El fantasma de Joe McCarthy
PARIS .- ACTUALMENTE, un concepto revisionista sobre el maccartismo gana terreno en la prensa y en los círculos académicos. Ciertos escritores, tanto en Londres como en los Estados Unidos, sugieren hoy que a pesar de todo, la campaña del senador Joseph McCarthy contra los comunistas y sus compañeros de ruta en los Estados Unidos, durante los años cincuenta, se justificaba debido a la infiltración soviética en el gobierno norteamericano.
Hace poco, el diario The New York Times publicó un artículo en el que se cita evidencia extraída de los archivos del régimen soviético, recientemente divulgados, que muestra que, ciertamente, hubo operadores políticos y espías comunistas en los Estados Unidos durante y después de la Segunda Guerra Mundial. El artículo expresó también que esa evidencia desacredita a "muchos iconos de la vieja izquierda", como Julius Rosenberg, Alger Hiss y la "épica" interpretación de la Guerra Civil Española.
Solamente los intelectuales muy jóvenes o muy ingenuos podrían pensar hoy que es una verdadera revelación el hecho de que Julius Rosenberg y Alger Hiss fueron espías, o que la Unión Soviética ejerció una función siniestra y políticamente ventajosa en la Guerra Civil Española. Ernest Hemingway, Arthur Koestler y George Orwell, entre otros, dieron fe de esto último. ¿Dónde han estado esos jóvenes eruditos?
Existen dos mitos sobre McCarthy. El primero de ellos es que fue un fascista al estilo norteamericano que se proponía aplastar a las fuerzas liberales. Ese fue el mito comunista, cuya carga de influencia todavía persiste. El segundo mito, promovido por los defensores de McCarthy, es que el maccartismo tenía que ver con espías y agentes soviéticos o, mejor dicho, intermediarios al servicio de la Unión Soviética.
El maccartismo nada tuvo que ver con espías sino con personas que habían sido miembros del Partido Comunista, o que simpatizaban con el comunismo. Los blancos a los que apuntaba el senador McCarthy fueron los funcionarios del gobierno norteamericano que, durante los años treinta y cuarenta, habían firmado petitorios o se habían sumado a organismos que expresaban ideas pro comunistas. McCarthy acosó al Departamento de Estado con "listas" -constantemente modificadas- de presuntos comunistas o pro comunistas. Persiguió a la Oficina de Información de los Estados Unidos. Algunos de los funcionarios despedidos después de haber sido abandonados por superiores cobardes en otras esferas del gobierno, fueron reclutados por la CIA, en ese entonces considerada la más liberal de las oficinas del gobierno y la que tenía mayor amplitud de miras.
El senador McCarthy logró que se censuraran libros en la biblioteca del Servicio de Información de los Estados Unidos. Hostigó al Consejo de Relaciones Exteriores y a la Universidad de Harvard. Sus blancos preferidos fueron las instituciones del establishment liberal del Este norteamericano. McCarthy fue en parte un producto del resentimiento social. Su campaña para suprimir la libertad de opinión y controlar lo que se pensaba y enseñaba en los Estados Unidos fue azarosa y totalmente oportunista. Eso no tenía nada que ver con los expedientes de los archivos soviéticos. Vincular el maccartismo con el problema del espionaje soviético es algo falaz. No tuvo nada que ver con el caso de Alger Hiss ni con el de Julius Rosenberg.
El maccartismo sobrevino con una tardanza de cuatro años y no pudo gravitar en la iniciativa comunista más importante para ejercer influencia en la política interna norteamericana: la resurrección política del partido Progresista, con el fin de postular a la presidencia -contra Harry Truman- a Henry A. Wallace, el ex vicepresidente que había acompañado a Franklin Roosevelt. Wallace obtuvo un millón de votos. La revista La Nueva República era la voz de la campaña de Wallace.
En esa época en los Estados Unidos había una lucha por el control de ciertos gremios y por ejercer cierto predominio en revistas influyentes y en grupos políticos. En 1948, los anticomunistas liberales combatieron al partido Progresista y a la candidatura de Wallace, y con ese propósito fundaron una nueva organización llamada Ciudadanos Norteamericanos para la Acción Democrática. Otros anticomunistas liberales se esmeraron en superar en materia de organización e inteligencia a la facción comunista que trataba de apoderarse del control de la Agrupación de Veteranos de Guerra de los Estados Unidos, el organismo de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial.
Muchas de las personas más activas en esa lucha provenían del movimiento Demócrata Social, predominantemente judío, muy influyente en ciertos gremios de Nueva York, incluyendo al Sindicato Obrero de Prendas de Vestir Femeninas. Los demócratas sociales tenían un semanario, The New Leader, que durante años fue la principal publicación anticomunista seria e informada de los Estados Unidos.
El senador McCarthy detestaba a los liberales y consideraba que los demócratas sociales y los comunistas eran la misma cosa.
La Asociación de Sindicatos Obreros Católicos combatió el intento comunista de controlar a los estibadores portuarios de Nueva York y a otros gremios cuyos afiliados eran mayormente católicos. Estaba respaldada por la revista católica laica Commonweal (Bienestar público), que tenía ideas liberales respecto de las cuestiones sociales internas mientras que en el plano externo mantenía una posición anticomunista e internacionalista. También atacó al senador católico McCarthy de quien dijo que era una amenaza para las libertades individuales y para la democracia. La revancha de McCarthy no se hizo esperar y los editores responsables de la revista fueron citados a Washington para ser sometidos a un severo interrogatorio respecto de "su denominado catolicismo".
El senador Joseph McCarthy fue un estorbo y un verdadero obstáculo para la iniciativa de desarrollar una lucha seria contra los comunistas en los Estados Unidos, en un momento en que la Unión Soviética trataba de extender su influencia sobre la izquierda europea, y la Guerra Fría recrudecía.
Muchos, en ese momento, creyeron que Joseph McCarthy fue el hombre políticamente más útil que la Unión Soviética tuvo en aquellos años. El efecto del macartismo fue desacreditar el anticomunismo y crearles enemigos a los Estados Unidos.
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