El fanatismo puede más
París.- (Los Angeles Times Syndicate) NO debe esperarse que las naciones tengan, en mayor medida que los individuos, una heroica moderación. Es edificante que ésta exista, pero creer que Paquistán se abstendría de demostrar que también es una potencia nuclear se contrapuso a la naturaleza humana y al oportunismo político.
Uno sólo tiene que imaginar cómo habría reaccionado la opinión pública norteamericana ante una situación como la de Paquistán (o recordar cómo reaccionó cuando la Unión Soviética lanzó el primer satélite orbital en 1957, y envió el primer hombre al espacio).
La política norteamericana de no proliferación nuclear fue absolutamente razonable, como un esfuerzo tendiente a limitar el peligro de que las armas atómicas sean nuevamente utilizadas en una guerra. También es útil a sus propios intereses nacionales, como potencia nuclear "efectiva". Ante los ojos de los demás, ése es su principal defecto. Los Estados Unidos están en contra de la proliferación en el caso de otros, pero no tienen intención alguna de renunciar a sus propias armas nucleares.
Esa no es una política razonable desde el punto de vista de una nación que no está dispuesta a confiar en la benevolencia de las actuales potencias nucleares, o que es enemiga de los Estados Unidos, o que considera que los Estados Unidos mantienen una posición hostil frente a ella. Esa clase de naciones se ve vulnerable ante países rivales vecinos que ya cuentan con armas nucleares aun cuando los Estados Unidos lo desaprueban, como en el caso de la India, o que las han adquirido con la tácita aprobación norteamericana, como es el caso de Israel. Por eso, tanto Irán como Irak quieren ser potencias nucleares.
El criterio norteamericano de imponer sanciones ahora es inútil. Tanto Irán como Irak ya sufrieron durante años las sanciones impuestas por los Estados Unidos y, últimamente, por las Naciones Unidas. Esos países no tienen nada que perder y sí algo que ganar si logran sumarse al club nuclear, junto con la India y Paquistán, o al menos así lo consideran ellos.
La culpa de lo que ocurrió en la India y en Paquistán le corresponde principalmente a la India. Las elites que gobiernan en esos dos países, por más admirables que sean muchos de sus miembros, demostraron desde 1946 ser incapaces de superar una lucha estéril por la posesión de Cachemira, un conflicto que envenenó sus relaciones durante medio siglo.
El gobierno de mayoría nacionalista hindú del primer ministro Atal Bihari Vajpayee, que asumió el poder a principios de este año, es responsable de propulsar el conflicto indo-paquistaní al nivel nuclear, o mejor dicho, a un simbólico nivel nuclear, hasta ahora.
El propio partido de Vajpayee obtuvo sólo el 25 por ciento de los votos en las elecciones nacionales que llevaron a su gobierno de coalición al poder, y realizar pruebas nucleares indudablemente pareció ser un recurso para extender y consolidar su popularidad.
Lo que sí hizo fue incitar a la opinión pública paquistaní a reclamar que su propio gobierno demuestre que también posee armamento nuclear. Después de las pruebas nucleares indias, algunos miembros del gabinete de Vajpayee habían insinuado amenazas respecto de Cachemira. Ahora, posiblemente, habrá un alto nuevamente, con una especie de restablecimiento del equilibrio. Sin embargo, se trata de una situación singularmente peligrosa porque mientras la opinión pública en ambos países es impulsada por un sentimiento nacionalista, éste a su vez es exacerbado por pasiones religiosas.
Paquistán fue creado como un Estado musulmán, aunque siempre fue razonablemente tolerante y tuvo una elite refinada y a menudo muy secularizada. La India fue fundada como un Estado secular, sin una religión establecida.
El éxito de la India respecto de preservar genuinamente instituciones representativas y democráticas durante sus 52 años de existencia -a pesar de la pluralidad de religiones y sectas y la diversidad de su pueblo- mereció la admiración del mundo. Ahora un intolerante nacionalismo hindú, entre cuyos líderes figuran individuos resueltos a someter o a expulsar a los musulmanes y convertir a la India en un Estado hindú, constituye una amenaza contra la tolerancia que, en la práctica, la India experimentaba mayormente hasta ahora.
Es posible, e incluso probable, que puedan restablecerse la estabilidad y una eficaz capacidad de disuasión mutua. La disuasión es incluso más convincente después de haber visto los efectos de las propias bombas. Ninguno de esos países en conflicto podrá obtener racionalmente la más mínima ventaja a partir de una nueva guerra en la que se utilicen armas nucleares, ni tampoco China, el actor callado durante los últimos acontecimientos.
La introducción del fanatismo hindú en la política nacional de la India es más importante que las pruebas nucleares realizadas en las últimas semanas. Está por verse ahora si las pruebas nucleares realizadas por Paquistán intensificarán esa reacción, lo cual podría eventualmente encauzar a los dos países hacia un acuerdo o demostrar si realmente el nacionalismo ocupa ahora la posición de mando.
(Traducción de Luis Hugo Pressenda)
El autor es periodista y columnista norteamericano del Herald Tribune y también se desempeña como corresponsal en Europa de Los Angeles Times.
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