El euro, un riesgo para Washington
PARIS.- EL lanzamiento con éxito de la moneda única europea, el euro, ha suscitado dos comentarios norteamericanos de tono diferente, uno y otro incapaces de captar un factor esencial como es el hecho de que el euro existe no para americanizar una economía europea, sino para impedir su americanización.
El comentario norteamericano, en general, ha presumido lo contrario. Los conservadores felicitan a los europeos por situarse a la altura de los Estados Unidos. Los liberales advierten a los europeos contra los peligros del modelo norteamericano. Unos y otros se equivocan acerca de los designios del euro.
La posición oficial de Washington fue formulada por Robert Rubin, secretario del Tesoro, al decir que "lo que es bueno para Europa es bueno para nosotros, y una Europa fuerte nos conviene". Las compañías norteamericanas se beneficiarán. El comercio transatlántico se intensificará.
Este argumento es políticamente necesario -Washington poco puede hacer contra el euro- y se exterioriza como una forma de tranquilizar a los empresarios y políticos de los Estados Unidos.
Hay en esto, ciertamente, un elemento semejante a la actitud del que silba en la oscuridad. Pienso que la aparición de una fuerte moneda europea podría revelarse, con el transcurso del tiempo, como un beneficio para los Estados Unidos, pero siempre que la sociedad norteamericana se encuentre favorecida por el hecho de haberse incorporado a un sistema internacional pluralista y equilibrado, con más de un centro de poder. Pocos de los actuales líderes de los Estados Unidos son de ese parecer.
La mayor parte de los funcionarios y comentaristas norteamericanos reconocería que en el corto o mediano plazo el euro se constituirá en un riesgo para los Estados Unidos. La nueva moneda no solamente desafía el predominio del dólar en el concierto mundial, sino que podría originar presiones inflacionarias en los Estados Unidos al debilitar el valor del dólar, con el consiguiente encarecimiento de los costos para las importaciones norteamericanas (mientras aumentan las ganancias provenientes de las exportaciones de los Estados Unidos).
Lester Thurow, del Massachusetts Institute of Technology, ha señalado que, entre otras consecuencias desagradables para la economía norteamericana, podría originarse una corrida del dólar provocada por el fortalecimiento del euro.
El segundo comentario ofrecido por los norteamericanos viene de los liberales, que previenen a los europeos contra la idea de estructurar Europa con arreglo al modelo capitalista de los Estados Unidos. El secretario de Trabajo de la primera administración Clinton, Robert Reich, escribió la semana pasada en el periódico londinense The Observer que "el euro es un gran paso hacia la americanización de la economía europea". Y agregó: "Que puede ser un gran retroceso respecto de la clase de sociedad que la centroizquierda considera ideal".
Distinta filosofía
Reich interpreta lo que dicen algunos banqueros y políticos de Europa sobre el euro como una evidencia de que los reformistas monetarios europeos están tratando de crear un sistema europeo de negocios que se parezca al modelo corporativo norteamericano, caracterizado por la dependencia de los grandes accionistas, por el downsized , los bajos niveles de seguridad y la fluidez.
Recuerda a los europeos que los salarios reales en los Estados Unidos son actualmente más bajos que hace una década, que el horario laboral promedio se ha incrementado y que la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado. Argumenta que la prosperidad norteamericana se basa actualmente en los bajos precios de los artículos de primera necesidad y en la frenética e insaciable especulación del mercado bursátil.
Es verdad que algunos directores de empresa y banqueros europeos hablan como si estuvieran en favor de la americanización de la economía europea. Pero muchos de ellos admiten que no se proponen esa meta.
Ellos comprenden algo que los norteamericanos en general no perciben. La nueva moneda europea se ha establecido para proteger el modelo social europeo y la soberanía industrial y tecnológica europea contra las presiones de la competencia norteamericana, así como para la protección de las características y valores particulares que diferencian a la sociedad europea de la sociedad norteamericana.
Aunque la idea de una moneda única europea se ha discutido durante mucho tiempo, la actual divisa común se debe sobre todo a la gestión de Helmut Kohl, de Valéry Giscard d´Estaing, el ex presidente de Francia, y de Helmut Schmidt, que era canciller de Alemania en la década del setenta.
Los dos últimos urgieron a la Comunidad Europea a establecer un sistema monetario para la unificación de las divisas nacionales y a crear la unidad monetaria común europea, el ecu, que fue el predecesor del euro. El señor Kohl, durante la última década, cuando era la figura política más destacada de Europa, tomó la iniciativa para convertir el ecu en una moneda real, reemplazando las monedas nacionales de once países separados.
Schmidt y Giscard d´Estaing
El señor Schmidt es un social-demócrata y el señor Giscard d´Estaing, una figura de centro con espíritu social. El canciller Kohl es un democristiano. Ninguno de ellos representa la filosofía económica "neoclásica" asociada con Margaret Thatcher y Ronald Reagan (y en cierto modo modificada por Tony Blair en Gran Bretaña hoy, y Bill Clinton en los Estados Unidos). Pertenecen a una tradición intelectual, y hasta podríamos decir moral, diferente, en cuanto defienden el modelo social europeo de "solidaridad", incluso los sistemas de salud y pensiones, representación laboral y gestión gubernativa.
Esa es la tradición de la que proviene el euro. Las once naciones de Euroland evidentemente se proponen que la nueva moneda promueva las eficiencias industriales y la reforma de las políticas sociales ineficaces o irrelevantes en sus países. Pero no está en sus designios la americanización de la economía europea.
Ellos quieren la moneda única, la integración industrial, fronteras abiertas y el mercado europeo en toda su amplitud, que les brindará gravitación industrial y económica e influencia para mejor competir con los Estados Unidos. El propósito de todo ello es defender su modelo de sociedad, no renunciar a él.
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