El fracaso de una fórmula sui generis
La última apertura de sesiones ordinarias de la fórmula sui generis integrada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (hablamos de los dos cuando en realidad debe ser exclusivamente el primero quien la efectúe) pone de manifiesto el fracaso del experimento que fue alumbrado en 2019 por medio de un tuit de la vicepresidenta. Inauguró un nuevo régimen político (forma de gobierno) que no dudamos en denominar “vicepresidencialismo”. El abrupto cambio produce una mutación constitucional de facto, ya que se encuentra en abierta oposición con el sistema presidencialista que la Constitución nacional (CN) contempla. La ley fundamental es categórica cuando en su art. 87 establece: “El Poder Ejecutivo será desempeñado por un ciudadano con el título de ‘presidente de la Nación Argentina’”. Así, se subvierte de manera colosal el régimen de gobierno que contiene la CN, ya que transforma al vicepresidente en la figura determinante de la república, relegando al titular del Ejecutivo a un segundo plano.
Solo una reforma constitucional podría realizar tamaña modificación. Ello de conformidad con lo que establece el art. 30 CN, que desarrolla un procedimiento muy rígido en tres etapas: la que declara la necesidad de la reforma (primera etapa), la designación a través del sufragio de quienes la llevarán a cabo (segunda etapa) en una convención (tercera etapa). Es tal vez, en la actualidad, la modalidad más rígida de reforma del panorama constitucional mundial.
Nunca un presidente peronista, por falta de acólitos, demoró tan breve lapso en recorrer el trayecto que separa su despacho del recinto del Congreso. Curiosamente, aunque a esta altura ya nada de lo que ocurre en la escena institucional debiera sorprendernos, fue su agrupación la que decidió vaciarle la plaza. Las pocas asociaciones que se acercaron con pancartas se retiraron no bien arrancó la ceremonia. Cuesta creer en la espontaneidad de este comportamiento. “Alberto es futuro”, decía un cartel. La curiosa situación produjo la inquietud de los medios. El periodista Mauro Federico le preguntó a Andrés Larroque en La Red: “¿Qué les pasa con Alberto?”, y el dirigente fue demoledor: “Hay una desilusión muy grande”.
La CN establece que el presidente “hace anualmente la apertura de las sesiones del Congreso […], dando cuenta en esta ocasión del estado de la Nación, de las reformas prometidas por la Constitución, y recomendando a su consideración las medidas que juzgue necesarias y convenientes”. Es decir que se trata de una rendición de cuentas y de la propuesta de políticas públicas que se deberán llevar a cabo en el transcurso de 2023.
Pero no fue ni lo uno ni lo otro. Se trató de un tedioso discurso autorrevindicatorio de falsos logros que pintó un mundo ideal que dio lugar a que se lo considerara “mundo Disneylandia”. Alberto sostuvo que creció la producción, se crearon nuevos empleos, disminuyó la inflación, entre otras por lo menos chocantes irrealidades. La presentación presidencial se animó cuando se refirió a la Justicia. Denostó del modo más agraviante y grosero a los ministros Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, presidente y vicepresidente, respectivamente, de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CS), que se encontraban a pocos metros. Les enrostró, señalándolos con el dedo, actuar en contra de la Constitución.
Por otra parte, la aspiración dinástica de la familia Kirchner lleva a resultados por demás fastidiosos. Máximo es una persona que carece de la más elemental formación. Sus pobres discursos, en los que imita a su padre, demuestran su carencia de cultura y de conocimiento sobre el estado del mundo. Han querido mostrar un estadista, pero se trata de alguien muy limitado.
El discurso de Alberto pasará a la historia como el más dañino y disparatado de todos los mensajes de apertura a sesiones ordinarias del Congreso desde el regreso a la democracia, en 1983. Ahondó la grieta de manera colosal, pese a que se autocalificó de moderado. Entre oficialismo y oposición, y entre la Nación y el interior (colectivo que contiene a las 23 provincias y a la CABA), luego de haber manifestado que su gobierno ha sido el más federal de todos, con el objetivo de marcarles el paso a los ministros de la CS presentes, en tanto les manifestó, vociferando, que habían beneficiado a la ciudad más rica del país en detrimento de las provincias pobres. Esto demuestra total ignorancia o mala fe, dado que los fondos que le corresponden a la CABA de la coparticipación se detraen directamente de la Nación y no perjudican a las provincias. Se jactó de ser profesor de la UBA, cuando en realidad es un docente que solo concursó en 1983 y no renovó el cargo transcurridos siete años y así sucesivamente. Fue puesto a dedo como adjunto interino gracias a sus mentores Righi y Zaffaroni.
Alberto seguramente será visto como el presidente que no fue o como un lamentable “títere” en manos de quien lo puso por su voluntad y a quien trata de complacer, a pesar de que ella ni siquiera le permite que le sirva un vaso de agua. Triste destino el de la Argentina, país rico que deja pasar sus oportunidades y no deja de caer en un vacío que parece no tener límites. Se impone una toma de conciencia ciudadana que permita que se revierta este estado de cosas para el bien de las futuras generaciones.