El fundamentalismo obliga a repensar la integración
En uno de sus interesantes artículos sobre la identidad europea, publicado por The Guardian en enero de 2012, el semiólogo Umberto Eco planteaba que quizás a los padres fundadores de la Unión Europea les faltó viajar un poco más. Viajar, en su reflexión, permite aproximarse y reconocer otras culturas. De hecho, quienes lo hacen integran tradiciones y perspectivas de otras cosmovisiones que acaban por enriquecer la propia. Para Eco "es la cultura, y no la guerra, lo que cimenta la identidad de los europeos". Y avanza en su punto de vista: "Los franceses, los italianos, los alemanes, los españoles y los ingleses gastaron siglos en matarse unos a otros. Hoy, después de una paz de 70 años, nadie se da cuenta de lo asombroso que es esto".
Las guerras del siglo XXI se dan también en forma de atentados terroristas y es un error pensar que son contra un grupo y no contra toda una sociedad y un sistema de vida, que incluye las libertades de culto, la libertad de expresión, la libertad de circulación y de pensar en forma crítica. En ese sentido, Eco alza su voz de alarma, justo cuando se conmemoran 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial, y alerta sobre esa nueva forma de guerra, a la que considera una "nueva forma de nazismo, con sus métodos de exterminio y su voluntad apocalíptica de apoderarse del mundo".
Sorprende que -a pesar de las lecciones de la Historia - haya sido el atentado contra la revista Charlie Hebdo, en París, en enero último, el que haya abierto los ojos de la sociedad mundial, por primera vez, respecto de que el terrorismo no es un ente externo a los países, sino que cuenta con simpatizantes y colaboradores nacidos y criados en cada uno de ellos.
Todos los ciudadanos tienen derecho a una investigación judicial eficaz que conduzca al esclarecimiento de la verdad, aun cuando hacer justicia pueda no ser posible en términos de reparación inmediata. Los Estados nacionales tienen límites jurisdiccionales. Esto no los exime de la obligación de buscar la verdad, pero puede darse la situación de que los responsables que deban someter a juicio se encuentren fuera de sus fronteras. En tales casos, siempre podrán ser juzgados los nacionales.
En la actual situación mundial es indispensable repensar la integración desde lo educativo y lo social, considerando que tal y como se ha desarrollado hasta ahora, arroja resultados preocupantes: varios de los seguidores de los nuevos grupos terroristas son nacidos y criados en los países que luego sufren atentados. Y renacen, en otros países, grupos que, en sentido contrario, también dificultan la integración. Como Pegida, en Alemania, que pretende instalar que cada musulmán, por serlo, carga con la presunción de ser terrorista.
Los atentados contra la AMIA, contra las Torres Gemelas, contra la estación de Atocha, contra el metro y el transporte público en Londres y los ataques terroristas en Nigeria, con saldos de miles de víctimas, exigen que nos preguntemos qué nos está pasando como sociedad. En la Argentina, la pregunta adquiere mayor peso porque, a diferencia de los actos terroristas en otros países cuyos responsables son identificados y juzgados, un atentado como el de AMIA permanece impune a 20 años de haberse cometido. El único hecho nuevo relacionado es la muerte del fiscal federal que investigaba y no la resolución del caso.
El atentado a la AMIA no ha sido tomado, a lo largo de estas dos décadas, como una agresión contra toda la sociedad argentina, sino que quedó circunscripta a la colectividad judía. Tanto es así que, una década después de cometido, el fiscal que investigaba también era judío. Si se compara esto con los otros atentados mencionados, se advierte que en cada uno de ellos la sociedad de cada país en su conjunto ha sentido que se atentaba contra su forma de vida.
Quizás el mayor reclamo de este tiempo sea repensar la integración fortaleciendo la cultura que cimenta nuestra identidad. Flaco favor le hace a esa integración que, en los recientes atentados de París, se haya puesto por delante que un musulmán francés salvó la vida de judíos franceses en un supermercado kosher, o que un fiscal judío haya sido designado para investigar el atentado contra la AMIA. Esto ha ocurrido en países que se precian de respetar la libertad de culto.
Calificar a estos hechos como conflictos externos, tragedias de regiones distantes donde la gente que se mata nada tiene que ver con nuestra historia, no sólo constituye un enorme error, sino que dilata la posibilidad de esclarecer la verdad y de hacer justicia. La paz social requiere que las instituciones cumplan sin distinción con las funciones para las que han sido establecidas.
La autora es jueza del Tribunal Superior CABA
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