El Gobierno propone por escrito continuar la decadencia por el resto del mandato
Como sabemos, el presupuesto presentado en el Congreso se compone de dos partes: una es la autorización de los gastos para el año próximo, la segunda es la proyección de las variables económicas para calcular los ingresos, que suelen quedar lejos de la realidad. Por ejemplo, la inflación estimada en 28% para 2021 es solo una ilusión, que está lejos de lo que estiman en promedio los economistas que colaboran en el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM).
De todos modos, es útil observar sus proyecciones de crecimiento económico de mediano plazo, porque develan por escrito sus menos que mediocres expectativas: la gran caída de este año, que estima en el 12,1%, no se recuperaría sino hasta el final del mandato de Fernández. El equipo de Guzmán pronostica tres años consecutivos de recuperación, pero cada vez menor: 5,5%; 4,5% y 3,5%. Es decir, según las expectativas del ministro, la Argentina crecería cada vez menos a medida que se acerca al nivel de actividad de 2019. Esto sería consistente con la ausencia de reformas estructurales.
Cuando analizábamos las proyecciones de Cambiemos en 2016, elaboradas por Alfonso Prat-Gay, observábamos la misma carencia de ambición en las reformas. Por eso concluíamos que su modesta proyección de crecimiento al 3% anual no se cumplirían y nos llevaría a un nuevo default, que fue exactamente lo que ocurrió. Lo mismo ocurre con las proyecciones actuales, que demuestran que no están esperando realizar las reformas que la Argentina necesita para atraer inversiones y generar un sendero de rápido crecimiento con el objetivo de alcanzar a los países desarrollados. Por el contrario, el crecimiento acumulado pronosticado por Guzmán es de un magro 0,3% para los cuatro años. Si lo ajustamos por el crecimiento de la población (1.1% anual), nos encontramos con que el resultado será una caída de -3.6% para todo el mandato.
Lo que nos está diciendo el propio gobierno es que los Fernández nos dejarán en peor situación que el final del mandato de Cambiemos. Y recordemos que 2019 fue un muy mal año que siguió a la dura crisis de 2018, que se agravó luego con la mayor caída bursátil de la historia provocada por el triunfo del kirchnerismo en las PASO. Recordemos que Macri duplicó la inflación y la deuda, y dejó una mayor pobreza que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Los Fernández en el presente período nos proponen empeorar ese resultado. Como si esto fuera poco, la "exitosa" renegociación de la deuda logró reducir los intereses y postergar los pagos de capital durante lo que dure la presente gestión, pero dejará una concentración de vencimientos a partir de 2024 que prácticamente asegura un nuevo default (que será el décimo) para el próximo mandato. Es decir que, si se cumplen las expectativas de Guzmán, la Argentina culminará casi un siglo de decadencia con un derrape final desde 2011 hasta 2024.
En suma, la actual clase política no tiene soluciones para la Argentina. Y dejarán una nueva bomba de tiempo, para condenar también al próximo gobierno y es por eso que se están yendo empresas, capitalistas y jóvenes talentosos que buscan mejores oportunidades en el exterior.
La clave para salir de esta eterna serie de fracasos es comprender que el problema son las ideas, que se resumen en lo que piensan los economistas y políticos heterodoxos, neo-keynesianos, que siempre son elegidos por el establishment empresario-sindical y que componen los gobiernos ya sean peronistas, kirchneristas, radicales o de Cambiemos. Su diagnóstico es siempre errado y se concentra en problemas macroeconómicos y en la supuesta pobreza "estructural" que, según sus teorías, siempre requiere incrementar la intervención del Estado en la economía y en la sociedad, con más impuestos y mayores regulaciones para redistribuir la riqueza. La idea moral que justifica todos sus atropellos a las libertades individuales y a la propiedad privada es la "justicia social", según la cual es legítimo sacarle por la fuerza a quien produce riqueza, para regalarle a quien lo necesita aunque no produzca nada a cambio.
Esta idea aplicada durante 90 años primero nos relegó a ser el país que menos crecimiento tuvo desde 1928 hasta el presente en una larga decadencia, pero llegó ahora a una crisis verdaderamente terminal. Esta vez, no tiene salida porque el sector privado productivo es cada vez menor y ya no llega a 8 millones de personas, mientras que más de 22 millones de personas se acostumbraron a vivir del Estado. El esquema ya no funciona. Para quienes imaginan que la solución es política y que consiste en un nuevo liderazgo encabezado por Horacio Rodríguez Larreta que permita unir a los filoperonistas dialoguistas como Monzó, Frigerio, Massot, Santilli, Ritondo, Vidal, con los social demócratas tipo Lousteau, Carolina Stanley, Marcos Peña, y que piensan dejar de lado a Macri y a Patricia Bullrich; les tengo una mala noticia, no va a andar. Porque tienen las mismas ideas equivocadas.
Creo que la única solución de la Argentina es que mucha gente comprenda que llegó el momento de una gran reforma alberdiana, profunda, que remplace el sistema económico y rentístico basado en la justicia social, por un nuevo sistema basado en el principio moral del respeto a las libertades y en la responsabilidad individual.
Economista, director general de Libertad y Progreso