El futuro también sueña en faroles de antaño
Luces nocturnas. Hace unos días comenzó el Festival Changying de faroles del verano en Changchun, China
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En el origen eran delicadas estructuras de papel o de seda, resplandecientes globos rojos que convocaban a los buenos augurios, pequeños faroles que se encendían en honor a Buda.
Pero todo cambia, y no solo hoy China significa para Occidente algo muy distinto a lo que significaba unas cuantas décadas atrás; hacia adentro, al interior de sus propias fronteras, conductas, aspiraciones e imaginarios también se vienen modificando.
Entonces se realizan eventos como el que por estos días tuvo lugar en Changchun, provincia de Jilin, al noreste del país. En esta ciudad, conocida por su industria automovilística, sus universidades y su festival de cine (se la considera la cuna de la industria cinematográfica china)– se celebró, a comienzos de esta semana, un festival de faroles. Linternas chinas. Las mismas que resplandecen en todo el país durante la celebración del año nuevo y luego, 15 días después, con la primera luna llena del año recién nacido, toman plenamente los cielos y confirman el ingreso en la nueva etapa.
Quienes visitaron el festival habrán vivido la misma paradoja que late en esta imagen: nada más actual que la euforia tecnológica, nada tan ancestral como el hechizo con que el fuego –o la luz– nos captura
Faroles similares, múltiples, coloridos y dotados de las más frágiles y etéreas armazones, brillaron estos días en Changying Century City, área abierta al público de los estudios de cine de Changchun. Hubo globos luminosos, sin duda. Pero sobre todo se desplegaron linternas con formas que recuerdan a naves espaciales, hipnóticas torres y estructuras que, más que dialogar con los ensueños de las antiguas leyendas, lo hicieron con la ciencia ficción, los relatos de viajes siderales, robots y futuros por descubrir.
Quienes visitaron el festival recorrieron unos 400.000 metros cuadrados engalanados por unas cien unidades de luces de colores. Habrán vivido la misma paradoja que late en esta imagen: nada más actual que la euforia tecnológica, nada tan ancestral como el hechizo con que el fuego –o la luz– nos captura. Dos opuestos que, quizás, no estén tan distantes.