El futuro de la escuela no está en el pasado
Hace pocos días se dio a conocer una resolución de la Dirección General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires que modifica el régimen académico de las escuelas de nivel primario. Si bien la resolución abarca diferentes aspectos, el cambio que generó una ola de reacción fue la supresión de las notas 1, 2 y 3 y su reemplazo por el 4, 5 y 6 para calificar el desaprobado; la supresión de la repitencia en el paso de primer grado a segundo, y el establecimiento de un período complementario de recuperación antes de definir la repitencia de los alumnos en el resto de los cursos.
La reacción que provocó esta reforma es un material invalorable para analizar el sentido común de la población en materia educativa. Cada sociedad es un espacio cultural que establece los parámetros por los cuales discurren los diálogos, los intercambios y los hechos, marcando los límites de lo posible y lo aceptable, y señalando aquello que es impensable e imposible de admitir.
En materia educativa, en la Argentina parece que el espectro de posibilidades es muy amplio. Por ejemplo, es posible que tengamos el nivel más alto de ausentismo docente y de alumnos de toda América latina; que sólo la mitad de los estudiantes secundarios egresen; que derrochemos nuestro presupuesto educativo en una multiplicación infinita de puestos docentes; que se creen universidades que los caudillos políticos usan para financiar la militancia; que todavía tengamos escuelas ranchos y que las universidades públicas, que todos financiamos, titulen menos del 20% de sus ingresantes, que de ellos sólo el 6% provenga de los sectores más bajos de la escala social y que, además, ese 6% engrose las filas de desocupados porque no encuentra trabajo a pesar de su condición de egresados universitarios.
Hemos consentido el encierro de los pobres en una escuela pública que no los lleva a ningún puerto, mientras el resto tiene acceso a un heterogéneo mercado educativo.
Estos hechos parecieran ser aceptados como posibles, y aunque muchos de ellos nos deberían avergonzar, hemos terminado por admitirlos. Pero que para aplazar a un chico le pongamos 4 y no 1 está más allá del límite de lo soportable. Porque sólo el "1" es el que corrobora que a algunos "la cabeza no les da" o "no han repetido suficientes veces la tabla del 9" o "las fechas de las batallas", como era en el pasado glorioso de una Argentina en la que la escuela no era para todos. La escuela del futuro, la que tenemos la obligación de construir hoy para todos, no puede referenciarse en ese pasado.
Es como si pensáramos que los chicos se drogan porque los padres nos los azotan o que los divorcios aumentan porque las mujeres se han vuelto muy liberales, y las chicas pobres se embarazan porque se aflojó la moral. No hay ninguna teoría del aprendizaje que plantee que se aprende más y mejor bajo amenaza, todo lo contrario. Los chicos aprenden más y mejor cuando la escuela es capaz de asociar la gratificación al aprendizaje. Muchos estudios culturales muestran que los chicos son capaces de llevar adelante el esfuerzo si entienden para qué es y obtienen gratificación en eso. Justamente la investigación muestra que en un taller electivo los chicos pueden ser creativos, investigar y trabajar sin que penda sobre ellos ninguna amenaza, y que a esos mismos chicos la rutina escolar les resulta cada vez más insoportable.
Hay otros datos de la reacción que son para destacar. Nadie piensa que hay que tener algún conocimiento de la materia para opinar de educación; ningún pedagogo publicaría artículos sobre economía o de análisis político o de política energética, pero se exige mucho menos para hablar de educación. El otro dato es que, además, la mayoría no leyó la resolución, sino que opina a partir de lo que dicen los medios, pero lo más interesante es que se opina desde la identidad K o anti-K. Verónica Tobeña analizó en su tesis doctoral cómo discutimos los argentinos el canon literario y mostró que discutimos las personas y los alineamientos políticos, pero no las obras. Así discutimos esta resolución, desde nuestros prejuicios e identidades políticas.
La escuela bonaerense está mal, muy mal, y eso no tiene que ver con los aplazos o aprobaciones de los alumnos, sino con un complejo conjunto de circunstancias que generan una escuela incapaz de enseñarles a los chicos de esta generación, y mucho más cuando se trata de chicos pobres. Las estadísticas muestran que los pobres son los que cosechan más aplazos, porque desde hace ya muchos años sabemos que los saberes escolares son abstractos y por tanto más amigables para los chicos que provienen de familias escolarizadas y más extraños y difíciles para aquellos que vienen de familias con menos escolaridad. Por esta razón es necesario inventar alternativas. La escuela no sabe cómo enseñarles a los chicos pobres y tampoco a los que son producto de la sociedad de la información y del consumo .
Reclamemos para que el Estado se ocupe de producir estas alternativas y no nos escandalicemos porque se deja de ponerles un 1, un 2 o un 3 a los chicos para que sean ellos los que paguen la cuenta de nuestra incapacidad.
La autora es investigadora de Flacso, docente de la UNLP y miembro del Club Político Argentino