El Gobierno y la oposición, ante la encrucijada
La manifestación del 13 de septiembre mostró al Gobierno que la orilla de enfrente está habitada. Con tres años de mandato por delante, la Presidenta decidirá si mantiene su estilo personalista o si empieza a escuchar los reclamos de todos los sectores de la realidad nacional. Por su lado, los protagonistas de la protesta deberán encauzar su participación detrás de alguna figura que los aglutine
No podría imaginarse algo más autodestituyente que este gobierno en el primer año de su renovada gestión. El cacerolazo se transformó en caldera hirviente. El grito masivo del 13-S de la "mayoría silenciosa" le recordó al Gobierno que la vereda de enfrente está habitada y en movimiento. Se abrió otra etapa política que puede haber empezado mal, pero que podría terminar bien, según sea la reacción presidencial ante el naciente proceso.
En pocos meses, el Gobierno consiguió crear lo que llamó Carl Schmitt el "partido de sus enemigos", al llevar los lógicos antagonismos de las luchas democráticas a la confrontación amigo-enemigo, que correspondería exclusivamente al campo internacional. Tratar como enemigo en guerra a los que opinan en forma diferente sería propiciar a la guerra civil, según Schmitt. En la vida democrática, el Estado asume la resultante de las diversidades y los antagonismos en políticas de Estado ejecutadas por los gobiernos. Lo cierto es que el Gobierno subestima y destrata a instituciones y sectores alternativamente: Iglesia, Fuerzas Armadas y policiales, clase media, empresariado industrial y agrario, intelectualidad y periodismo independientes, sindicalismo, diplomacia, Poder Judicial, peronismo, radicalismo, gobernadores federalistas. Un club de tantos "enemigos" es un récord.
El punto más grave de nuestra situación, del pueblo y del Gobierno, es de naturaleza institucional. El autocratismo personalista es una conducta al borde de lo antidemocrático. Una mala conducta. El paso inmediato en el espectro político es el despotismo, que ya es ilegalidad y finalmente violación de derechos humanos. Hay intimidaciones sobre jueces, amenazas abiertas, extorsiones mafiosas. Los ciudadanos se sienten desprotegidos por la ley, con jueces presionados y un Poder Judicial invadido por la voluntad del Ejecutivo. Del miedito al miedo hay apenas un paso, pero es un paso de tragedia. ¿Considerará la Presidenta lo que le significaría personalmente este deslizamiento hacia una creciente ilegalidad, en cuanto a su paz personal y la coherencia con los principios que el kirchnerismo levantó como su principal bandera? Todo gobierno después de nueve años crea un sarro de quedantistas, re-reelectoralistas en este caso. Son los corruptos y la runfla de aprovechadores del puesto público que suelen ser la usina del continuismo (constitucionalista o no). No lo hacen por pasión política de prorrogar la tarea de un gobierno, sino para prorrogar angustiosamente su impunidad. No escapará esto a la inteligencia de la Presidenta. Después de nueve años a todo gobierno le queda un puñado de confiables y le sobra una multitud de ineptos, oportunistas y vividores. Son los que abogan por la eternización y usarán al gobernante en su provecho hasta el borde de la ilegitimidad institucional.
En las últimas semanas se juntaron situaciones negativas. El viaje a Estados Unidos, con el desdichado diálogo en Harvard (con jóvenes predispuestos) y luego la negociación con Irán de ambos cancilleres. Como la opinión internacional parece estar esperándonos, este episodio nos hace pasar del concepto de país problemático al de país desconfiable. Tal vez la motivación fue nuestra gravísima situación energética y las considerables exportaciones en divisas, pero el costo podría llegar a un balance internacional muy negativo.
Lo cierto es que el poder de la Presidenta viene sufriendo una dura respuesta al lamentable lunfardismo de "ir por todo". El Gobierno no comprendió que la inflación "instrumental" termina por desbarrancarse en destrucción del orden de precios y salarios. ¡Por primera vez hasta asistimos a un reclamo callejero de uniformados burlados por una triquiñuela contable! Da la impresión de que el Gobierno perdió respeto más allá de los opositores habituales. (A la Presidenta le mienten o quiere creer realmente en el Indec.)
La fuerza del Gobierno no es precisamente carismática (ni lo fue en tiempos de Néstor Kirchner). Sigue centralizada en el asistencialismo de planes de todo tipo, en subvenciones y en una extensa y actualizada atención generosa del sistema previsional. Pero estos recursos son temporales y para crisis graves. El sistema creado en 2002 se siguió sosteniendo por el kirchnerismo aun ya en pleno crecimiento económico, por torcida voluntad clientelar. Habría que haber salido gradualmente, pasando a la cultura del trabajo y de la productividad empresarial y exportadora. El sistema hoy se ahoga en inflación, baja del extraordinario crecimiento habido y carencia de inversiones. La cultura del trabajo y la óptima y respetada educación sarmientina fueron la clave del triunfo argentino y de la promoción social e individual, más allá de las alternativas de mala administración estatal y de las quiebras institucionales.
La Presidenta tiene todas las cartas para recuperar los espacios perdidos en los próximos tres años largos de su mandato. ¿Será capaz del gran viraje para ser realmente presidente de todos los sectores de la realidad nacional? ¿Será capaz de nacer a su propio destino político comprendiendo que alentar todas las fuerzas productivas es el único camino para salir del tobogán? ¿Comprenderá que somos un autofrustrado país emergente, un miembro de Brics frenado en su oportunidad económica mayor? Muy pocos comparten esta esperanza de mutación del Gobierno.
Se dice que de un laberinto sólo se puede salir hacia arriba. Y arriba nos espera la gran damnificada de nuestra insensatez, que es la nación argentina, la maravillosa máquina de vida que no sabemos hacer funcionar. Un "tiempo especial" se abre con el protagonismo de aquel 46% de 2011 (tal vez hoy crecido al 54 o más). Contiene a las fuerzas más creativas, con la clase media extendida en forma transclasista en problemas básicos como inflación y criminalidad impune e incontenida. Salvo la aparición de alguna figura de capacidad aglutinante excepcional, estos dirigentes están en la pasarela y cuentan con electorado propio: Scioli, Macri, De la Sota, Binner y Cobos. En 2011 fue Cristina Kirchner contra diez desunidos; hoy es contra cinco, todavía desunidos. Dos de los señalados son peronistas tradicionales, con apoyo sindical, y dominan los dos distritos provinciales mayores. En cuanto a Macri, sigue firme, en gran parte porque los porteños perciben que la saña antifederal es como el caso de una Diana cazadora inhábil que le erra a la perdiz y propina las perdigonadas al pato de la boda y toda su parentela (los sufridos vecinos de la ciudad de Buenos Aires). Este país ensombrecido se encendería al reencontrarse con su camino de bienestar, su voluntad de grandeza, su costumbre de amor. Gobierno, oposición, todos, deberíamos reunirnos.
La Presidenta cuenta con el factor fundamental para demoler ese estéril muro del desprecio, de crispación y agresividad sin diálogo de los argentinos: son sus tres años de poder legítimo, desde los que tiene la oportunidad de conducir, junto con todos los factores políticos, productivos y creadores, una gran convergencia para una reconstrucción que no admite excusas ideológicas: enfrentar a los jinetes de nuestro Apocalipsis: pobreza y marginalidad, criminalidad impune, caída educativa e inflación demoledora. Ante estos "fundamentales" no puede haber matices para justificar divergencias.
Nos falta creer, reencontrar esa fe patriótica que hemos perdido. Es una dimensión espiritual, poética, que ha sido clave de nuestro éxito. La autoestima un poco arrogante que nos ubicó entre los grandes países. Estamos perdiendo esa convicción motora, existencial. Escribió William Blake: "Si el Sol dudase apenas un instante, en un instante se extinguiría". No dudemos en esta hora incierta, cuando estamos a un paso del viraje imprescindible. Se necesita más que política y buena administración: se trata de convocarnos a un renacimiento nacional, a reconquistar espacios perdidos (y la fe perdida).
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