El extremismo sigue creciendo en Europa
A diferencia de Estados Unidos, Europa no se ha recuperado de los cimbronazos de la dura crisis de 2008. En lo económico, sigue anémica. Sin crecer. En lo político, contiene demasiado descontento y ha generado una profusión de confundidos.
Ocurre que no ha podido dejar atrás algunas preocupaciones graves que la perturban. Como el largo estancamiento de sus niveles de ingresos, las altas tasas de desocupación, el estancamiento de sus niveles de vida y la creciente inseguridad personal. A lo que ahora se agrega una profunda inquietud por la defensa de su identidad, que muchos sienten amenazada por la ola de inmigrantes que llega, cual avalancha, desde el norte de África y Medio Oriente. Por eso el alto pesimismo europeo acerca de su propio futuro, que hoy afecta al 58% de los alemanes, al 68% de los británicos y al 85% de los franceses.
Por eso también la frustración de muchos respecto de las posibilidades reales de la política para poder salir de la mediocridad que hoy alimenta el crecimiento de los extremismos. Situación particularmente evidente en Hungría, donde el partido del primer ministro Viktor Orban (el "Jobbik") está abrazado a un nacionalismo enfermizo con tendencias xenofóbicas preocupantes que hasta proyectan sombras oscuras, como la del anti-semitismo. No sorprende entonces que su controvertido líder profese admiración por la forma en que Vladimir Putin ejerce su liderazgo en Rusia. Con mano dura y autoritarismo. Ni que, en Polonia, el partido de gobierno: "Derecho y Justicia", liderado por Jaroslaw Kaczynski, esté siguiendo las huellas del "Jobbik" húngaro. En ese ambiente está asimismo creciendo el neo-nazismo, fenómeno particularmente inquietante en Austria y en Grecia y que afecta a una docena de países europeos.
Las recientes elecciones regionales en Francia parecen haber confirmado dos cosas: que la apatía se ha instalado en la política de ese país de modo alarmante y que los extremismos siguen creciendo.
A diferencia de Estados Unidos, Europa no se ha recuperado de los cimbronazos de la dura crisis de 2008
Comencemos por la apatía. Más de la mitad de quienes estaban en condiciones de votar en la primera vuelta de las elecciones regionales francesas no lo hicieron. Entre ellos, el 60% de los obreros y el 70% de los estudiantes. Concretamente, entre los jóvenes de menos de 25 años, un 64% simplemente no fue a votar. Un 83% de esa particular franja de la población manifiesta no tener confianza en la política, razón por la cual le da la espalda. La ignora, más bien, suponiendo que allí su voz no puede ser escuchada. Desencantada, no encuentra opciones que la contengan. De alguna manera se siente abandonada a su suerte y desganada.
Recordemos que Francia tiene una alta tasa de desocupación, del 10,8%. Pero esta es, entre los jóvenes de menos de 25 años, realmente astronómica: del 24,7%. Uno de cada cuatro jóvenes franceses de menos de 25 años, pese a buscarlo, no encuentra trabajo.
El verdadero "ganador" de la primera vuelta de las elecciones regionales francesas resultó entonces el ausentismo. Pero en la segunda vuelta, frente al peligro inminente de un triunfo del FN, la concurrencia a votar creció notablemente. Así la abstención, que en la primera vuelta fue del 50,09%, bajó en la segunda al 42%. Cuatro millones adicionales de franceses se decidieron finalmente a cumplir con su deber cívico. Y el FN y sus líderes fueron inapelablemente derrotados, sin poder alzarse con ninguna de las regiones de Francia. Una vez más, el FN, como en marzo pasado cuando las elecciones departamentales, fracasa en la segunda vuelta. Lo que sugiere que cuando polariza, pierde.
Entre los que votaron en la primera vuelta, Francia se dividió esta vez en tres. El triunfo correspondió al Frente Nacional (FN), que obtuvo el 29 % de los sufragios totales. Hablamos del movimiento extremista de Marine Le Pen, que se presenta como "alternativa" a un sistema político que califica de agotado e incapaz de proponer alternativas que atraigan a los ciudadanos.
Detrás del FN se ubicaron, siempre en la primera vuelta francesa, el centro (los republicanos) y la izquierda (los socialistas), en ese orden. Pero lo cierto es que el FN apareció como la primera fuerza política de Francia en la primera vuelta de las elecciones regionales, las últimas de nivel nacional antes de las elecciones presidenciales del 2017. En la segunda vuelta, el FN sufrió -en cambio- una serie de claras derrotas. Encontró su techo.
El ascenso del FN parece estar alimentado tanto por el miedo al terrorismo islámico -que ha crecido significativamente desde los atentados en Paris del 13 de noviembre pasado- como por el temor a la "islamización" de Francia. Desde la elección parlamentaria de 2014, el temor ha sido constante, impulsado por un resentimiento que a veces hasta huele a cólera. Egoísta e intolerante, está edificado sobre sentimientos y no sobre la racionalidad. Que, además, es proclive a los mitos. Y que seguramente no advierte que un triunfo del FN supondría una suerte de "salto al vacío", ni que su presencia genera inestabilidad institucional, desde que conforma un "tripartidismo" que está lejos de ser el ideal cuando de asegurar gobernabilidad se trata.
Hablamos, entonces, de una alternativa peligrosa que -envuelta en un barniz de presunto patriotismo- crece a la sombra de la decadencia de la política tradicional. Mientras tanto, algunos políticos se dedican a preservar privilegios, en una guerra de egos que genera un fuerte rechazo social. Aprovechando la impotencia de los partidos tradicionales, el FN se presenta a sí mismo como la alternativa del "voto útil".
Las recientes elecciones regionales en Francia parecen haber confirmado que los extremismos siguen creciendo
El FN, recordemos, nació en 1984, en tiempos de Francois Mitterand, y se multiplicó exponencialmente bajo la presidencia de Francois Hollande, hasta ocupar el centro mismo de la escena en la primera vuelta de las recientes elecciones regionales francesas.
El mensaje simple del FN sostiene que es necesario dejar de perjudicar los pobres por proteger a los inmigrantes. Curiosamente, propone una regresión a un pasado pretendidamente mejor. Visión que -salvando las distancias- comparte con el fundamentalismo islámico, cuyas recetas también apuntan a volver al pasado. Regresión que, en el caso del FN, incluye proponer la resurrección del franco, para devaluarlo enseguida entre un 20 y un 25 %. Como si ello no pudiera generar una inmediata "guerra de devaluaciones". También aspira a renegociar los tratados sobre los que se ha edificado a la Europa unificada, lo que supone abrir una Caja de Pandora. Eso es nada menos que interrumpir la construcción de la identidad europea.
La presencia en el escenario político francés del FN -al que Alicia Dujovne llama, con razón, "la imagen invertida del fundamentalismo"- es enormemente perturbadora y muestra hasta qué punto hay inestabilidad en el clima político de uno de los países centrales de la Vieja Europa.
Tras el agónico frenazo al FN, se pueden sacar al menos dos conclusiones. Primero, el FN no ha desaparecido. Su peligrosidad tampoco. En rigor, su caudal de votos creció en la segunda vuelta de las recientes elecciones regionales. Sigue siendo una amenaza para la democracia. Y unos 6,8 millones de franceses lo votaron. Segundo, Francia necesita con urgencia una renovación en su vida política.
Para sobreponerse al fascismo hace falta enfrentarlo con un lenguaje simple, directo, que explique a todos por igual lo que ese fenómeno realmente significa. Pero me pregunto si para una nación no es también importante poder identificar proyectos concretos, que de pronto pueda emprender conjuntamente, con objetivos de corto plazo que convoquen, entusiasmen y aúnen voluntades, de modo de alimentar la marcha común. De alguna manera con convocatorias como las de Mauricio Macri. Esto es, tratar de sumar al diálogo abierto, en el plano de las ideas, el impulso unificador de la acción. No detenerse, ni flotar, en pocas palabras. Tomar conciencia de que se piensa mientras se camina, de cara al futuro.