El futuro del trabajo: ¿quién podrá protegernos de los robots?
La época que nos tocó vivir está marcada por un cambio tecnológico acelerado, vinculado a la creciente capacidad de las computadoras, a su ubicuidad y a su conectividad a redes globales. Además de los palpables cambios en la vida cotidiana, las nuevas tecnologías permiten una automatización de tareas que afecta directamente al mercado de trabajo. No se trata sólo de los robots en la línea de producción, o de la compra de pasajes online: la amenaza se cierne también sobre ocupaciones que creíamos seguras hace sólo unos años, como los servicios de traducción o el autotransporte de pasajeros.
Los comentaristas reflejan la gran incertidumbre que generan estas tendencias. Exagerando levemente, encontramos por un lado a quienes predicen un desempleo tecnológico generalizado, el fin del trabajo tal como lo conocemos, e incluso un futuro distópico de desigualdad y miseria extrema si no tomamos cartas en el asunto. Por otro lado, los panglossianos, optimistas sempiternos, consideran que este es sólo un escalón más del crecimiento de la productividad en la historia de la humanidad, que nos ha llevado a estándares de vida inimaginables en el pasado.
Sólo el tiempo dirá quiénes tienen razón, pero la historia puede guiar en este debate con evidencia. Vivimos lo que hoy parece una transformación excepcional, pero hace milenios que enfrentamos revoluciones tecnológicas que desplazan al trabajo y afectan su productividad: desde la rueda y el arado a la imprenta, la máquina de vapor y el microprocesador. ¿Será esta vez diferente? Los últimos milenios nos demuestran que eventualmente nos reconvertimos y nos adaptamos como trabajadores a las nuevas realidades tecnológicas, y que las ganancias de productividad incrementan los niveles de vida de nuestras sociedades.
La teoría económica también aporta argumentos para la discusión. Las predicciones más pesimistas se basan en visiones algo vetustas del mercado de trabajo, considerado como un juego de suma cero: un robot desplaza a un trabajador y simplemente se pierde un puesto. La teoría económica evolucionó y explica interdependencias más complejas. En la Revolución industrial, la diligencia fue reemplazada por el tren, pero surgieron nuevas profesiones: maquinistas, ingenieros, administrativos? David Autor y Daron Acemoglu, del MIT, teorizan sobre estos fenómenos, y señalan que los comentaristas exageran la sustitución de máquinas por humanos e ignoran "las fuertes complementariedades entre automatización y trabajo que aumentan la productividad, los ingresos y la demanda de trabajo".
De todos modos, los cambios pueden ser traumáticos y pueden producir perdedores en la transición. En los países desarrollados, en las últimas décadas se observa un proceso de polarización del empleo, con un mayor crecimiento en los segmentos de baja y alta calificación (menos automatizables y complementarios a la tecnología, respectivamente), y un retroceso de los puestos medios. Estos cambios están directamente relacionados con el cambio tecnológico.
Finalmente, este debate se trasladó al rol de las políticas públicas. Es fundamental minimizar los costos de la transición y compensar a quienes se ven perjudicados. Jason Furman, jefe de asesores económicos de Obama, señaló recientemente la necesidad de impulsar políticas innovadoras, como los seguros de salarios y extensiones al seguro de desempleo. Y aunque exagerada en el diagnóstico, la predicción del desempleo tecnológico masivo introdujo en el centro de la discusión pública una nueva ola de propuestas de ingreso básico universal.
Pero además de las compensaciones, debemos concentrarnos en cómo aprovechar las oportunidades que estos cambios plantean. Más que lamentar un ominoso e inexorable futuro o desarrollar una resistencia que, en el largo plazo, será fútil (los luditas no lograron detener la Revolución industrial), la energía será mejor invertida en pensar e implementar una transformación productiva inclusiva.
El autor es economista e investigador del Cedlas (FCE-UNLP)
Guillermo Cruces