El espía en la colonia porteña
Llegó a Buenos Aires a mediados de 1804
Entre mayo y junio de 1805, cuando un barco inglés merodeaba sigilosamente por las aguas del Río de la Plata y calaba sus profundidades antes de la Primera Invasión Inglesa, el militar británico Santiago Florence Burke o Boork aguardaba preso en Buenos Aires el beneficio de ser expulsado. En realidad se llamaba De Burgh, tenía ascendencia irlandesa, protagonizó las mayores intrigas en todas las cortes posibles -incluida la napoleónica de Josefina-, fue confidente del general BlŸcher vencedor de Wellington en Waterloo y espía a las órdenes del duque de York. Resultó un seductor que intrigó hasta con la reina de España, conmovió en el Janeiro a su insatisfecha hija Carlota Joaquina y -por qué no- festejó a la siempre dispuesta Anita Perichón, esposa de un amigo. Entre los disfraces que usó para sus intrigas, siempre prefirió el capote prusiano de la región donde es probable que haya nacido hacia 1771.
El barco hurgó hasta que desde Montevideo se despacharon dos naves de torpe derrota: vararon en el banco -precisamente- inglés. Sucedió ocho meses después que los ingleses quebraron la paz con los españoles al atacar en el cabo de Santa María -el 5 de octubre de 1804- a una flota ibérica con proa a Cádiz subcomandada por don Diego de Alvear. Como se sabe, éste salvó la vida con su joven hijo Carlos María, pero sucumbió el resto de su familia.
Revolucionarios de 1803
¿Qué hacía este inglés Burke en América del Sur y quién era realmente? Según Carlos Roberts (1872-1942), el enjundioso indagador porteño autor de Las Invasiones Inglesas (reeditato por Emecé en 2000) que logró verdaderos hallazgos en los archivos londinenses entre 1928 y 1930, Burke cumplía aquí las órdenes del duque de York: tomar contacto con los más inquietos amigos de la independencia. Según la correspondencia revisada por Roberts, estos revolucionarios -que no eran otros que los Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Juan José Castelli y Manuel Belgrano- estarían en inteligencia con el emisario Mariano Castilla y Ramos que hacia 1803 habría trasmitido el interés de independizar a América del Sur a lord Grenville y al almirante Sidney Smith. Todos ellos y el chileno Eugenio Cortés sometieron esa propuesta a lord Castlereagh y al comandante William Pitt, quienes mandaron a Burke a Buenos Aires y a todos los rincones del virreinato.
Burke era un mercenario que perteneció al regimiento francés Dillon -por el conde- de servicio en las Antillas y vencido en Haití en 1793 por el entonces coronel John Whitelocke. Como era costumbre, Whitelocke ofreció al regimiento prisionero tomar servicio bajo la bandera vencedora (inglesa). Así sucedió. Y aunque Burke figuró en ese y otros regimientos con creciente grado militar hasta que vendió su grado en 1826, siempre recorrió el mundo como espía.
Llegó a Buenos Aires a mediados de 1804 junto al irlandés Tomás O´Gorman, esposo de Ana Perichón, y se alojó en la famosa posada de los Tres Reyes de la hoy calle 25 de Mayo y a un paso del Fuerte. Desde abril gobernaba interinamente el marqués Rafael de Sobremonte -por muerte de sus antecesor del Pino- y Burke consiguió intimar con él sin dejar de lado a los partidarios de la independencia.
Trabó amistad con Santiago de Liniers y Guillermo White, de quienes se dice tuvieron -tiempo después- un plan aparte para independizar América del Sur. Y es posible. Hubo indicios de que Liniers lo intentó ante el sometimiento napoleónico de España.
En la primera visita al Río de la Plata, Burke usó diversas versiones de su personalidad: hombre de ciencia, oficial prusiano o edecán del duque de York. Al romance con Ana Perichón y la amistad con el naturalista austríaco Tadeo Haenke -colaboró con El Telégrafo Mercantil y en el Semanario de la Agricultura- agregó contactos válidos de usar el pasaporte para recorrer Chile y el Alto Perú que obtuvo de Sobremonte. Una carta de Burke al coronel Taylor, secretario del duque de York, fechada en Lisboa en 1806, declama haber remitido en clave datos estratégicos desde diferentes pueblos sudamericanos. Esas misivas, quizás interceptadas, ayudaron a su apresamiento en el Alto Perú y su remisión al Río de la Plata. Finalmente, su amistad con Sobremonte le sirvió para liberar su salida antes de la Navidad de 1805.
El retorno inútil
Para octubre de 1808, Burke retornó a América del Sur. En Río de Janeiro, el almirante Sidney Smith lo retuvo para mandarlo a Buenos Aires en el momento oportuno (un alivio cuando la tensión entre Liniers y Alzaga era insostenible). La noticia de la frustrada conjuración de Alzaga del 1º de enero de 1809 llegó a Burke cuando tramaba su relación -de intrigas y romance- con la infanta Carlota Joaquina, a la que le llevó cartas de la reina madre. Se contactó con Saturnino Rodríguez Peña y el médico Diego Paroissien, mientras Smith esperaba el resultado de la gestión del galeno en Buenos Aires (que quedó preso hasta después de la Revolución de Mayo).
Burke salió para el Río de la Plata con instrucciones de lord Castlereagh y una carta de Smith para Liniers que sugería restañar las dificultades con Montevideo. Liniers recordaba el rumor del ya viejo asunto Burke-Ana Perichón y las intrigas del enviado británico, como éste tenía la certeza de la gestión que el propio Liniers había tramado para seducir las ambiciones de Napoleón Bonaparte.
El coronel Burke se llamó en este viaje James Burke y fue duramente rechazado por Liniers como emisario delante de sus edecanes y otros funcionarios del Fuerte. El Archivo Belgrano del Museo Mitre guarda los documentos originales de todo ese episodio, además de la carta que Liniers remitió al almirante Smith repudiando la personalidad del enviado.
En noviembre de 1809, desde el londinense hotel de Flandongs de la calle Oxford, Burke escribió un secretísimo oficio a lord Liverpool, que repasaba sus servicios para la corona con el afán de ser recompensado (figura en la página 10218 de la Biblioteca de Mayo, Tomo XI- Sumarios y Expedientes). Es prácticamente una novela que destila su rencor por lord Strangford y su permanencia en España del año anterior donde trató de "atraer a Pueyrredón a la causa británica". Dice que entró en Madrid antes de la invasión francesa. Revela que se hizo pasar por hombre de fortuna y compró un carruaje que dirigía a todo lugar visitado por la reina y ésta "me envió a uno de sus caballerizos que había sido su amante para averiguar quién era yo. . ." Pronto tuvo la amistad e influencia sobre la reina, pero se enteró que todo lo sugería su principal amante: el Príncipe de la Paz (Godoy). Lo conquistó con audaz ardid luego de seducir a una amante del Príncipe de la Paz. Cuando finalmente logró estar a solas con Godoy llevaba una falsa caja de rapé y una pistola. Sólo cuando le ofreció rapé y en la caja sólo había una nota del embajador Beauharnais, le apuntó al príncipe. "¿Pero quién es usted realmente?", se alteró Godoy. De la versátil empuñadura de su cuchillo, Burke sacó su pasaporte del Almirantazgo y así identificado empezó a intrigar en esa corte como hombre de consulta. Antes de irse de Madrid -cuenta- llegaron tres enviados de Liniers. Uno de ellos, que era "un ignorante muchacho francés a quien había conocido antes, me pidió escribiera en su nombre una carta a Napoleón pues era portador de despachos muy secretos de Liniers para él". El muchacho era nada menos que Juan Bautista Perichón, hijo de la famosa Ana, joven edecán de Liniers que casó con su hija María del Carmen Liniers y estaba nerviosamente presente el día que en el Fuerte el virrey interino rechazó dura e injuriosamente a Burke. Se dice que retornó a embarcarse acompañado de sus amigos porteños del partido de la independencia. Según lo contó, en marzo de 1810, Manuel Villota al nuevo virrey (Cisneros), el espía británico trepó al bergantín Kiluik y desde allí "dirigió a Liniers una reclamación insolente y atrevida". La dura carta de Liniers a Smtih -que también se guarda en el Museo Mitre- delata a un Burke embustero: se hacía pasar como de la Orden de Malta o como oficial al servicio del rey de Prusia, escribió Liniers. Lo que se dice, un pícaro de ley.