El gobierno económico del país, en una línea aberrante
Cicerón decía que la regla de oro en política es mantener las cosas en constante movimiento. El límite de esa dinámica es lo aberrante. Es un concepto de origen astronómico, que refiere a algo que erra (deambula) fuera del vector de la gravedad, como un electrón loco. El gobierno económico del país está en una línea aberrante. Con medidas incongruentes que intentan disfrazar de astucia lo que podría cruzar la frontera penal. Desde la moratoria previsional, al primer canje para solaz de algún sector beneficiado, llegando al segundo, que completa un “megacanje” con aristas y consecuencias de magnitud.
Los decretos de necesidad y urgencia que se dictaron para implementarlo tienen un triple problema: de estructura, de ganadores y perdedores, y de resultado. Deben ser analizados desde la óptica ineludible de la responsabilidad de un servidor público, porque estamos hablando de bienes ajenos, de la sociedad argentina.
Ordena una operación financiera e institucionalmente polémica (cuanto menos) a todo el sector público nacional. No es menor el universo, porque además de la administración pública, abarca organismos descentralizados, sociedades con participación estatal y fideicomisos. Todo: no está claro YPF y Aerolíneas, pero cientos de entes autárquicos (la autarquía significa por ley, un brazo de distancia de la administración en la toma de decisiones y la administración, aquí borrada de un plumazo).
La inédita orden decretada tiene dos fases. Cualquiera de ese universo que tenga bonos denominados en dólares los debe vender en el mercado secundario. El 70% del producido se entrega a la administración a cambio de bonos en pesos. El 30% restante será una liquidez discutiblemente necesaria, en pesos y en tiempos inflacionarios. El que tenga bonos en dólares y jurisdicción internacional debe canjearlos por bonos en pesos (en algunos casos con cobertura de inflación y tipo de cambio).
La vuelta carnero tiene por fin proveer de liquidez al mercado de bonos que se usan para hacer contado con liquidación, y así planchar ese tipo de cambio. Las consecuencias de la picardía no alcanzan a dimensionarse. No es que la deuda en dólares desaparece; queda en el mercado y se emite (mucha) más deuda en pesos. Esa deuda en dólares no la vende el sector público a valor nominal, sino a precio de descuento, de mercado. Ganancias y pérdidas en esos cambios de manos y moneda, que vaya a saber Dios cómo se justifican y a quiénes benefician.
Pero siguen los “detalles”. Hay cláusulas en los prospectos de deuda para las que esta maniobra podría significar un incumplimiento, que probablemente contamine toda la deuda ya reestructurada a raíz de las cláusulas de cross default. Hay juicios internacionales con contingencias colosales, en los que los argumentos defensivos se debilitan: basta pensar en la teoría del alter ego en sociedades con participación estatal listadas en mercados internacionales, que por este argumento podría dejar de ser una sociedad distinta del Estado. Y respecto del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del sistema previsional, bueno sería saber cómo van a explicar el dislate.
Cicerón fue el mejor abogado de la historia. Hubo otro estudioso de las leyes, John Law (no fare), un escocés que ingenió la primera burbuja de bonos soberanos en Francia, con el escándalo vinculado a la emisión indómita de títulos de la Compañía de Mississippi. En la Argentina estamos más cerca de Law que de Cicerón.