El gobierno militar que incubó al peronismo
El golpe del 4 de junio de 1943 es considerado por algunos historiadores como la verdadera fecha del nacimiento del movimiento creado por Juan Perón
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La caída del presidente constitucional costó una treintena de vidas.
Cualquiera pensaría que uno se está refiriendo con esta frase a los sucesos de diciembre de 2001. Al final abrupto de Fernando de la Rúa. Pero no. También hubo treinta muertos hace hoy 78 años, cuando el presidente era el conservador Ramón Castillo y comenzó la segunda dictadura de la historia, de la que surgirían Perón y el peronismo. Algunos historiadores hasta consideran que el 4 de junio de 1943 es la verdadera fecha del nacimiento del peronismo, lo que llevaría su primera etapa a algo más de doce años (1943-1955). Casualmente, la misma duración del primer kirchnerismo (que se asentó sobre pilares exclusivamente electorales).
Los muertos del golpe del 4 de junio de 1943 no eran manifestantes o activistas como los que en 2001 habían ido a pedir la renuncia de De la Rúa a Plaza de Mayo y se enfrentaron con la policía. Eran militares del Ejército que marchaban hacia el centro por la avenida Libertador y se tirotearon con otros militares, marinos, al pasar por un edificio hoy conocido por las atrocidades que hizo allí la última dictadura, la Escuela de Mecánica de la Armada. En la Plaza de Mayo grupos de civiles quemaron colectivos y tranvías, pero los hechos graves ocurrieron en Núñez. Aunque en las otras interrupciones de ciclos constitucionales (1930, 1955, 1962, 1966 y 1976) casi no hubo violencia -el día de la toma del poder, conviene subrayarlo-, lo de los treinta muertos del golpe del 4 de junio quizás es poco conocido. Probablemente ello se deba a que se trataba de militares, enredados con nerviosismo, como a veces ocurre, en las brumosas disputas de madrugada de los que adhieren y los que no adhieren a una conspiración, pero, sobre todo, debido a que los peronistas consideran a la Revolución del 43 como el golpe “bueno” de la historia con el argumento de que terminó con la “década infame” y sirvió para procrear al peronismo. Sin ir más lejos, el año pasado la televisión pública emitió un piadoso video, motivo de un pequeño escándalo, que subrayaba ambas cosas. Claro, omitiendo algunas otras. Como el cierre del Congreso, la prohibición de los partidos políticos, la intervención de la CGT y de las universidades, la represión a los estudiantes, la conversión del 6 de septiembre (fecha del primer golpe, en 1930) en feriado nacional para homenajear al fascista Uriburu, la obligatoriedad de impartir enseñanza religiosa en las escuelas, las clausuras de diarios. O el capítulo más rocambolesco, la prohibición del lunfardo, que obligó a cambiarles la letra a los tangos.
En determinadas condiciones la Revolución del 43 no ha sido recortada sino lisa y llanamente borrada de la historia. El 4 de junio de 2012 la entonces presidenta Cristina Kirchner dedicó su discurso diario por cadena, originado en un homenaje a Felipe Varela, a recopilar efemérides del día. “Es una fecha que trae muchos recuerdos”, explicó con emoción. Enumeró entonces la muerte de Varela en 1870, la de Mosconi en 1940, la segunda asunción de Perón en 1952 y la constitución del directorio “nacional y federal” de YPF, epopeya esta última que no era estrictamente un recuerdo histórico porque acababa de ocurrir. “¡Qué 4 de junio, eh!”, celebró la oradora, quien sin embargo excluyó de la pila celebratoria la Revolución del 43, pese a que ningún aficionado a la historia podría desconocer que si por algo la fecha tiene resonancia pública es por ese golpe de estado. Hasta ha sido tarareada como evocación risueña: “4 de junio, jornada redentora de la Patria…”, la estrofa famosa de la propaganda de la época.
La Revolución del 43 no ha sido recortada sino lisa y llanamente borrada de la historia
También es sorprendente que Cristina Kirchner ignorara que Perón no sólo asumió la segunda presidencia un 4 de junio sino, antes (sic) la primera, en 1946, lo que parece más importante. ¿Y por qué Perón eligió esa fecha para asumir? No es ningún secreto: para homenajear el golpe de 1943. Que instauró la única dictadura que empezó y terminó una misma fecha y la única que tuvo cría, anhelo común que en las otras produjo memorables frustraciones.
Plena Segunda Guerra Mundial, pocos meses antes del golpe el totalitarismo había sufrido la primera gran derrota, la batalla de Stalingrado, pero ello no canceló en los cuarteles argentinos las especulaciones en torno del papel que podría conseguir el país en América del Sur ante un triunfo de Hitler. La Revolución del 43 sostuvo la neutralidad argentina, ajustada al predominio de los sectores filonazis, hasta que ya resultaba ridículo declararle la guerra al Eje, que estaba prácticamente vencido. Entonces se la declaró (26 de marzo de 1945). Era bien conocido que muchos militares argentinos se habían formado en la Alemania nazi y en la Italia fascista. Entre ellos Perón.
¿Y por qué Perón eligió esa fecha para asumir? No es ningún secreto: para homenajear el golpe de 1943.
En enero de 1941, tras pasar dos años en Europa, el coronel Perón fue destinado a una escuela de instrucción de montaña en Mendoza, donde conoció a Edelmiro Farrell, quien sería cuatro años después el partero del peronismo. Es el dictador (la historiografía peronista nunca lo llama así, a diferencia de lo que sucede con los presidentes de las demás dictaduras) que aparece en el balcón de la Casa Rosada la noche del 17 de octubre de 1945 al lado de Perón, cuando el surgente líder da allí su primer discurso al pueblo reunido en la plaza.
El papel como materia gris del golpe del coronel Perón -quien el mismo 4 de junio no apareció en público- ha sido materia de interés para muchos investigadores, vista la importancia que se le asigna al GOU (Grupo de Oficiales Unidos). Perón no era un mero integrante de esta logia militar. Según el profesor Robert Potash fue el fundador.
Un nacionalismo difuso contrario a todo vínculo con Estados Unidos y con Inglaterra se había desplegado sobre finales de la década del treinta, a la que se le decía hasta hace poco década infame, entre otras cosas, por el fraude que encumbró a Justo, primero, y a Ortiz y a Castillo, después.
El gran problema político preliminar, además de las relaciones internacionales, era la sucesión. Los partidos republicanos, el radicalismo, el socialismo y los demócrata progresistas no encontraban líder. Alvear se había muerto en 1942. En enero de 1943 también había muerto el general Justo, un aliadófilo, quien quería volver a ser presidente y tenía una base política en la Concordancia y otra en el Ejército. Castillo tuvo entonces la idea de nominar al magnate azucarero Robustiano Patrón Costas, un señor feudal que sin duda representaba bien a la Argentina del pasado. Su candidatura tuvo la cualidad de conseguir considerable unanimidad: cayó mal entre los más diversos sectores.
A la vez existía una gran tensión entre Castillo y su ministro de Guerra, Pedro Pablo Ramírez, simpatizante del Eje. Castillo entendió que Ramírez era parte de una conspiración (un grupo de radicales le había propuesto ser el candidato de una prematura Unión Democrática) y le pidió aclaraciones que no lo satisficieron. Ramírez finalmente renunció. No sólo sería horas más tarde uno de los jefes golpistas sino el primer presidente efectivo de la “revolución” (revoluciones se les decía a los gobiernos militares, dos de los cuales usaron la palabra como marca, el otro fue la Revolución Argentina, en 1966-73).
Como dice Luis Alberto Romero, en 1943 comenzó a morir “la Argentina liberal”, la vieja república que conoció la democracia y terminó gobernada fraudulentamente por las clases conservadoras. Romero señala que ese año comenzó a emerger un mundo cuyos actores principales eran el Ejército, los sindicatos, la Iglesia y el líder de masas. María Sáenz Quesada, en su libro “1943, el fin de la Argentina liberal, el surgimiento del peronismo” estudia la época en profundidad y analiza las consecuencias del confuso golpe del 4 de junio.
Porque todo fue, en efecto, muy confuso, también el trágico episodio frente a la ESMA, acorde con la ambigüedad que acompañó al alzamiento, que ni siquiera había completado a esa altura el casting para definir un liderazgo. Aunque líder no es lo único que le faltaba a la “revolución”, tampoco tenía programa.
Precisamente el general Arturo Rawson, quien duraría un fin de semana como presidente de la Nación (sus pares lo evacuaron de la Casa Rosada el lunes 7 en un jeep militar antes de que llegara a prestar juramento), había salido de Campo de Mayo en la madrugada del viernes 4 con una nutrida columna con el fin de desalojar del poder a Castillo, pero al pasar frente a la ESMA el director de ésta ordenó disparar.
Profesor de derecho como le gusta decir que es a Alberto Fernández, Castillo, un conservador terco que había sido juez, fue uno de los presidentes que salieron de la Casa Rosada en barco (al cual, obviamente, tuvieron que ir primero al puerto para abordarlo), igual que Derqui, Yrigoyen y Perón. El de Castillo no fue una cañonera sino un rastreador, que se llamaba Drummond y -detalle nacionalista- había sido uno de los primeros barcos de guerra construidos en astilleros argentinos. Apenas lo llevó hasta La Plata, donde acabó renunciando.
La vicepresidencia era un cargo que ya jugaba, si bien por motivos diversos, un papel muy protagónico. Castillo había llegado a la presidencia como vicepresidente de Roberto Ortiz, contra quien conspiraba a la luz del día con la complicidad de la diabetes que llevaría a Ortiz (elegido a los 52 años para el período 1938-44) a la muerte. Félix Luna dice que si no hubiera sido por la salud de Ortiz, un presidente del orden conservador arrepentido del fraude, la historia argentina habría sido muy distinta. Castillo se ganó el podio, quizás, del vicepresidente más desestabilizador (un lugar bastante disputado). Se adueñó del gobierno antes de que Ortiz muriera y torció el rumbo. Esa democracia fraudulenta no generaba entusiasmo alguno. De allí que el golpe del 4 de junio generó, pese a su endeblez programática, grandes expectativas el día de la inauguración.
Pero la vicepresidencia también fue clave en el devenir del gobierno militar y en la creación del peronismo, porque fue el cargo más alto que alcanzó el coronel Perón (1944), que lo supo compaginar con sus obligaciones como ministro de Guerra y secretario de Trabajo. Perón fue el primer vicepresidente elegido presidente. Pero nunca había sido, huelga decirlo, elegido vicepresidente.
¿Qué pasó, en definitiva, el 4 de junio de 1943? Esa pregunta se la hizo, desconcertado, el Departamento de Estado de Estados Unidos por cable cifrado a la embajada en Buenos Aires, ansioso como estaba Washington por saber si se había instaurado en la Argentina un gobierno simpatizante con los aliados o con el Eje. La embajada no supo qué responder.
Pero si se la hubieran preguntado el año pasado a la televisión pública por lo menos habrían conocido una justificación del golpe, por lo visto perdurable. Hubo un golpe, sí, pero sólo sucedió -textual- “aprovechando la apatía del pueblo hacia un gobierno corrupto, conservador y fraudulento”.