El federalismo populista y la maldición de Malraux
De las antinomias instaladas por los muchachos de la patria justa, libre y soberana (campo vs. industria, clases medias vs. trabajadores, peronistas vs. gorilas, etc.), acaso la más destructiva ha sido la de Capital vs. interior. También en esto hay que reconocerle al peronismo su falta de originalidad y responsabilidad: explotando la universal antipatía que despiertan las capitales ricas en quienes habitan territorios menos desarrollados, los propietarios monopólicos de la unidad nacional lograron transportar al siglo XXI la grieta que en el siglo XIX había impedido la unificación del país y causado tres décadas de sangrientas masacres.
Para el nacionalismo populista y su variante, el federalismo populista, el mundo es un universo de suma cero en el que la pobreza de unos se explica por la riqueza de los otros. Si Buenos Aires es rica y muchas provincias no, es porque los porteños les han robado la riqueza a los provincianos. Los factores políticos y culturales que han permitido el desarrollo de ciertos territorios y obstaculizado el de otros no existen, por lo que permanecen inalterables. El efecto inevitable de esta concepción es la paralización del desarrollo, la transformación de la economía en una torta que se achica cada día y de la sociedad en una jungla donde rige la lucha de todos contra todos. Provincias ricas contra provincias pobres. Gobierno nacional contra gobernadores. El interior contra la Capital. ¿La unidad nacional? Te la debo.
Asistimos hoy a la actualización de estas antinomias en la discusión sobre los esfuerzos que deben hacer el gobierno central y las provincias para lograr el equilibrio fiscal. Y los argumentos del federalismo populista para resistirse son espectaculares, pero falsos: si escasea el agua en el interior, no es porque al lado del Río de la Plata se rieguen los helechos; y si Buenos Aires es “opulenta” para los parámetros de un país en decadencia, se debe a su posición geográfica privilegiada, a su perfil productivo avanzado, a décadas de buena administración y al trabajo de sus habitantes, no al saqueo del interior.
Pero para el federalismo populista, la razón suficiente del atraso de las provincias es el egoísmo porteño, cuyo agente secreto es el gobierno nacional. Ahora bien, para cualquiera que haya terminado la primaria, la separación entre los recursos del Estado nacional y los de la Ciudad es un hecho evidente. Cuando el gobierno nacional les quita a las provincias esos recursos no van a la CABA, sino a la gran caja nacional, y si la Casa Rosada estuviera en Chascomús o en La Quiaca, la situación no cambiaría. Pero es más fácil buscar chivos expiatorios que administrar sin cajas negras, como demuestra la derrota parlamentaria de la ley Bases, naufragada en el inciso que permitía avanzar contra los fideicomisos que financian el “la mía está” federalista y popular. No es todo. El gobierno más federalista ha sido el de Macri, un “pituquito de Recoleta” según Llaryora), que le devolvió al interior los fondos que durante 14 años le había robado el peronismo, lo que permitió que las provincias con equilibrio fiscal pasaran de 6 a 18 en cuatro años de gestión. Curiosa simetría, el gobierno menos federal de la democracia fue el de los Kirchner, venidos de una provincia distante 3000 km del Obelisco. Los reyes del látigo y la zanahoria. De Massa, mejor no hablar.
Desde entonces, y aún hoy, la mayoría de las provincias está en una situación financiera mejor que el gobierno central. Claro reflejo, el gobierno nacional cambió de manos en todas las elecciones: de Cristina a Macri, de Macri a Alberto y de Alberto a Milei; mientras que la mayoría de los gobiernos provinciales quedó en manos de los mismos partidos gracias a los recursos obligatorios (coparticipación) y discrecionales (ATN) enviados por los gobiernos de la Nación.
Dato mata relato y desmiente las pretensiones del federalismo populista. En el 80% de nuestras provincias (19 de 24), más de la mitad del presupuesto proviene de fondos de la coparticipación que pagan todos los argentinos. Curioso egoísmo el de la CABA, que aporta el 25% de esos recursos y se lleva menos del 3%. Como consecuencia, la cobertura de los presupuestos provinciales por la Nación alcanza un promedio del 60% en el país, mientras que en la CABA es del 10%. Seis veces menos. ¿Han ido estos recursos a financiar el desarrollo del interior? Basta ver la tabla del número de asalariados estatales, que en la mayoría de las provincias excede al de asalariados privados, con picos de dos tercios en las gobernadas por el federalismo populista. Allí han ido a parar los esfuerzos fiscales de los argentinos: a crear una masa de dependientes al servicio de los gobernadores de turno. Porque en la Argentina que el peronismo nos legó más de la mitad de los empleos formales son empleos públicos, mientras que en la CABA gobernada por Pro el porcentaje es del 30%, el más bajo del país.
¿Elitismo? “La idea de una enorme burocracia es la que más le agrada. Junto a las clases reales de la sociedad, crea una casta artificial para la cual el mantenimiento del régimen es una cuestión de cuchillo y tenedor” (Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, 1851). Agrego: si las provincias están hoy en dificultades, es sobre todo por el voto irresponsable de los legisladores que quitaron el impuesto a las ganancias para apoyar la campaña de Massa, con el apoyo de sus gobernadores. ¿Que el AMBA recibe injustificados subsidios al transporte? Es cierto. Los puso el peronismo. Cambiemos recibió un boleto de colectivo en el AMBA que valía $177 (a valores constantes) y lo llevó a $371, desde donde Alberto lo bajó a $64. ¿Dónde estaban los gobernadores? Viajando en “sus” aviones de sanidad provinciales para asistir a pantagruélicos asados a cargo del IVA de la polenta nacional y popular.
Pero miremos adelante: saquemos los subsidios al AMBA y rediscutamos el régimen de distribución federal. Una propuesta razonable sería que el gas y el petróleo dejen de abonar regalías provinciales, ya que no hay motivo por el que deban aportar al bienestar de los niños de Neuquén y no a los de Formosa, mucho más pobres. Otra, que las provincias desarrollen sus sistemas sanitarios o paguen por sus ciudadanos que se atienden en hospitales ajenos. Otra, que los recursos coparticipables tengan un límite (ninguna provincia debería recibir más del triple de lo que aporta, por ejemplo) y debería existir un tope (¿40%?) de financiación del presupuesto provincial por coparticipación y otro (¿33%?) para su uso en salarios. ¡Pongámonos las pilas, compañeros! ¡Chau, feudalismo! ¡Adiós, Gildo Insfrán! Porque no se trata hoy de porteños versus provincianos, como pretende el federalismo populista, sino de las cajas provinciales versus el intento de acabar con la inflación del gobierno nacional.
“Buenos Aires es la capital de un imperio que nunca existió”. La frase de Malraux se ha convertido en una maldición. Acaso no sea tarde para superarla. Acaso no lleguemos a ser un imperio pero sí un país normal si abandonamos el victimismo y compartimos el esfuerzo. Porteños y provincianos. Porque si este gobierno fracasa y vamos a una crisis hiperinflacionaria, nadie va a sufrirlo más que los argentinos pobres que viven en el interior.