El gobierno de Milei tiene rostro
A medida que avanza en su gestión, el presidente libertario muestra curiosas coincidencias con sus antecesores peronistas, incluidos los Kirchner
- 5 minutos de lectura'
Cien días después, terminada la luna de miel, el gobierno de Milei tiene rostro. El rostro de un animal político menos exótico de lo que parecía a primera vista. De “austríaco”, nada, cien por cien argentino. Normal: cada uno hace historia con los materiales de su pasado. Pero, ¿qué rostro? Se diría que Milei quiere parecerse a Menem gobernando como Kirchner. De gustibus... Pero al menos aclara un malentendido: si en la historia argentina existe un vago clivaje ético y cultural entre los universos peronista y liberal democrático, Milei se ubica de pies a cabeza en el primero. El del “peronismo liberal”, si existe tal cosa. Mejor sería llamarlo “liberalismo à la peronista”; algo así como los “spaghetti a la boloñesa”, un invento desconocido en Bolonia.
Que aspiraba a emular a Menem era previsible y varios lo predijimos: no hacía falta ser profeta. Tampoco lo ocultó. Menem es el único presidente del siglo XX en su personalísimo “salón de los próceres”. Un condenado por contrabando de armas y sobresueldos. No estoy seguro de que varios de los que están en ese panteón se sentirían cómodos a su lado. Los que votaron a Milei para “limpiar”, hagan cuentas: la corrupción, parece obvio, no es su prioridad. Claro: desaparecerá por encanto junto con el “Estado delincuente”. Suena optimista.
Muchos piensan que emular a Menem es sólo “liberalizar la economía”. Noble aspiración. Pero memoria selectiva. Mientras tanto, a la espera de que el Estado desaparezca, Milei dispone de él como cosa propia. Más que un liberalista british, se diría un patrimonialista spanish: hace y deshace, nombra y despide, lo útil y lo inútil, lo que está bien y lo que está mal. Da igual. Se cree Thatcher pero actúa como Chávez. El Estado limitado debería empezar por la autolimitación de quienes lo administran.
De ninguna manera. ¡Muerte a la Argentina corporativa!, truena. Mañana, tal vez. Mientras tanto, la cultiva, coloca clientes y busca leales. Los académicos lo llaman “circulación de élites”. Traducido: Milei sustituye por su casta a la vieja. Si hace falta, poniendo camisetas nuevas a caras conocidas: “transformismo”, se llama. El caso Lijo es sólo el más flagrante; ya se había percibido con el Papa y los sindicatos. Entre gritos y humo, toma forma la “comunidad organizada” mileiana. Solo no tolera el Parlamento, demasiado democrático.
Huelga decir que todo acuerdo tiene un precio, todo apoyo un costo. ¿Cual? A saber. Unos ganarán impunidad, otros un régimen fiscal especial, otros una cruzada contra el aborto, otros la reivindicación de la dictadura, nada que ver con la sacrosanta “memoria completa”. Como con Menem. Familismo incluido, amiguismo a raudales: donde antes reinaban marido y mujer hoy reinan hermano y hermana, donde uno espera un consejo de ministros aparece un misterioso “círculo rojo”. ¿Cómo será que en la Agentina siempre aparece un super poder esotérico caído por fuera de las instituciones, una Eva Perón, un López Rega?La República, humillada.
Hasta aquí Milei y Menem. Pero, ¿Milei y Kirchner? ¡Están en las antípodas! “No pasa una semana –escribía Mariano Grondona hace 20 años– sin que el Presidente dé curso a una o varias agresiones”. Y luego: “vive cada episodio de nuestra competencia democrática como si estuviera en medio de una lucha a muerte”. Conclusión: “esta versión belicista de la política es incompatible con la democracia”. Se refería a Kirchner. ¿No le queda a Milei como un guante?
Sin embargo, muchos de los que en su momento maldijeron al primero aplauden hoy al segundo, del mismo modo que muchos de los que increpan a Milei aplaudieron a Kirchner. ¿Coherencia? Qué más da. No es cuestión de ética, sino de pertenencia: “al amigo todo, al enemigo ni justicia”. Lo que nos recuerda lo que debería ser obvio pero no lo es: que el problema no son los gobernantes sino la conciencia civil de los gobernados. ¿Dónde está el ciudadano cuando perdona a los suyos lo que imputa a los demás? ¿Dónde está la polis cuando la tribu absorbe al individuo, el pueblo a la persona?
Cháchara, dicen, lo que cuenta es la economía. Lo pensaba Kirchner, lidiando con el legado de Menem; está convencido Milei, lidiando con el legado aún peor de Kirchner. Una vez arreglada la economía, todo lo demás se arregla. ¿Seguro? ¿Y si el problema fuera “lo demás”? ¿La cultura política? ¿La práctica institucional? La economía mejorará, la terapia de shock dará sus frutos. Salvo que se pelee también consigo mismo, Milei tendrá su “corta vida feliz”, como Menem, como Kirchner. Pero se engaña si cree edificar algo estable a golpes de patrimonialismo institucional e intolerancia ideológica. La venganza se desatará a la menor ráfaga de viento, y los que hoy lo idolatran exigirán su cabellera como las de Menem y Kirchner fueron exigidas por muchos que los habían idolatrado.
Alguien dijo de Milei que es un “peronista asintomático”. ¡Bingo! Tres meses después, los síntomas son evidentes, el diagnóstico inevitable: no hay nada más parecido al peronismo de “izquierdas” que el peronismo de “derechas”. Y viceversa. Se complementan, como medias manzanas. En cada cambio de estación, muchos cambian de uno a otro, como cambian de vagón sabiendo que siempre van en el mismo tren: liberalismo económico sin liberalismo político, unanimismo y caudillismo. A los no peronistas les queda el mal menor. Y la duda: ¿será tan “menor”?