El Gobierno debe comunicar bien
¿Cuál es la diferencia entre el estilo de comunicación del gobierno nacional y el del vuelo IB6844, que une Buenos Aires con Madrid?
Bastante importante. Aunque ambos tengan un propósito común: confirmar, de un modo preciso y oportuno, a los pasajeros de un largo viaje el destino elegido, el tiempo del trayecto, los recursos para mantener el rumbo, los riesgos que pueden aparecer, la estrategia para sortearlos o minimizar efectos colaterales y las condiciones que estarán prevaleciendo al arribar al sitio al que todos se han propuesto llegar. Por eso, el comandante del 6844 se ocupa de informar: la ciudad hacia la que se dirige la aeronave, las horas de vuelo, la altura y la velocidad promedios, las posibles zonas de turbulencia y sus recomendaciones para atravesarlas, así como las condiciones del tiempo en el aeropuerto de destino. Lo hace para responder, con claridad y soporte profesional, a la curiosidad de quienes han decidido confiar en la compañía y embarcarse en el vuelo a su cargo.
No es improbable que al anunciar su puntual arribo a Madrid los pasajeros le agradezcan, con aplausos, el cumplimiento de su programa de vuelo. Y que hasta vuelvan a elegir su compañía para el próximo viaje.
Es que, tal como ocurre con la administración de una nación, un buen discurso no mata gestión. Pero, al menos, ayuda a entenderla. Y a acompañarla o a aceptar mejor sus costos. Una buena gestión es condición necesaria, pero no suficiente. Porque sin una comunicación oportuna que le otorgue sentido y transparencia, se debilitan las chances de percibirla como la causa de las ventajas que de ella se deriven. Y peor aún si la gestión llegara a tropezar con errores o emergencias que postergaran alcanzar, en tiempo y forma, los objetivos compartidos. En tal caso, hasta la empatía luciría también necesaria, pero no suficiente. Porque, más allá de ponerse en el lugar de los que padecen y acompasarlos en sus dolores, será imprescindible, por un lado, hacerse cargo de liderar, con vigor y convicción, el proceso de resolución efectiva de sus problemas, desde un plan estratégico de país, equitativo, solidario, imaginativo y políticamente sustentable.
Y, por el otro, desde un discurso enfocado en desarmar el desamparo de quienes no están en condiciones -con razón- de manejar los códigos resbaladizos de la macroeconomía, evitarles naufragar en la incertidumbre de rumbos poco claros o en la angustia de reclamos justos sin solución, con respuestas precisas, didácticas, en el lenguaje que mejor entiendan, haciendo docencia con ejemplos y proyecciones confiables, pero siempre desde una voz clara, firme, cercana y potente, que les permita ponderar y elegir, si les conviene, acompañar la relación costo-beneficio de un programa de crecimiento compartido.
La desesperanza, la duda o el desencanto que hoy vienen perturbando el sueño de tantos argentinos tienen que ver con que nadie les explica todavía, claramente y en su idioma -simple y creíble-, el plan de vuelo de su economía cotidiana: hacia dónde vamos, en qué tiempo llegaremos, con qué recursos, a qué costo, con qué riesgos y con qué escenario superador en el aeropuerto de destino terminaremos encontrándonos para justificar las turbulencias del trayecto.
Un desafío complejo. Pero también una oportunidad histórica de resolverlo, de la que ningún piloto con temple podrá jamás arrepentirse.
Consultor de Dirección y Planeamiento Estratégico