El fuego en Corrientes y la pérdida de valor de los humedales
Gran parte de la sociedad esperar abrir las cortinas por la mañana y encontrar una forma particular de paisaje y biodiversidad. Pero de eso no se trata el ambiente. El ambiente se trata de un sistema que nos incluye y que, por lo tanto, nos involucra. Por eso cuando fallamos con ese compromiso el efecto resulta negativo no solo para las generaciones presentes, sino también para las futuras.
Aquí mencionaremos solamente una de esas consecuencias: la pérdida de valor de los servicios ecosistémicos que brindan los humedales producto de los incendios en la provincia de Corrientes.
Hace pocos días el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) emitió un informe en el cual observaba que la superficie total afectada por los incendios al 7 de febrero alcanzaba las 518.965 hectáreas. De ese total, 164.936 ha correspondían a humedales como esteros, bañados y vegetación de valles aluviales.
El dígito es alarmante y condujo a que la Sociedad Rural Argentina (SRA) estimara las pérdidas económicas en $25.000 millones en razón de 300.000 hectáreas quemadas y considerando una determinada cantidad de cadenas productivas.
Pues bien, la cifra puede ser todavía mayor si se valorizan los servicios ecosistémicos que ofrecen los humedales y no solo sus beneficios productivos.
A este respecto, el economista estadounidense, Robert Constanza, pionero en asignar valor a los bienes y servicios ecosistémicos, define a los mismos como los beneficios que las personas obtienen del funcionamiento de los ecosistemas, las características ecológicas, funciones o procesos que contribuyen directa o indirectamente al bienestar humano.
La definición es amplia, dinámica y ambiciosa. Y eso está bien. Porque en la medida que aumentemos nuestra capacidad para reconocer los beneficios de los servicios ecosistémicos, resulta razonable que sus valores también se incrementen.
Los humedales ofrecen actualmente múltiples ventajas. Según la Convención de Ramsar funcionan como “reguladores de los regímenes hidrológicos y como hábitat de una fauna y flora características especialmente de aves acuáticas”, y además “constituyen un recurso de gran valor económico, cultural, científico y recreativo”.
Pero por si esto fuera poco son los sumideros de carbono más eficaces de la Tierra, es decir almacenan más carbono que todos los bosques del mundo, protegen a las costas del cambio climático, suministran medicinas, proporcionan alimentos y constituyen un elemento singular para la forma de vida y la subsistencia de sus pobladores.
Todos estos bienes y servicios ambientales pueden ser cuantificados, aunque no sea sencillo y dependa de muchas variables. No obstante, es posible tomar un modelo predeterminado que haya estimado el valor de los humedales para luego actualizarlo y extrapolarlo con la información local.
En ese sentido, el mismo Constanza propuso en 1997 que el valor de los servicios ecosistémicos de los humedales por hectárea era de US$ 20.404. Después, en 2014, actualizó ese número y llegó a la conclusión de que valían US$ 140.174. Ahora, si actualizamos ese valor con el respectivo coeficiente de inflación, desde aquel entonces hasta la fecha, obtendremos que la referencia unitaria por hectárea es de US$ 193.664.
Por lo tanto, si en Corrientes se quemaron 164.936 ha de humedales, podríamos asumir que hubo una pérdida de valor de sus servicios ecosistémicos por la suma de US$ 31.942.165.504 al año.
Este monto, que impresiona, debe ser considerado relativamente pues todavía es muy pronto para saber con certeza cuáles son los daños provocados por los incendios a los humedales litoraleños. Sin embargo, la mensurabilidad posibilita cierta comprensión sobre el papel fundamental que cumplen los servicios naturales con el ambiente. Queda claro que el valor no solo representa un precio intercambiable en el mercado, sino también el soporte necesario para el bienestar de las comunidades y la sostenibilidad de los ecosistemas.
Es nuestra misión velar por la preservación de los servicios que brindan los ecosistemas mediante acciones concretas y desde el lugar en que estemos. No hay que perder de vista que los actos individuales no son ajenos a los efectos colectivos tanto presentes como futuros.
Por ello a menudo el mejor ejercicio es preguntarnos cuánto nos importan las generaciones futuras, como nuestros hijos y nietos. Si la respuesta es “no tanto”, no tenemos demasiado por hacer. Pero si la respuesta es que sí nos interesan, entonces eso tiene que verse traducido de manera adecuada en nuestras acciones y valorizaciones.
Abogado, naturalista y especialista en finanzas sostenibles