El Gobierno, ante desafíos macroeconómicos mayores que los heredados
Cumplido el primer año de gobierno, la economía nacional se encuentra en una situación muy delicada, en parte por los impactos de la pandemia y en parte por decisiones de política económica del gobierno.
Cuando asumió la actual administración, la economía tenía debilidades y fortalezas. Entre las primeras se pueden mencionar que la economía estaba en recesión, con una inflación alta, pérdida de reservas y falta de acceso al financiamiento. La recesión se profundizó luego de las PASO de agosto 2019; la estructura indexada de gasto público y los salarios con cláusulas gatillo no contribuían a la lucha contra la inflación; el mercado estaba cerrado para el gobierno, y eso obligaba a diseñar una reestructuración de deuda.
En tanto, entre las fortalezas se podrían señalar la existencia de capacidad ociosa y de mano de obra, un sistema financiero chico, líquido y sin descalces, bajo nivel de monetización, superávit comercial y externo, costos laborales unitarios competitivos, y precios relativos prácticamente corregidos. Las fortalezas, explicadas más por el freno repentino en el financiamiento externo que por mérito del gobierno saliente, brindaban un colchón para lo que se percibía como plan del gobierno entrante: expandir la demanda agregada por la expansión fiscal sin generar un recrudecimiento inmediato de la inflación.
La pandemia y la cuarentena aceleraron un programa expansivo que ya se preveía al momento de la asunción, acortando plazos y debilitando la situación económica más rápido de lo que se esperaba. El incipiente déficit fiscal se convirtió, en el segundo trimestre de 2020, en un déficit primario anualizado superior al 12 por ciento por la combinación entre caída del PBI por el aislamiento y la contención sanitaria, social y productiva que se llevó a cabo, todo financiado con emisión monetaria. En 11 meses del año la emisión del BCRA para financiar al tesoro superó los 1,8 billones de pesos, monto algo superior al stock de base monetaria a diciembre de 2019, o equivalente a 7 puntos del PBI.
¿Adónde fueron los pesos? Inicialmente fueron demandados por el sector privado, ahogado por la crisis, pero luego se volcaron al mercado cambiario. En el primer semestre casi la totalidad de los 1,2 billones de pesos emitidos para financiar al tesoro fueron demandados por entidades financieras (785 mil millones) y el público en la forma de billetes y monedas (375 mil millones).
En la medida que el aislamiento se fue flexibilizando, más por necesidad de la población que por decisión del gobierno, la actividad económica comenzó a recuperarse, en el mismo momento en que la monetización se ubicaba en niveles elevados para la historia del país. Poner en duda la necesidad de reducir el déficit resultó crucial para lo que ocurría en la segunda mitad del año. Esto a su vez se combinó con un discurso poco atractivo para los tenedores de pesos (estatizaciones, toma de tierras, nuevos tributos) lo que socavó la confianza en la evolución de la economía nacional.
Así se llegó al segundo semestre, en el que la baja de la emisión monetaria no fue suficiente para alcanzar la caída de la demanda, y se aceleró la pérdida de reservas. La combinación entre menor déficit fiscal y mayor colocación de deuda en el mercado local redujeron la emisión monetaria a la mitad de lo que había sido en el primer semestre. Sin embargo, las entidades financieras y el público demandaron apenas 150 mil millones, y hubo casi 500 mil millones que se fueron directo al mercado cambiario, haciendo caer las reservas más de 6500 millones de dólares por ventas directas en el mercado o ventas al tesoro para enfrentar sus compromisos en moneda extranjera.
El mal diagnóstico inicial condujo a restringir el acceso al mercado de cambios lo que elevó la brecha cambiaria hasta niveles récords en décadas. A estas medidas le siguieron nuevas para contener la brecha y reducir la pérdida de reservas. Atender los síntomas y no las causas últimas de la pérdida de confianza sólo provocó una reversión marginal de la crítica situación.
Hace pocas semanas comenzaron a insinuarse avances en la dirección correcta, recién cuando el gobierno comenzó a hablar de la necesidad de un nuevo acuerdo con el FMI, alcanzar un déficit inferior al presentado en el presupuesto y se anunciaron medidas de recorte de gastos. Limitaciones del ATP, suspensión del IFE, anticipar posibles ajustes de tarifas que podrían dar previsibilidad sobre el futuro déficit fiscal. El cambio en la fórmula previsional tiene el mismo objetivo de reducir el gasto en este rubro, y de corto plazo podría conseguirlo, aunque ignora toda la dinámica demográfica que hace insostenible todo el sistema jubilatorio en el mediano (y no tan mediano) plazo. Pero todavía la situación macroeconómica y financiera se encuentra muy deteriorada en niveles incompatibles con cualquier decisión de inversión real.
La brecha cambiaria se encuentra en 75 por ciento, el Banco Central sigue perdiendo reservas en el mercado cambiario y las reservas netas se encuentran en un nivel crítico; el riesgo país por encima de 1400 puntos básicos, son todos indicadores que evidencian una situación frágil económicamente e insuficiente para reactivar la economía.
El único camino es el reordenamiento fiscal, revertir la confianza y comenzar a andar las reformas estructurales de mediano , antes de encarar un reordenamiento fiscal, y que un movimiento cambiario y desordenado podría profundizarlo. Finalmente, es necesario revertir la desconfianza reinante en el sector privado, de manera que sea este quien tome la posta en la recuperación, dándole solidez y sustentabilidad al proceso.
Después de un año de pandemia, cuarentena, con mayor deterioro fiscal y económico, los desafíos macroeconómicos son mayores que los heredados, y ya no hay lugar para expansiones fiscales aisladas de un plan integral, ni un gradualismo sin financiamiento.
Socio y economista jefe de Arriazu-Macroanalistas