El Estado te salva, solo cuando es eficiente
No es nuevo que el Gobierno cometió infinidad de errores en la gestión contra la pandemia. En las últimas semanas, luego de anuncios fastuosos, estamos asistiendo a un alarmante escenario por la falta de vacunas. La Argentina se encuentra en el lugar N°49 entre los países que ya están vacunando, y en la medida que no aparezcan más vacunas seguiremos descendiendo. Hoy no superamos los 10 mil vacunados por jornada y, a 45 días de lanzar el plan de vacunación masiva llamado a ser histórico, aún no vacunamos la mitad el personal sanitario, estimado en 700 mil personas. Si tomamos en cuenta los anuncios del Gobierno, en la campaña anunciada en diciembre, ya deberíamos tener a más de cinco millones de vacunados. Nada de eso ocurrió.
Mientras tanto, del otro lado de la cordillera, Chile, con 18 millones de habitantes, marcha a paso acelerado su plan de vacunación, superando los 600 mil vacunados en menos de una semana.
Durante los primeros meses de pandemia, el presidente Alberto Fernández solía realizar comparaciones sobre los resultados de la Argentina con otros países, donde exponía el supuesto "éxito" local sobre los malos indicadores de otras naciones. Chile, un característico modelo de país con una economía libre de mercado consolidada, era uno de los blancos preferidos del kirchnerismo porque superaba a la Argentina en cantidad de contagios.
"Te salva el Estado, no el mercado", publicaban en las redes muchos funcionarios y militantes kirchneristas para marcar diferencias ante el supuesto fracaso del país donde las leyes del mercado rigen con mayor libertad. Sin embargo, en esos meses, algunas pocas voces alertaban que Chile podría tener más casos porque lideraba la región en cantidad de testeos, y tenía un mayor control e información. De hecho, el gobierno chileno se anticipó a la pandemia adquiriendo los tan requeridos test, que, ante la demanda mundial, al poco tiempo comenzaron a escasear. El 11 de febrero del año pasado, mientras el ministro de Salud, Ginés González García, decía que el virus no iba a llegar a la Argentina, Chile adquiría un millón de pruebas de PCR, y rápidamente se puso a la cabeza de los países que más testeaban en la región en promedio por cantidad de habitantes.
También, en julio pasado, cuando el presidente argentino exponía con dudosas comparaciones a Chile por el manejo de la pandemia, ya había emisarios chilenos avanzando en precontratos con laboratorios chinos, americanos y británicos para garantizarse vacunas apenas estén aprobadas.
El presidente trasandino, Sebastián Piñera, es catalogado despectivamente por el autodenominado "progresismo" argentino como un hombre de derecha, un neoliberal. Seguramente lo sea, pero si hay algo para rescatar de su gestión es que no antepuso ninguna ideología al plan de vacunación que fue encarado como de "interés nacional".
Días atrás, un artículo publicado en New York Times mostró cómo las potencias mundiales se pusieron primeros en la fila de compra de las vacunas para combatir la pandemia del coronavirus. Al revisar la lista, mezclado entre países desarrollados, detrás de Canadá, Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Europea y Australia, apareció sorpresivamente Chile, que adquirió vacunas de un laboratorio americano, 10 millones de vacunas a Pfizer, y también compró cuatro millones de vacunas chinas Sinovac, que son las que se están aplicando. Están a la espera de más.
En total, Chile firmó contratos con Pfizer, Sinovac, Johnson & Johnson y AstraZeneca y se encuentra en negociación abierta con Moderna. Pero, anticipándose a un problema, el posible incumplimiento del contrato de parte de los laboratorios, como le sucede a la Argentina con la Sputnik V, en el Ministerio de Salud de Chile entendieron que debían avanzar en varios frentes para garantizarse 36 millones de vacunas este año, a razón de dos por habitante, realizando precontratos a su debido tiempo y adelantando pagos.
Chile, en todos sus niveles, tomó el plan de vacunación como una política de Estado que distribuye responsabilidades en todos los municipios, sin importar el color político de su administración. Habilitaron estadios, plazas, clubes y escuelas como postas de vacunación y tomaron un camino que apunta a cumplir la meta de vacunar a los grupos prioritarios, unos 5 millones de personas para fines de marzo, y a 15 millones de personas en julio, el 80% del total de sus 18 millones de habitantes.
Tienen claramente definido la priorización que van a utilizar para ir administrando las vacunas y el portal web del gobierno le ha dado prioridad al calendario de vacunación. Cuentan con una infografía donde señalan a qué grupo etario y a qué profesionales les toca asistir a vacunarse, qué día y dónde. Allí se da a conocer, por ejemplo, que los adultos mayores entre 80 y 84 años se podrán vacunar hoy martes 9 de febrero.
Pueden hacer eso simplemente porque tienen vacunas. No hay militantes políticos anotando en la calle, ni "militando" la vacuna, como se ve en la provincia de Buenos Aires con militantes de La Cámpora y el Frente de Todos, ni tampoco alcaldes colándose para obtener una vacuna para "dar el ejemplo". Nadie les pide tanto heroísmo, porque decidieron no colorear con épica al plan de vacunación, sino simplemente gestionarlo bien.
Chile la pasó mal con el Covid, tuvo picos fuertes de contagios con días que alcanzaban los 20 mil casos. Hoy promedia tres mil contagios diarios y supera los 19 mil casos fatales, que pueden ser más, por retraso en la carga. Es un país con problemas y demandas sociales como cualquiera de la región. Aún está fresca en la memoria de los chilenos las marchas multitudinarias de protesta que derivaron en un plebiscito para reformar la constitución con la activa participación de un sector de la sociedad en demanda de más derechos y un Estado más presente.
Chile no es un paraíso, ni mucho menos, pero su gestión para tratar la pandemia nos está dejando una lección porque, si bien es cierto que el Estado presente es importante y, si se quiere, "te salva" ante una emergencia social, como dice la militancia kirchnerista, esto solo puede ocurrir cuando se trata de un Estado eficaz, que gestiona más de lo que alardea.
De lo contrario, termina siendo solo una consigna más, absolutamente vacía de contenido.