabras, la “Regional Buenos Aires”.
La realidad es que en la oportunidad que los montoneros tuvieron para oponerse a la candidatura de María Estela Martínez de Perón a la presidencia no lo hicieron, a pesar de saber –como todos– que había una alta probabilidad de que ella quedara a cargo del Poder Ejecutivo, debido a la frágil salud de Juan Domingo Perón. Y a pesar, también, del previsiblemente más frágil eventual mandato de su mujer. Así lo ha relatado Julio Bárbaro a quien esto escribe y, además, lo dejó asentado en diversas publicaciones. Él participó del congreso partidario en el que el nombre de “Isabel” comenzó a ser agitado desde las gradas por Norma Kennedy, la voz femenina de José López Rega.
Bárbaro intentó convencer a la Juventud Peronista de que se opusiera a esa designación, pero sus militantes se desinteresaron de la cuestión con la excusa de que no creían en el proceso democrático. Según Bárbaro, cuando le comunicaron la decisión a Perón, él exclamó que “al nepotismo se lo combate hasta en África”.
Resultaba extraño que Perón fuera sorprendido por una decisión democrática de la estructura de su partido, por lo cual hay que pensar que, o él estaba de acuerdo o la candidatura de su esposa o le fue impuesta, del mismo modo que le fue impuesta la candidatura de Héctor Cámpora, como lo confesó Licio Gelli –autor de esa desgraciada idea– a Lino Salvini, quien después lo declaró ante el Parlamento de Italia, según constancias a las que accedió quien esto escribe.
Gelli era un viejo conocido de la conducción montonera, que estuvo reunida con López Rega y con Cámpora en el Hotel Excelsior de Roma en vísperas del regreso de Juan Domingo Perón, quien también estaba presente, como lo cuenta el propio Perdía en su libro. El hotel Excelsior era el centro de operaciones de Propaganda Due en la capital italiana.
Entonces, no sólo se trataba de que Montoneros deseaba el golpe, sino que antes apoyó una candidatura impulsada por López Rega, gerente de la Triple A y miembro de la logia Propaganda Due, que presidía Licio Gelli. La realidad es que la Triple A nunca tocó a la cúpula de Montoneros y se dedicó a asesinar a intelectuales conocidos o a militantes de segundo o tercer nivel de las organizaciones clandestinas, la mayoría de los cuales tenía disidencias con la conducción. No era la única “fuerza de tareas” que no tocó a la cúpula de Montoneros. El almirante Emilio Eduardo Massera, quien según testimonios del fallecido periodista Claudio Uriarte, fue quien más impulsó el golpe del 24 de marzo, tampoco avanzó sobre la conducción montonera, a pesar de haber matado a miles de miembros de su organización.
El testimonio de Claudio Uriarte resulta importante, porque escribía en el diario Convicción, creado y manejado por Massera y que sostenía las posiciones del almirante y de la Armada en las internas de la cúpula militar. Ya avanzada la democracia, Uriarte estuvo a cargo de la sección Internacionales del diario Página 12, por lo cual ha tenido la oportunidad de obtener información de ambos lados del espectro ideológico.
En realidad, Massera sí tocó a los miembros de la conducción montonera, pero sólo para darles la mano, cuando se reunió con ellos en París, en Roma y en Madrid, como varios testigos lo acreditaron, la mayoría de los cuales fueron asesinados. La más conocida de esos testigos presenciales fue Elena Holmberg, una diplomática argentina destacada en Francia en aquellos años.
Casi no hace falta recordar que Massera era el miembro más poderoso de Propaganda Due en la Argentina y el mayor promotor del método de las desapariciones.
El suceso que decidió al Ejército para coincidir con la Armada en el golpe fue el sanguinario ataque perpetrado por Montoneros contra el Regimiento de Infantería de Monte de Formosa, en octubre de 1975, a pesar de que, a diferencia del ERP, Montoneros nunca había organizado una operación militar contra un cuartel.
Ya hacia 1978, según confesiones del exmontonero y escritor Miguel Bonasso, miembros de su organización propusieron en la ESMA hacer recaer el peso de las violaciones a los derechos humanos sobre el Ejército y “absolver” a la Marina de esa acusación. Por absurda que pudiera parecer esa idea, lo cierto es que Montoneros mantenía excelentes relaciones con los líderes socialdemócratas de Europa, como Bruno Kreisky –primer ministro socialista de Austria–, Willy Brandt –canciller de Alemania Occidental–, Felipe González –primer ministro español–, François Mitterrand –presidente de Francia– y Olof Palme –primer ministro de Suecia. Si ellos hubieran descalificado a Massera como asesino, hubiera sido imposible que el almirante recorriera Europa como el líder humanitario de la junta militar, como lo hizo. Hasta el propio Willy Brandt llamó a la Argentina para interesarse por la suerte de Massera cuando el marino, ya retirado, comenzó a tener problemas con la justicia.
La falsa propaganda sembrada por Massera en Europa fue tal que el 27 de enero de 1978, el funcionario John Bushel, del Departamento de Estado de los Estados Unidos, tuvo que elevar un informe irónicamente titulado: “¿Está la Armada Argentina del lado de los ángeles?”. Ese largo memorando expresa, entre muchos otros conceptos:
“…Massera ha trabajado activamente, en los últimos tiempos, la noción de que él es el miembro más democrático de la junta de gobierno argentina y que exhibiría el mayor respeto por los derechos humanos…Pero esto no tiene sentido. La fuerza de 1000 marinos de Massera es una de las más activas de las fuerzas antiterroristas…Por otro lado, Massera es el más astuto y ambicioso de los miembros de la Junta y suficientemente listo como para darse cuenta de que una postura pública en nombre de los derechos humanos mejorará sus posibilidades de convertirse en presidente de la Argentina…A todo esto, la imagen que él parece haber cultivado más exitosamente en algunos sectores no concuerda exactamente con los hechos que nosotros conocemos”.
¿Nadie desmintió esa imagen de Massera en Europa, a pesar del aparato de propaganda que Montoneros tenía desplegado allí y de sus vinculaciones con organizaciones de derechos humanos y con líderes de centroizquierda del Viejo Continente?
Durante la guerra de las Malvinas, que Montoneros apoyó, el buzo táctico de esa organización terrorista Máximo Nicoletti fue contratado por el Servicio de Inteligencia Naval para la mal llamada Operación Algeciras (en realidad, Operación Diana), que consistía en dinamitar los buques ingleses anclados en Gibraltar, operación que fracasó apenas iniciada. Entre los antecedentes del montonero a quien contrató la Marina figuraban la voladura de la fragata Santísima Trinidad con explosivos y el atentado contra el almirante César Guzzetti, a la sazón canciller de la Argentina, a quien disparó en la cabeza y fue entonces reemplazado en el cargo por el almirante Oscar Montes, de plena confianza de Massera. Con esos pergaminos en el pasado inmediato: ¿la Armada no tenía otro buzo táctico para emplear?
Aún hay mucho para debatir, a pesar de tantas décadas de misterio.