El éxito de Obama, el fracaso demócrata
En veinte días Barack Obama habrá dejado la Casa Blanca. Con niveles de aprobación cercanos al 60 por ciento, Obama le dejará a Donald Trump un país con un horizonte de crecimiento económico y social muy distinto del que recibió de George Bush. En sus ocho años de gobierno, Obama rescató una economía en crisis, puso en marcha un programa de recuperación, introdujo la reforma sanitaria, alivió la situación migratoria de muchos ilegales, redujo la presencia militar en el exterior, negoció un acuerdo nuclear con Irán, comprometió a su país a luchar contra el cambio climático, avanzó firmemente en la negociación de acuerdos comerciales en Asia y en el Atlántico, normalizó las relaciones con Cuba y, claro, se deshizo de Osama bin Laden. Alcanzó sus éxitos negociando, escuchando y, sobre todo, hablando: su elocuencia y elegancia retórica serán cada vez más valoradas a medida que Donald Trump nos inunde de mucho ruido y pocas señales.
Pero Obama no pudo transformar Estados Unidos como le hubiera gustado. Es cierto, la pobreza ha disminuido, pero la desigualdad sigue en aumento. El racismo no terminó con su arribo a la Casa Blanca, por el contrario, cobró un nuevo impulso. La polarización política está hoy en uno de sus puntos más altos. Es más, la aprobación promedio de Obama a lo largo de sus ocho años fue la más polarizada, política y racialmente, desde la presidencia de Dwight Eisenhower.
Más importante aún, Obama no pudo transmitir su promesa de cambio a Hillary Clinton. Dejó de lado las bases de su partido, principalmente los trabajadores, y planeó una campaña para un Estados Unidos multicultural y multirracial que aún no existe del todo. En sus ocho años de gobierno, más de mil demócratas perdieron elecciones y la mitad de los estados está bajo el control de los republicanos.
El éxito de Obama fue casi inversamente proporcional al fracaso del partido. Su política exterior recibió aplausos en comparación con la herencia que recibió de George Bush. Pero se precipitó en Libia, se quedó a mitad de camino en Siria y no pudo sacar a Israel y Palestina del pantano en el que se encuentran.
Si la métrica para evaluar a Obama es compararlo con la herencia recibida, su administración dejó un país más próspero hacia adentro y más respetado hacia afuera. Si la métrica fueran sus palabras y sus aspiraciones, y las de muchos ciudadanos, el camino por andar es extenso. Más aún cuando su sucesor basó su campaña en la promesa de dar marcha atrás en muchas cosas, y buenas, que hizo Obama. La alegría no es sólo brasileña ni el péndulo es sólo argentino.