El fin de la primavera y otra derrota de Cristina
La primavera de Massa (que siempre fue solo cambiaria) llegó a su fin luego de un fugaz pasaje por una economía muy cerca del colapso. Los parches duran siempre un tiempo corto, no todo el tiempo. En esos mismos días, Cristina Kirchner debió doblegarse ante otra derrota política en la Justicia. El fracaso no alude a sus causas judiciales por presuntos hechos de corrupción porque ninguno de esos juicios se resolvió todavía, aunque en algunos podría haber decisiones inminentes. La nueva derrota refiere a la decisión de la Corte Suprema de postergar el juramento de todos los senadores que representarán al cuerpo en el Consejo de la Magistratura. “Queda a estudio”, fue la lacónica y seca frase con la que el máximo tribunal despachó la pretensión de la vicepresidenta de modificar, a golpe de lapicera, el equilibrio de fuerzas partidarias dentro del Senado. El oficialismo tiene 35 senadores; Juntos por el Cambio, 33. Pero ella quiere llevarse tres de los cuatro representantes. La Corte ya le había frenado ese autoritario proyecto cuando ordenó que fuera Luis Juez el representante de la segunda minoría y no el hipercristinista Claudio Doñate. Cristina Kirchner dobló la apuesta, como es su costumbre, y ratificó a Doñate e ignoró a Juez. La Corte le respondió en la acordada del jueves, en la que dijo que no le tomará juramento a ningún senador para ser miembro del Consejo. Los jueces se dedicarán a estudiar el caso del Senado. ¿Por cuánto tiempo? No se sabe. No tienen plazos.
Sea como fuere, ningún proyecto del oficialismo para hacer de la Justicia un feudo kirchnerista avanzó desde 2019. La idea de extrapolar al país los casos de Gildo Insfrán en Formosa, de Gerardo Zamora en Santiago del Estero y de los propios Kirchner en Santa Cruz, que convirtieron a la Justicia en una cuestión familiar, fracasó hasta ahora una y otra vez.
“El plomero del Titanic” rompe más cañerías de las que arregla
La primavera de Massa nunca fue más allá de algunos golpes de efecto. Ahora necesita un nuevo cotillón y más impactantes juegos artificiales para calmar a los mercados. La semana que pasó registró un récord devaluatorio desde julio, según el mercado paralelo de cambios, que es el único que existe para los argentinos. Su programa, ciertamente superficial, consistió en enderezar las relaciones con el Fondo Monetario, en la creación del dólar soja y en poner en cuarentena a las empresas que necesitan dólares para comprar insumos importados. La consecuencia fue una cierta calma en el mercado cambiario, pero al costo de paralizar la economía por falta de insumos y, consecuentemente, de productos. La economía está cerca de la recesión por obra de esa creación de Massa (no gasta dólares para insumos para retenerlos en el Banco Central) y porque la inflación le prendió fuego a la capacidad de consumo de los argentinos. Creó ahora un sistema de liberación de dólares para los insumos, arbitrario y potencialmente corrupto. Algunos funcionarios deciden quiénes reciben dólares y quiénes no. Eligen también quiénes vivirán y quiénes morirán. Pasó algo peor: Massa obligó a los industriales a aceptar un congelamiento parcial de precios o aumentos acotados para otros productos. ¿Los obligó? Sí, porque si no aceptaban, les anticipó, no tendrían dólares para insumos. Una extorsión en toda la regla. El nuevo dólar soja, que regirá desde mañana, durará poco, sea cual fuere el resultado final de las liquidaciones del grano. La industria necesita desesperadamente de insumos, que están muy atrasados.
Llama la atención que importantes empresarios argentinos hayan aplaudido a Massa porque dijo que la Tierra no es plana. En un mundo kirchnerista en el que abundan los terraplanistas cuando se habla de economía, el ministro del ramo se erigió en símbolo del sentido común. Pero no había razón ni argumento para los aplausos. Sucede lo mismo en el Fondo Monetario. Un economista reconocido que estuvo hace poco en la sede central del organismo multilateral se sorprendió cuando le describieron a Massa como la reencarnación de Adam Smith. No es que Martín Guzmán supiera menos que Massa de economía (de hecho, sabe más), pero el exministro carecía de la más mínima fuerza política para aplicar decisiones sensatas. Massa es un accionista minoritario de la coalición gobernante, pero accionista al fin, y, además, se presentó como voluntario cuando Cristina Kirchner ya veía la peligrosa profundidad de la oquedad. Así las cosas, Massa pudo comprometerse con el Fondo a bajar el déficit, pero no porque el Estado dejara de gastar, sino porque la variable del ajuste son los ingresos de los jubilados y de los empleados públicos. La lideresa revolucionaria y justiciera permitió semejante injusticia. El Presidente se limitó a mirar, como quien dice que lo que hace Massa es simplemente lo que quería hacer Guzmán, su protegido.
El fin de su breve primavera obligó a Massa a recurrir otra vez al dólar soja, que se había comprometido a no reinstaurarlo, porque la cantidad de dólares sigue siendo extremadamente escasa en el Banco Central. Los dirigentes del campo si indignaron. ¿Por qué el dólar de la soja tendrá vigencia solo por un mes? ¿Y las liquidaciones de 2023, que serán necesariamente menores por la sequía? El ministro entrega de a poco y siempre a cambio de algo. Massa es así: cree que la economía es como una negociación por las listas electorales. La realidad es más cruel. No habrá estabilidad más o menos permanente mientras no empiece a bajar la inflación y no se eliminen las expectativas de una brusca devaluación. La primavera massista nunca incluyó una caída significativa en los niveles de inflación, que es la principal preocupación de la sociedad argentina según la unanimidad de las encuestas. El propio Gobierno alienta la suba del dólar paralelo cuando fija en más del 100% el aumento del precio del dólar turista. ¿Qué es si no la aceptación de que el dólar vale lo que los viajeros deben pagar? ¿Qué significa, si no, la admisión de que el dólar oficial está subvaluado? El “plomero del Titanic” rompe más cañerías de las que arregla.
Ese contexto de debilidad y potenciales riesgos demasiado cercanos también explica las derrotas de Cristina Kirchner en su decisión de crear una Justicia a su imagen y semejanza. La Corte no tomará juramento a los senadores que representarán al cuerpo en el Consejo de la Magistratura porque lo que se está creando es un Consejo permanente de cuatro años. El 18 de noviembre venció el mandato de un Consejo transitorio; fue el que surgió después de que la Corte declarara inconstitucional en diciembre pasado la reforma del Consejo escrita nada menos que por la entonces senadora Cristina Kirchner en 2006. Tres palabras (“queda a estudio”) parecen inofensivas, pero expresan cierto desdén, un durísimo golpe a la estrategia de la vicepresidenta. Los jueces le están diciendo a ella, incapaz de recibir un no, que se quede con sus senadores hasta que ellos decidan quiénes entrarán al Consejo y quiénes quedarán afuera. Intuye que su ahijado Doñate quedará afuera. La intuición no le falla. Lo que la Corte estudia es el “ardid” de la vicepresidenta, según la expresión del propio tribunal, de hurtarle un representante a la oposición.
La Corte debió esquivar también lo que consideró una operación política en su contra. Dieron por sentado que en la semana que pasó decidiría sobre el conflicto entre el gobierno nacional y la Capital por los recursos coparticipables que Alberto Fernández le birló a Rodríguez Larreta. Ese tema nunca estuvo en la agenda de la última reunión del tribunal. Más le vale a Rodríguez Larreta que no muestre ansiedad en la cuestión ni que aparezca él vinculado con la operación que los jueces supremos detestaron. Esa suspicacia con el alcalde capitalino existe en los despachos más encumbrados de la Justicia.
Es la cuarta vez que Cristina Kirchner intenta colonizar la Justicia y choca contra un muro sombrío, ya sea en Diputados, en el propio Senado o en la Corte. Intentó reformar toda la Justicia Federal, cambiar la ley que garantiza la independencia de los fiscales y aumentar el número de miembros de la Corte hasta convertirla en una asamblea estudiantil. Ahora quiso meter mano en el Consejo de la Magistratura. Nada pudo. Massa depende cada vez más de su arte de ilusionista; Cristina está dispuesta a destruir lo poco que queda, pero ya perdió el arte y el poder.