El Gobierno vio el abismo y dio un paso al frente
La Argentina se asoma, una vez más, al abismo. Es imperdonable, porque lo hace en medio de un contexto internacional extremadamente favorable para su economía. Con los actuales precios de los productos que exporta, debería estar en un ciclo ascendente de prosperidad. Pero no hay soja que pueda resistir la feroz lucha contra el progreso que desde hace muchos años emprende el “progresista” kirchnerismo.
Las últimas horas exhibieron de manera pública y descarnada las miserables pujas de poder en el seno del oficialismo. No se salva ninguno. Martín Guzmán debió haber renunciado el año pasado, cuando quiso echar a un subsecretario y no pudo. Le faltó dignidad. Renunció ahora, un sábado a la tarde, en forma inesperada, sobre todo para el Presidente. Este lo había sostenido pese a los embates del kirchnerismo. Guzmán le pagó de mala manera, poniéndolo en una situación muy delicada. Por cierto, el principal responsable es el propio Alberto Fernández, por su ineptitud, su indecisión y su cobardía. Muchos periodistas anunciaron en diversas oportunidades el lanzamiento del “albertismo”. Pero a los “albertistas” les faltaba Alberto. Crearon un líder ilusorio. Se encolumnaron detrás de una fantasía. Imaginaron que quien había sido toda su vida un operador podía ser quien los condujera. Los primeros meses de la pandemia pudieron alentar esa quimera.
La sociedad, atemorizada, había confiado en la figura del presidente de la Nación. Fernández llegó a alcanzar altos índices de imagen positiva. Pero en lugar de aprovecharlos para facilitar una política seria y responsable, que hubiera tenido el apoyo de la oposición, se volcó hacia el populismo. El aislamiento social que le permitía gobernar por decreto lo fue aislando a él mismo de la realidad.
La salud pública fue la excusa para sortear al Congreso y avasallar el federalismo. El confinamiento argentino fue de los más cerrados y extensos del mundo. Las consecuencias económicas y educativas fueron devastadoras. Y nada de eso sirvió para el objetivo alegado, que era preservar la salud, porque se privilegió la compra de vacunas a Rusia y los negocios de empresarios amigos. Muchas vidas se troncharon por la tardanza en contar con la inmunidad necesaria. Para colmo, trascendieron muchos casos de “vacunados vip”. La “fiesta de Fabiola” colmó la paciencia de una sociedad que era condenada al encierro y la desesperanza.
La brusca caída de la imagen del gobierno y la agudización de la crisis económica galvanizaron los conflictos internos del oficialismo. Fernández fue cediendo ministerios y secretarías al Instituto Patria, y se kirchnerizó, al punto de repetir eslóganes del más rancio nacional populismo y de defender regímenes autocráticos.
El patrón de conducta que se vio el fin de semana pasado es el de otras oportunidades de estos dos años y medio pasados: un amague de independencia del Presidente que termina invariablemente en una claudicación. El supuesto giro “promercado” no superó la conversación telefónica que, por mediación de la señora de Estela de Carlotto, tuvieron el Presidente y la vicepresidenta. Ella ordenó y él acató. La ministra será la kirchnerista Silvina Batakis. La portavoz Cerruti anunció que se mantendría el rumbo: ¡a los botes! Los mercados reaccionaron como cabía esperar. Mientras escribía estas líneas, el dólar blue se acercaba a los 300 pesos, pero no hay oferentes.
¿Cuál será el desenlace de esta crisis? ¿Habrá una explosión o seguiremos en esta lenta agonía? ¿Qué traducción política tendrá el desastre económico? Falta un año y medio para completar el mandato presidencial. Es un plazo enorme en las actuales condiciones. Fernández ya ha quedado como un presidente puramente protocolar. ¿Lo empujará quien lo ungió candidato a través de un tuit a dar el único paso que le falta y convertir en formal lo que ya sucede en la realidad? Si es así, debería asumir ella la presidencia. No es probable que quiera hacerlo, porque debería asumir la plena responsabilidad por el caos que ella misma propició. Pero tampoco es probable que renuncie, ya que perdería los fueros justo cuando avanzan las causas penales que tanto la preocupan. Pero son solo conjeturas. Un agravamiento muy severo de la crisis económica, social y política podría obligar a la renuncia de ambos. En tal caso, de acuerdo a la ley de acefalía, asumiría el presidente provisional del Senado (o en su defecto el de la Cámara de Diputados o el de la Corte Suprema) con el único propósito de convocar a la Asamblea Legislativa (reunión de los senadores nacionales y los diputados nacionales) que deberían designar a un presidente para que ejerza el cargo hasta diciembre de 2023. Conforme a esa ley, que no prevé elecciones anticipadas, el designado debe ser senador nacional, diputado nacional o gobernador de provincia.
La moneda está en el aire. Hay un ciclo populista que está completamente agotado. Ojalá que la crisis se encarrile por las vías institucionales y el Estado de Derecho.
Exdiputado nacional, presidente Asociación Civil Justa Causa