El eterno retorno de las pantallas a un pasado perfecto
Una y otra vez, las ficciones norteamericanas vuelven a los años 50 y 60, en tono festivo, nostálgico o desencantado
La cultura de masas estadounidense parece estar obsesionada por ese momento de transición entre los años 50 y 60, cuando el sueño americano gozaba de buena salud y todavía ningún soldado había regresado de Vietnam dentro de un ataúd. Cada vez que un personaje de ficción norteamericana tiene la posibilidad de viajar al pasado, termina indefectiblemente aterrizando en esa época donde los coches emulaban a las estilizadas naves espaciales de Weird Science y los bares servían milkshakes a adolescentes con acné que soñaban al ritmo de Bill Haley, Elvis, Chuck Berry y Buddy Holly.
Peggy Sue Got Married (conocida en la Argentina como Peggy Sue, su pasado la espera) es un largometraje dirigido por Francis Ford Coppola en el que se plantea un retorno al pasado sin ningún tipo de mediación tecnológica. Corre el año 1985 y Peggy Sue (Kathleen Turner) es una mujer que lleva una vida complicada y está a punto de divorciarse de Charlie (Nicholas Cage) a causa de una infidelidad. La noche en que se festeja el 25º aniversario del baile de graduación -ese rito que señala el pasaje de la adolescencia escolar a la vida adulta-, Peggy se desvanece para reaparecer en 1960. A partir de ahí, Peggy revive, ahora como adulta, la despreocupada vida de adolescente que llevaba en esa época y las relaciones con su familia, desde el conservadurismo de sus padres hasta el amor casi olvidado de sus abuelos. En su retorno al pasado Peggy mantiene una relación con el chico rebelde de la clase y redescubre su amor por Charlie. De la misma forma en que viajó al pasado, Peggy se despierta en 1985 rodeada por los suyos y dispuesta a reconciliarse con Charlie.
El retorno a los años 60 no era precisamente nuevo en la filmografía de Coppola: The Outsiders (1983), una de sus dos películas basadas en las novelas de S. E. Hinton (la otra es Rumble Fish), también había explorado la vida de los adolescentes en esos años.
Otra obra en este mapa del eterno retorno a los años 50 y 60 es Pleasantville (Gary Ross, 1998). Este largometraje cuenta la inmersión de los hermanos David y Jennifer en el mundo de Pleasantville, una sitcom en blanco y negro que se emitía en 1958. David y Jennifer se convierten en los hijos de los Parker, una típica familia estadounidense que vive en un mundo de dobles discursos, hipocresías y represiones. Algunos personajes de Pleasantville, inspirados por David y Jennifer, comienzan a demostrar sus emociones, rompiendo la pacatería que regulaba sus relaciones sociales. El mundo de Pleasantville comienza a deshilacharse, los personajes se liberan y la pantalla pasa del blanco y negro al color. Pleasantville nunca volverá a ser lo que era.
Memoria de los años dorados
Sin embargo, la obra por excelencia que revisa los años dorados del sueño americano es sin duda Back to the Future (Volver al futuro). La trilogía de Robert Zemeckis es un clásico a todos los efectos; su primera parte es considerada una pequeña obra maestra que combina dosis equilibradas de ciencia ficción, comedia y toques freudianos. Esta saga que marcó a más de una generación concentra la mayor parte de los objetos y lugares que configuran el tiempo que nos ocupa: los drive-in movies, los skateboards, la ciencia ficción de clase B, el rock'n'roll, los bares que frecuentaban los adolescentes, el baile de graduación, las bandas rivales que se enfrentan o la expansión urbana de los suburbios. Todo el universo del sueño americano confluye en la trilogía de Zemeckis. Años después, otro personaje inolvidable de este director, Forrest Gump, volvería a caminar (¡y también a correr!) por esos mundos.
Mientras en Back to the Future Marty McFly (Michael Fox) "inventaba" el rock'n'roll al tocar "Johnny Be Goode" durante el baile de graduación donde su padre se le declaraba a su madre, en Peggy Sue Got Married asistimos a una escena similar cuando Peggy le escribe y regala a Charlie una canción que no es otra que "She Loves You" de los Beatles. Los años del sueño americano, si no existieran, deberían ser inventados.
¿Por qué la cultura de masas estadounidense vuelve una y otra vez a la misma coyuntura histórica? Entre los años 50 y 60 el sueño americano llegó a su punto de máxima realización. El relato colectivo que había sido cultivado desde el nacimiento de Estados Unidos en 1776 -basado en valores como conquista, frontera, igualdad de oportunidades, libertad, esfuerzo y, al final, la ansiada recompensa individual- se solidificó después de la Segunda Guerra Mundial. El país surgió de las ruinas humeantes de Europa y Japón como la primera potencia mundial, el indiscutible guardián de la libertad y la democracia capaz de inundar el planeta con nuevas mercancías, desde aspiradoras aerodinámicas hasta los productos Avon que vendía Peg Boggs (Diane Wiest) en Edward Scissorhands. El american way of life para todos. Pero a esta narrativa le faltaba algo. Todo relato necesita un buen oponente, un otro a quien enfrentarse. Frente a América -única y con mayúsculas- se alzaba el malvado Imperio soviético con su gris y aburrido colectivismo. La Guerra Fría, el fantasma del hongo nuclear y la carrera espacial fueron el condimento (y complemento) ideal del sueño americano.
Un detalle: el american way of life no sólo se exportó a otros países y continentes, sino que también partió a la conquista del tiempo. Como una forma superior y excluyente de desarrollo, era un estilo de vida universal que podía instaurarse tanto en el pasado (Los Picapiedras) como en el futuro (Los Supersónicos). Un american way of life para todas las épocas.
Como todo sueño, también éste tuvo su despertar. La llegada a la Luna en julio de 1969 no alcanzó a tapar la muerte de JFK ni la derrota en Vietnam. En 1970 John Lennon repetía una y otra vez que "the dream is over" ("God") y, ya entrados en los años 80, el cómic se encargó de enterrar definitivamente los sueños de esa sociedad. En una viñeta de Watchmen (Moore-Gibbons) asistimos al siguiente diálogo entre dos superhéroes viejos y decadentes mientras reprimen una manifestación opositora:
-Búho Nocturno: ¿Qué le ha pasado a América? ¿Qué ha sido del sueño americano?
-El Comediante: Se ha hecho realidad. Ahora mismo lo estás viendo.
En el fondo no resulta extraño que una vez desaparecido ese mundo feliz, el imaginario social -ayudado por la industria audiovisual más potente del mundo- vuelva a visitarlo cada vez que puede, ya sea a bordo de un DeLorean tuneado (Back to the Future) o a través de un mágico control remoto de televisión (Pleasantville).
En los últimos años los retornos al pasado han tenido un carácter menos festivo, ya que comienzan a filtrar las profundas grietas que atravesaban esa construcción simbólica. Mad Men pasó revista de manera obsesiva y detallada a la América de posguerra. Si su personaje central -el publicista Don Draper (Jon Hamn)- es un excombatiente de Corea que arrastra desde la guerra un secreto que lo atormenta, también la serie es como un iceberg social que sólo deja ver una pequeña parte. La historia de Estados Unidos entre los años 50 y 70 se cuela en cada episodio de Mad Men, desde la campaña de JFK hasta su muerte en Dallas, las revueltas en Berkeley o la llegada a la Luna.
Como es habitual en la obra maestra de Matthew Weiner, todo es muy fragmentado y prevalece lo no dicho. Weiner nos deja ver, de manera sutil, las fisuras y contradicciones que se escondían detrás (o mejor sería escribir "dentro") del sueño americano. Como las publicidades creadas por Don Draper, detrás del fulgurante brillo creativo de sus ideas se escondían los monstruos y contradicciones más temibles de esa sociedad.
El autor es profesor de la Universitat Pompeu Fabra, de Barcelona. Twitter: @cscolari