El Estado Maternal o la doble destrucción de la educación
La pandemia puso en escena tanto la imposibilidad de acceder a las aulas como las contradicciones del sistema universitario y científico
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En mayo de 2020, la Jefatura de Gabinete publicó El futuro después del Covid, donde la antropóloga Rita Segato ponderaba el “Estado maternal” de Alberto Fernández, que había dictado la cuarentena temprana en marzo y puesto el cuidado de las familias como prioridad. Aunque buscaba oponer maternal a patriarcal, elevándolo a un nuevo orden feminista, sin advertirlo Segato propuso un esquema psicológico que explicaría muchas acciones y perversiones posteriores del Gobierno.
No era la primera vez que la novedad de Alberto aparecía asociada a una primacía femenina. El coqueteo con una feminización presidencial ya estaba presente en el “volveremos mujeres” (el cuidado lapsus con el que Alberto festejó el triunfo, indicando a su vez que no volverían mejores), y también en otra lectura, abundante en el análisis político, donde Alberto es caracterizado como el receptor pasivo, femenino, del fecundo vigor electoral de la vicepresidenta. En su faceta presidencial, Alberto siempre jugó a “atender los dos teléfonos”: en esa cualidad bi radicaba su fuerza para unir a los argentinos. Según Rita Segato: “Alberto nos pide aunarnos […], dice que nos va a proteger y que va considerar las necesidades materiales en su desigualdad. Es por eso que he dicho que parece encarnar un Estado maternal.”
Lo interesante de esta idea del Estado Maternal, de un “Alberto Mamita” que te quiere y te cuida, es que se verificó, en efecto, en la infantilización de la sociedad propulsada desde el Poder Ejecutivo y sus voceros, con un manejo del biopoder que a la vez borró de su consideración a los niños verdaderos. Con el dictado de la cuarentena inicial, se cerraron las escuelas; un año después, cientos de miles de niños argentinos aún siguen sin clases, con escuelas y jardines de infantes cerrados, mientras otros asisten con protocolos absurdos. Este es el núcleo del libro No esenciales de María Victoria Baratta, el análisis de un año desquiciado donde ese Estado Maternal arrasó con los derechos de la infancia.
No esenciales toma forma por capas: es la voz de una intelectual disidente, y una crónica de guerra en las trincheras contemporáneas (Twitter) por la educación, el bastión último del progresismo. Otra capa del libro es la desesperación que lo recorre: las madres reales que, bajo “Alberto Mamita”, debieron hacerse cargo de la educación de sus hijos, y el surgimiento de una comunidad civil que interpela al poder político, Padres Org. No esenciales es, también, un retrato de familia del campo intelectual argentino y dos estilos de supervivencia en el Estado Maternal: los que viven entre extasiados y temerosos del castigo de esa Mami Estatal ante la cual sólo se puede obedecer o callar, y las hijas e hijos pródigos, rebeldes, que buscaron defender sus derechos y los de sus hijos.
Atar los contagios a la obediencia (o no) a su palabra es un clásico de la pandemia albertiana, aunque esta vez era el Covid presidencial el que se diseminaba sobre el micrófono: Alberto es un enfermo contagiado hablándole a los sanos, un “cuidadano” fallido que circula sin barbijo y no logra reconocerse como uno de los réprobos de su propio discurso.
María Victoria Baratta es una rebelde con causa: aunque forma parte del Conicet, su libro exhibe cómo tener discusión racional en torno a evidencia científica se ha convertido en una tarea imposible incluso dentro del sistema científico. La aventura de perseguir una idea hasta su conclusión lógica por medio de argumentos y evidencia se encuentra vedada a menos que se profese la misma ideología. Es decir, según qué relación se establezca con el Estado Maternal, que sólo tolera la obediencia o el murmullo bajo, disciplinado y discreto, a puertas cerradas, si es que llegan a surgir diferencias entre lo que piensa el individuo y lo que el Estado desea que se piense.
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¿Qué clase de madre desplegó el “Estado Maternal”? ¿Cómo es la relación de “Alberto Mamita” con sus hijos? (Los high society peronista y los militantes teens son sin duda los más mimados, los vacunados.) Al anunciar las nuevas restricciones, Alberto se ocupa de marcar que, si bien “algunos lo escucharon” (y las reservas de viajes cayeron), otros siguieron sin cuidarse y bueno, si hay que tomar medidas es por culpa de ellos. Atar los contagios a la obediencia (o no) a su palabra es un clásico de la pandemia albertiana, aunque esta vez era el Covid presidencial el que se diseminaba sobre el micrófono: Alberto es un enfermo contagiado hablándole a los sanos, un “cuidadano” fallido que circula sin barbijo y no logra reconocerse como uno de los réprobos de su propio discurso.
Viajemos unos meses hacia atrás: corre agosto 2020, o repta. Es la sexta o séptima prolongación de la cuarentena, el Día de las Infancias. El parte de muertos por Covid-19 va por cadena nacional: junto a Carla Vizzoti se sienta una payasa profesional. El reporte del Ministerio es el preludio para el show de la Payasa Filomena: canta una canción que los dos funcionarios imitan. Pero sería un error creer que el mensaje estaba dirigido a los niños (ningún niño vería eso). Por el contrario, el target eran los adultos infantilizados por la cuarentena eterna. Los hijos del discurso paternalista de Alberto Mamita, en cuya figura venía a converger el poder del Estado y la Ciencia.
¿Qué pasa cuando los civiles no cumplen las reglas? Las conductas que escapan del espectro de silencio y obediencia son penadas, multadas, u objeto de bullying por parte de los “hijos buenos” del Estado Maternal, devenidos en policías vocacionales y empleados de vigilancia. El gobierno desplegó una cartera de militantes científicos que asumían el rol de hermanos mayores, iluminados por su pertenencia a la Ciencia Argentina, entendida como espejo de las medidas del Poder Ejecutivo Nacional.
Recuerdo que me llamó la atención que no se hablara mucho de los efectos del encierro en los niños y del cierre de las escuelas. En España, donde pasé 2020, los medios bullían de artículos indignados de pediatras, psicólogos infantiles, médicos e incluso filósofos que encontraban que dos meses de cuarentena habían sido una crueldad extrema para los niños, especialmente cuando ya había evidencia de que tenían muy escasa carga viral y el virus no era mortal para ellos. En el artículo “La asombrosa desaparición de 7 millones de niños españoles”, un filósofo marcaba cómo incluso los perros habían recibido más respeto a sus derechos que los niños. Daba en la tecla: ¿qué viene a ser un niño para el Estado? ¿qué viene a ser un niño visto a través de sus normativas? “Personal no esencial”, como marca el título de este libro de María Victoria Baratta.
Pero en la Argentina, que ostenta –junto al dulce de leche y la birome Bic– el formidable récord de tener más psicoanalistas por cabeza del planeta, fueron los discípulos de Freud los que desaparecieron. La jerga lacaniana se utiliza habitualmente para analizar geopolítica, medidas económicas, feminismo y literatura; sin embargo, se había vuelto muda. La salud mental de la infancia no llegó a inspirar comunicados, reportes ni juntadas de firmas (grandes aptitudes del mundo psi y de la intelectualidad argentina en general). ¿Era la influencia de Lacan sólo una pasión de la progresía argentina por escribir mal? Una psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina me comentó, off the record, que si nadie hablaba era, fundamentalmente, por miedo. Miedo a ser señalados como contrarios al Gobierno, hijos malos del Estado.
No esenciales echa luz sobre un problema más amplio: la doble destrucción de la educación en la Argentina. La tragedia educativa que hizo que millones de niños se cayeran del sistema escolar puso en evidencia asimismo el estado decrépito de la educación superior. Muchos becarios, investigadores y demás miembros del sistema científico se han visto reducidos, junto con sus paupérrimos salarios, al estatus de una corporación de planeros chic con doctorados, en tanto su voz solo puede funcionar como médium de las medidas del Gobierno. En efecto, el sueldo de investigador es prácticamente un plan de asistencia social; y mientras “el pancho y la coca” es el símbolo del rebaño subordinado a los punteros para sus demostraciones de fuerza, los investigadores también son vigilados por superiores y colegas a quienes no deben irritar y que exigen, velada o abiertamente, un esprit de corps de obediencia gremial al Partido. (¿Se puede investigar realmente en estas condiciones? ¿Se puede pensar así?) .
Creer que los miembros del sistema de universidades públicas tienen como rol sumo ser los cheerleaders del gobierno es haber perdido totalmente el rumbo de la educación como formación de espíritu crítico, además de una devaluación ruin del papel de investigador.
Muchos entienden que su misión es callar todo lo que puede llegar a incomodar al Gobierno, o a cierto universo de ideas supuestamente progresistas sobre las que el Gobierno se apoya, que en apariencia constituyen su estructura sentimental, pero que tienen más que ver con maneras de posicionarse ante temas de actualidad (las demostraciones de fuerza en la arena pública). Al parecer, para hacer ciencia en la Argentina primero hay que leer el diario: ponerse al tanto de lo que el Gobierno quiere que se diga, lo que quiere que se tome como sentido común, porque cualquier posición diferente: 1. me puede traer problemas en el trabajo (mi superior es un “hijo bueno” del Estado Maternal, la universidad donde trabajo vive de plata del Estado Maternal); 2. implicaría posicionarme como un “hijo malo” pasible de castigo, aislamiento y cancelación. Creer que los miembros del sistema de universidades públicas tienen como rol sumo ser los cheerleaders del gobierno es haber perdido totalmente el rumbo de la educación como formación de espíritu crítico, además de una devaluación ruin del papel de investigador.
Con el fracaso de la política sanitaria, el gran logro de Alberto ha sido la devaluación total del progresismo, divorciado de su rol tradicional de guardián de la educación. A un año de ese “Estado maternal” imaginado por Segato, Alberto Mamita se revela como ese tipo de madre que proyecta en sus hijos e hijas sus propios defectos, que prefiere asustar y meter miedo; que, con cada aparente gesto protector, en realidad te está diciendo: vos no sos capaz. Alberto es una Milf poco convincente; no es raro que genere una reacción popular del tipo “minga” o “¡Tu vieja!”
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Giorgio Agamben escribió que los Estados habían encontrado, vía Covid, la excusa para acelerar un Estado de excepción donde el biopoder avanzara como nunca sobre los seres. Estas democracias aparentes son, según Agamben, Estados totalitarios disfrazados de democracias; porque tu derecho te puede ser quitado, y podés ser reducido al estatus de “pura vida”, torturado o muerto. El homo sacer (hombre sagrado) es un emblema del poder soberano: el poder de decidir qué vidas se salvan (y se vacunan) y cuáles no. Qué vidas son esenciales, y cuáles no. En la Argentina, el homo sacer fueron los niños: puer sacer, niño sagrado. Pura vida despojada de derechos, declarada “no esencial”. La pura vida en nombre de la cual se labra una nación, y la pura vida que queda rehén de esa nación por ser considerada no esencial. Y esto es lo que el libro de María Victoria Baratta se anima a decir y pensar con evidencia. Ella rompió el pacto de silencio.
Pola Oloixarac. Escritora. Autora de Las teorías salvajes, Las constelaciones oscuras y Mona.