El futuro con aires de pasado
"¿Por qué no lo entiendes? ¿Por qué no te adaptas? Olvida el viejo mundo. Hemos pasado a una nueva era”, le dice un adulto al niño que se aferra a la lógica de los afectos tal como la conocemos. Ante la incomprensión del chico, el señor le explica que ha llegado la hora del apocalipsis: “Es cuando nos morimos todos porque Dios ha dicho que se acabó. Os he dado un juguete y lo habéis roto. Os he dejado un planeta precioso y lo habéis convertido en una mierda”.
Crudo, cáustico: así escribe Niccoló Ammaniti (Roma, 1966), uno de los narradores sobresalientes de la literatura italiana actual. En Anna, visualiza el mundo hacia adelante –Sicilia en 2020– y lo cruza con sucesos de siglos atrás, cuando las pestes asolaban países enteros. Así conjugados, pasado y futuro crean un clima posapocalíptico en un escenario con resonancias de La carretera, la narración de Cormac McCarthy.
Primero se ha expandido una epidemia por la que han muerto todos los adultos del mundo; siguieron incendios y saqueos de los sobrevivientes, que acabaron por perder incluso la electricidad. Casi todo fue aniquilado y lo que queda, lo que se recicla, son las pertenencias de los muertos.
Anna recuerda inevitablemente obras clásicas que tienen como centro las plagas (“la literatura del contagio”): El diario del año de la peste, de Defoe; Los novios, de Manzoni; Muerte en Venecia, de Thomas Mann; La peste, de Camus. Aunque más contemporáneo es el vínculo con el Saramago de las pandemias absurdas (Ensayo sobre la ceguera), que le sirven para desenmascarar las miserias y las hipocresías de la sociedad.
Ammaniti concibió esta historia a partir de una fantasía que tuvo de chico: soñaba con una vida libre de la dominación adulta y del yugo escolar. Ahora parece preguntarse: ¿cómo avanzar cuando el planeta va marcha atrás, se consume, involuciona, arrancándonos el universo que nos fue dado? ¿Cómo reaprender? Sobre todo cuando los que deben tomar decisiones son niños –como sucede en El señor de las moscas, de William Golding–, los únicos que se salvan en la novela del virus.
Las mejores novelas de Ammaniti se focalizan en la infancia y la adolescencia (la aún no traducida Branchi!, además de Yo y tú, No tengo miedo y Te llevaré conmigo). Por medio de la mirada aturdida pero sobreadaptada de la joven protagonista, esta obra distópica de iniciación demuestra que la imaginación puede ser una herramienta salvadora. Con la responsabilidad de cuidar a su hermano Astor (el nombre es en honor a Piazzolla), Anna explorará todas las variaciones del querer. Descubrirá que “el amor es sentir la falta” y que se trata de un sentimiento de puras contradicciones. También observará cómo surgen los fanatismos, las falsas idolatrías, las modas. Y cómo, alrededor de todo ello, crecen el comercio y sus extorsiones.
Al ir renunciando a todo, nos permitirá asistir al contraste entre un mundo en el que sobran “las cosas” y aquél en que se puede vivir con lo esencial. Finalmente, “la vida es una serie de esperas”, que conviene recorrer ligero de equipaje. Y en esta novela de abrumadora soledad, cuyas páginas están escritas con silencio, el tiempo abunda y se redimensiona.
No hay que sentirse atraído por la ciencia ficción para disfrutar de esta historia y su profundidad psicológica. Si bien sus descripciones hiperrealistas de un mundo en descomposición pueden herir la sensibilidad de algunos lectores, eso es justamente lo que la convierte, en conjunto, en una novela bella y original.
Mencionar la solidez narrativa de Ammaniti y su talento para indagar la intimidad del ser humano no supone ninguna revelación, pero sí lo es constatar cómo, con cada nuevo libro, el autor italiano continúa afianzando su recorrido literario.
ANNA
Por Niccolò Ammaniti
Anagrama
Trad.: J.M. Salmerón
304 páginas
$ 345