En diez años, el mundo será otro a causa del desarrollo de la inteligencia artificial, el giro del poder económico a Asia y los cambios demográficos y ambientales; exigirá, en consecuencia, una gobernanza diferente
Karl Marx predijo hace un siglo y medio que el capitalismo iba a desaparecer porque llevaba en su interior el germen de su propia destrucción. Aún no ocurrió. Francis Fukuyama pronosticó en 1992 el fin de las ideologías y el triunfo de la democracia liberal, pero vivimos en tiempos de polarización, asomados a la grieta y con líderes autoritarios en alza. Hasta un hecho tan significativo en la historia de la humanidad como la caída del Muro de Berlín no pudo ser anticipado. Predecir la política no es tarea fácil. Más aún cuando la mayoría de los países vive hoy bajo un sistema que "institucionaliza la incertidumbre", como definió el profesor de ciencia política polaco Adam Przeworski al régimen democrático, no siempre tan incierto como las candidaturas presidenciales de 2019 en la Argentina, pero con crecientes dosis de imprevisibilidad en muchas latitudes.
El cambio tecnológico le agrega incertidumbre a nuestra capacidad de anticipar la política. ¿Cómo va a ser la política en 2030 o 2050? ¿Seguiremos viviendo en democracias de partidos políticos? ¿La inteligencia artificial automatizará las decisiones que toman hoy los dirigentes políticos? Hace unos años, cuando imaginábamos que la tecnología iba a transformar radicalmente la política, se decía que el voto por Internet iba a ser universal en 2030. Que votaríamos en pijamas desde nuestras casas y que el voto electrónico, con máquinas muy parecidas a los cajeros automáticos, iba a ser la antesala del voto por Internet. Hoy cada vez hay menos países que usan voto electrónico. La política está cambiando, pero no de la manera en que imaginábamos hace unos años.
Las certezas que tenemos
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se extendieron las técnicas de análisis para anticipar el futuro, pero fue recientemente, con el cambio tecnológico, que esta tradición volvió a revitalizarse y muchos países incorporaron este tipo de análisis en sus planificaciones a través de las llamadas unidades de prospectiva o de futuro. Básicamente, el análisis prospectivo parte de identificar qué elementos ya sabemos del futuro (no tenemos pruebas pero tampoco dudas) para concentrarnos en aquellos elementos que son más inciertos.
Hay tres tendencias de las que tenemos evidencia sólida y que influirán sobre cómo vamos a gobernarnos. La primera es el cambio tecnológico: la llamada cuarta revolución industrial. En pocas décadas la inteligencia artificial (IA) aplicada a los procesos de producción va a haber transformado las economías más desarrolladas y muy probablemente habrá agrandado la brecha con los países en desarrollo, como la Argentina, que no se hayan adaptado a los cambios de esta nueva revolución industrial. Estimaciones de un estudio de Cippec indican que si la Argentina no incorporara nada de inteligencia artificial, un crecimiento promedio entre 2018 y 2028 de 3% se reduciría al 2%; que si hubiera una adopción media de IA lo aumentaría a 3,7%; y si el país hiciera una incorporación plena de inteligencia artificial, crecería al 4,4%. La inteligencia artificial influye ya en el mercado de trabajo y también va a transformar la política, si es que no lo está haciendo.
La segunda tendencia es el giro del poder económico global de Occidente a Oriente. Para 2030, el centro de gravedad de la economía estará en Asia. Se estima que China habrá desplazado a Estados Unidos, y Europa será una región menos poderosa.
Tercera y última: los cambios demográficos y ambientales. Tendremos en los próximos años una población cada vez más añosa viviendo en ciudades, que son las responsables de la producción de más del 70% de gas de efecto invernadero.
Pocos ponen en duda estas megatendencias. Y eso significa que el motor de cambio no será solamente la tecnología, la primera de esas tendencias. Es cierto, la cuarta revolución industrial va a traer nuevas formas de gestionar (¿habrá asesores políticos robots?) y también va a cambiar cómo nos relacionamos con nuestros representantes. Ya lo estamos viendo y nos sorprende. Por ejemplo, estamos siendo testigos de cómo se transforman las campañas electorales y nuestras leyes se volvieron obsoletas: regulan cuánto se gasta en la televisión pero no cómo se usa WhatsApp o Facebook para captar y a veces desinformar a los votantes. Pero la transformación más profunda de la política no va a estar solo en la tecnología. El cambio pasará por quiénes van a tomar decisiones en un mundo tan distinto, y sobre qué asuntos van a poder decidir.
Lo que no sabemos
Para imaginar cómo estas tres tendencias van a afectar la forma de gobernarnos, junto con la politóloga Belén Abdala en Cippec y colegas de varios centros de política pública del T20 -la red de centros de políticas públicas que da recomendaciones al G20- desde Tokio hasta Berlín (ver aparte), emprendimos un ejercicio prospectivo. Nos preguntamos cómo va a ser la política del futuro, a partir de dos de sus protagonistas centrales: las estructuras de gobierno y las empresas. Y ahí tenemos más incógnitas que certezas.
¿Dónde se van a tomar las decisiones? ¿Será en las ciudades y naciones, que cada vez están más cerradas sobre sus propias fronteras, o será en las instituciones globales que creamos después de la Segunda Guerra Mundial, como las Naciones Unidas, o las que vayamos a crear? Hoy los nacionalismos están en auge y exacerban la desconfianza en las instituciones globales. Eso está llevando a muchos líderes a privilegiar las identidades más locales, como ocurrió en el Brexit.
Al mismo tiempo, también estamos viendo que cada vez más los problemas son globales y no pueden resolverse por el gobierno de un solo país. Por eso hay muchas voces pidiendo que esas instituciones, como el G20, se ocupen, por ejemplo, de proteger la privacidad de nuestros datos en Internet. Las naciones-Estado son hoy muy grandes para los problemas pequeños y muy pequeñas para los problemas grandes. No podemos saber si los gobiernos serán más locales o más globales. Esa es una primera incógnita.
Otra incógnita son las empresas del futuro. ¿Cuán grandes y concentradas van a ser? Los bajos costos de la tecnología y el conocimiento horizontal nos entusiasmaron con un mercado disperso y descentralizado. Pero hoy vemos que está ocurriendo al revés: los gigantes de la tecnología están cada vez más concentrados. Se estima que al finalizar esta década, el "mercado de la nube" estará en más de un 90% dominado por Amazon, Google y Microsoft. ¿Tendremos entonces una economía de pymes muy especializadas o viviremos en un mundo donde unas pocas empresas ostentarán gran parte del poder económico?
La manera en la que estas dos dimensiones (la estructura de los gobiernos y el tamaño de las empresas) se relacionen va a tener consecuencias muy concretas sobre cómo va a ser la gobernanza global. Si nos imaginamos que se cruzan esas dos dimensiones, hay cuatro grandes mundos posibles. Asomémonos entonces al futuro de la política.
Cuatro mundos
En un extremo, podríamos vivir en un mundo dominado por muy pocas empresas, muy grandes, que coexisten con gobiernos globales. Un parlamento mundial quizás, una nueva versión de las Naciones Unidas, aunque también podría convertirse en un gobierno autoritario global. A este mundo nos gusta llamarlo "El buen amigo gigante", como el cuento de Roald Dahl que se llevó al cine.
En un mundo así, sería más fácil seguramente acordar acciones contra el cambio climático u otros problemas globales. Es difícil imaginar cómo nosotros, como ciudadanos, vamos a participar en las decisiones si se toman en centros globales, aunque los algoritmos que decodifiquen nuestros intereses podrían ayudar. Este mundo necesita líderes políticos muy capaces, porque tienen que llevar a cabo un doble juego: coordinar medidas con las grandes empresas y negociar decisiones, sancionar leyes que rijan para todos los ciudadanos del mundo. ¿Estamos formando a estos líderes políticos?
Podemos viajar también al escenario opuesto, igualmente posible: un ecosistema de pequeñas empresas que compiten en un entorno de gobiernos locales. Llamamos a este escenario "Lo pequeño es hermoso", pero en realidad no está claro que vaya a ser tan hermoso.
En un mundo así, la innovación tecnológica probablemente sería más lenta y los problemas globales seguirían sin resolverse, porque sería muy difícil coordinar acciones. El lado bueno es que será más fácil que los ciudadanos participemos activamente en las decisiones.
Hay otros dos escenarios posibles. Podríamos vivir en un escenario de muchas pymes, gobernado por estructuras globales (hoy parece ser el escenario menos probable) o ir hacia un cuarto escenario en el que unos pocos "Pie Grande" del sector privado coexistan con gobiernos locales. ¿Les suena familiar? Un mundo en el que empresas que operan sin límites territoriales se resisten a aceptar decisiones de distintos gobiernos. La imagen de la silla vacía de Mark Zuckerberg en la audiencia en el Parlamento británico por la investigación sobre Cambridge Analytica en la campaña electoral del Brexit pudo haber sido una señal de que ese es el mundo al que nos dirigimos.
La perspectiva argentina
¿Cuál de estos escenarios es el más alentador para el país? Nuestra historia reciente indicaría que resulta más conveniente un escenario más globalizado, pero eso requeriría aunar fuerzas con otros países, coordinación difícil. Lo cierto es que cada uno de esos escenarios implicaría poner en marcha estrategias diferentes para anticiparnos a sus consecuencias. El primer paso para sortear la incertidumbre debería ser replicar ejercicios prospectivos para la Argentina y delinear cuáles son nuestras opciones o los mejores caminos para salir airosos en cada uno de estos mundos. Paliar nuestra escasa experiencia sistemática en ejercicios de planificación y establecimiento de metas de gobierno se torna más urgente en esta era de cambio tecnológico.
La suerte de la democracia
¿Seguirá la democracia siendo el régimen de gobierno más extendido? En cada uno de estos cuatro mundos la forma de gobernarnos y tomar decisiones va a ser distinta. Y todos estos cambios van a afectar a la democracia, que hoy está siendo cuestionada en países tan distintos como Italia, Brasil o la India. Cuando la política no logra dar respuestas rápidas, provoca mucho descontento. Y trae nuevos fenómenos, como lo que ocurrió en Ucrania hace unas semanas, cuando un cómico que actuaba de presidente fue elegido presidente de verdad. La política, a veces, supera a la ficción.
Cualquier análisis prospectivo proyecta escenarios. Probablemente el futuro sea alguna combinación de estos cuatros mundos. Eso nos abre muchas preguntas: ¿queremos que haya un parlamento mundial que se ocupe de los problemas globales como el cambio climático? ¿Podemos lograr que conviva con gobiernos locales que se ocupen de los problemas pequeños? ¿Será la democracia el régimen de gobierno más extendido o el giro a Asia llevará a que haya más autoritarismos? ¿Crearemos una nueva forma de gobernarnos?
Nos hacemos estas preguntas porque el futuro de la política no está escrito aún. Seguramente algunas predicciones resulten erradas, como la del voto por Internet. No todas las profecías se cumplen.
El físico italiano Carlo Rovelli escribió en su último libro, El orden del tiempo, que parte de la historia de la cultura es aprender a contar cosas que no sabemos. "Contar el tiempo" es una de ellas. A lo largo de la historia, los hombres y mujeres fuimos haciendo algunos ensayos. Aristóteles dijo que el tiempo es relativo y los Sex Pistols gritaron que el futuro no existe. Es difícil pensar cómo será la política en unas décadas si no sabemos cómo cierran las listas de candidaturas presidenciales en unos pocos días. Pero vale la pena el esfuerzo.