El Estado no es la lámpara de Aladino
Las sociedades se conformaron a partir de la interacción de personas cumpliendo funciones diferentes y complementarias (Platón; Adorno). Y cuando esa interacción necesitó de instituciones que la regularan apareció el Estado moderno (Hobbes; Locke). Realidades construidas en una interacción virtuosa entre ideas y prácticas; siendo las ideas las que les otorgan sentido. Portantiero y De Ipola dirán que tanto la sociedad como el Estado “no habrán de ser otra cosa que productos de la razón”. Y en cuanto al Estado, para Weber no será “otra cosa que desarrollos y entrelazamientos de acciones específicas de personas individuales”.
Ideas necesarias para desmitificar las fantasías de muchos argentinos en cuanto a su concepción del Estado: una figura mágica semejante a “la lámpara de Aladino”, que con solo frotarla satisfaría todos los deseos sin preocuparse por los recursos.
Nuestro Estado toma forma a partir de Caseros y de la Constitución de 1853. Siguió construyéndose con los gobernantes de la década del 80, quienes crearon tanto instituciones básicas como condiciones para generar una riqueza que ubicó a nuestro país entre las potencias económicas del mundo. A partir de 1983, el Estado estuvo fundamentalmente en manos de radicales y peronistas, con diferencias de principios y formas de actuar, pero con resultados similares en cuanto al estancamiento económico y la pobreza.
Los radicales, poniendo énfasis en derechos derivados del liberalismo político, descuidando promover las condiciones para generar la riqueza necesaria para atender esos derechos. A diferencia de la socialdemocracia europea, que interviene para preservar la creación de una riqueza que ya venía generándose desde la revolución industrial, con una empresa privada legitimada en su papel productivo.
En cuanto al peronismo, puso énfasis en los derechos y bienestar de los trabajadores, pero sin acertar en una política sustentable de desarrollo económico. Agotadas la sustitución de importaciones y la “revolución productiva” de Menem, se dejó ganar por una visión kirchnerista que combate a la empresa privada, creadora de riquezas y de empleos genuinos, única capaz de aportar los ingresos para financiar los gastos del Estado con el pago de sus impuestos.
La concepción mágica que la ciudadanía tiene del Estado le dificulta castigar con su voto a una clase política que gasta más de lo que recauda (al no promover inversiones productivas) y que destina recursos que no tiene (los que suple con préstamos o emisión) para atender un descomunal asistencialismo derivado de la falta de empleo. Clase política que responde a esa concepción mágica aumentando el tamaño del Estado a un nivel que, además de innecesario, resulta tortuoso.
Aumento del tamaño que a veces solo busca dar empleo a amigos y correligionarios, pero que en otras lo hace para distribuir privilegios entre diferentes tendencias dentro de una fuerza gobernante, llegando al extremo de “lotear” el Estado para lograrlo. También se lo aumenta para atender la creciente masa de asistidos (derivada del estancamiento económico); los que aportan un voto cautivo útil para perpetuarse en el poder. Proceso que llega a niveles delictivos cuando se observan apropiaciones de recursos públicos en las más diferentes categorías de funcionarios, como surge de los cuadernos de Centeno o de las maniobras de una simple directora nacional para reparar violaciones de derechos laborales de una empleada en su hogar.
Sociólogo