El giro de Patricia Bullrich: ¿realpolitik o solo un sueño?
Hay mucho de visión de futuro en los 11 puntos que enumeró la excandidata de Juntos para fundamentar su apoyo a Milei en el balotaje; no faltan quienes se preguntan por qué no habló así en sus discursos de campaña
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El documento que leyó Patricia Bullrich, junto a Luis Petri, para fundamentar su apoyo a Javier Milei en el balotaje del 19 de noviembre, sonó como un programa de gobierno. Más: no faltan quienes se preguntan por qué no habló así en sus discursos de campaña, que estuvieron centrados en la idea de acabar con el kirchnerismo y en exaltar logros pasados, y no ofrecieron una imagen del país que quería.
De visión del futuro, en cambio, hay mucho en los once puntos que enumeró Bullrich. Un capitalismo (palabra que estuvo casi ausente en su campaña) competitivo, por oposición al capitalismo de amigos del peronismo, por ejemplo, y la eliminación de las retenciones y de todos los impuestos con sesgo antiexportador. Solo esto es ya una declaración de principios económicos más contundente que todo lo dicho en la campaña. Pero hay más: el fin de la emisión monetaria y el equilibrio fiscal permanente como único remedio a la inflación. No es irrelevante tampoco fijar como meta la integración comercial al mundo ni afirmar que la coparticipación federal debe establecerse dentro del marco de la Constitución, en un país donde retacear o aflojar fondos ha sido una herramienta constante del peronismo para disciplinar a las provincias.
Otros puntos, como el combate al narcotráfico o la educación pública sin adoctrinamiento, reafirman lo que Bullrich venía pregonando, como se lo hace del lado de Milei el respeto irrestricto del plan de vida de cada persona. También hay puntos que corrigen algunas de las propuestas más polémicas del mileísmo: a esto alude, claramente, “el cumplimiento de la legislación vigente en materia de armas, donación de órganos y la patria potestad compartida.” Solo le faltó aclarar que no se romperán relaciones con el Vaticano.
Por último, hay puntos que parecen estar ahí para despejar acusaciones o temores que despierta el libertario: el respeto a la libertad de expresión y la libertad de prensa, y hasta a la Constitución nacional. Seamos claros: a gran parte del país le gustan muchas propuestas de La Libertad Avanza, pero se niega a votarlos porque considera un fascista a su candidato. Si el documento de Bullrich y Petri fue acordado con Milei, entonces lo que parecería estar esbozándose es un mileísmo delimitado por el republicanismo, o directamente un frente republicano. Pero justamente: ¿fueron acordados estos once puntos con Milei? ¿Son la base de un programa de gobierno? ¿Está dispuesto Milei a respetarlo? ¿Es capaz de hacerlo, considerando su temperamento y sus antecedentes? ¿Implica correr de la escena a la caterva de terraplanistas, adolescentes tardíos y nostálgicos de la dictadura que acompañó a Milei hasta ahora?
Son preguntas que solo puede responder el tiempo. Como habrá que esperar, también, para saber de qué manera recibirán los votantes esta reconfiguración vertiginosa del mapa político. Ya hay muchos, y no solo radicales, que se declaran traicionados por Bullrich y Macri; otros especulan que la metamorfosis de Milei de líder mesiánico a liberal respetable, de azote de la casta a caballero de la realpolitik, va a desperfilarlo, en especial de cara a sus seguidores más jóvenes, que todavía tienen a flor de labios la consigna “otro país no es posible con los mismos de siempre” y el insulto de “viejo meado” para los votantes de Bullrich.
¿Y qué decir de la reunión a medianoche entre las cúpulas de Pro y La Libertad Avanza para decidir el futuro? ¿Hay algo más “casta” que eso? ¿Se podrá responder algo convincente a los que dicen que estos liberales no obran de manera diferente al Massa que juró echar a los ñoquis de La Cámpora y terminó cogobernando con ellos? Todo esto es cierto; el experimento que acaba de empezar –quede dicho– bien puede terminar con la oposición republicana derrotada, fragmentada y desprestigiada, y con una nueva hegemonía peronista.
Todo puede suceder, en efecto. El mundo es tan raro, decía el padre de Borges, que hasta es posible la Santísima Trinidad. Con ese precedente torvamente optimista, y sin olvidar que Sergio Massa sigue siendo el favorito para ganar el 19 de noviembre, nada impide pensar entonces que la conferencia de prensa de Bullrich y Petri podría ser recordada como el germen de una nueva coalición, más homogénea en sus ideas económicas que Juntos por el Cambio, aunque comparta con esta los valores republicanos y el compromiso con los derechos humanos y la libertad de expresión. ¿Un sueño? Puede ser. A los republicanos de este país no nos han quedado muchas alternativas, por estos días, aparte de soñar.
Lo cierto es que el sueño no es nuevo, y todo indica que va a sobrevivir al eventual fracaso de este intento. Es el sueño de un bipartidismo para la Argentina, estructurado en torno a una izquierda y una derecha; o si se prefieren términos menos anclados en el siglo XX, entre un partido que privilegie la intervención estatal y otro que prefiera el libre mercado.
Desde hace 107 años, cuando Hipólito Yrigoyen llegó a la presidencia, la Argentina no es gobernada por partidos, sino por movimientos. La UCR, como se sabe, nació como un reclamo para instituir el sufragio masculino universal; nada dijo sobre el régimen fiscal, la política monetaria o el modelo agroexportador. Con el tiempo pasó a representar ciertos valores de clase media, pero ahí supieron caber el gobierno conservador de Alvear, el dearrollista de Frondizi y el socialdemócrata de Alfonsín. Más informe todavía es el peronismo, que siempre quiso verse como representación del pueblo entero, y que por eso tuvo menos dificultad todavía para ser, según la ocasión, socialista, liberal, reaccionario, anticlerical o pío, haciendo, al mismo tiempo, de todos esos rostros una máscara y una parodia.
Una consecuencia desgraciada de este movimientismo es que no se eligen opciones políticas y económicas, sino identidades colectivas; y como la propia identidad no es algo que se cuestione livianamente, muchos votan sin importar lo que los políticos hagan, desligados del éxito y del fracaso, como acaba de suceder con un ministro de Economía que llevó la inflación y la pobreza a niveles insoportables y sin embargo resultó el más votado. Así nos va.
Se habla mucho de las deudas de la democracia, pero casi nunca se menciona, que yo sepa, una que no es de las menos importantes: la existencia de partidos o coaliciones que no pretendan encarnar a la nación ni al pueblo, sino que, con elemental honestidad, y haciendo honor a la misma palabra “partido”, que denota la representación de una parte y no del todo, confiesen derechamente que prefieren por sobre las demás a una forma de entender el capital, el trabajo, el modelo económico, las relaciones internacionales, el lugar de las minorías, la libertad de expresión.
Y esto me lleva de nuevo a la conferencia. De Patricia Bullrich, que no suele ser una gran comunicadora, se elogia la contundencia que mostró en esta ocasión. Pero quizá lo que ocurre es que es imposible hablar con claridad cuando uno está forzado continuamente a encontrar el mínimo común denominador en una coalición con ideas diversas e incluso opuestas; y al contrario, las palabras toman vuelo cuando uno dice, sencillamente, aquello en lo que cree.