El espacio que reclaman las mujeres para solucionar los problemas mundiales
Primeras en padecer los conflictos bélicos o la escasez alimentaria, las mujeres son las grandes ausentes en los espacios de poder que buscan solucionar esas tragedias
- 9 minutos de lectura'
El 19 de noviembre, el acuerdo que permite la exportación de granos a través del Mar Negro a pesar de la guerra entre Rusia y Ucrania expirará. El pacto –que el gobierno de Ucrania intenta extender en negociaciones– había sido firmado en julio bajo la mediación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y Turquía, y había levantado el bloqueo que Rusia puso a los puertos ucranianos desde la invasión en febrero. La importancia del acuerdo es global: los vaivenes de Moscú respecto a su voluntad de renovar el pacto habían reavivado temores sobre el hambre en todo el mundo y nuevos aumentos en el precio de los alimentos. Las imágenes de las negociaciones dan vueltas por los diarios y las redes sociales: unos veinte hombres sentados en una mesa cuadrada, vestidos de traje, con pequeñas tazas de café y banderas de los gobiernos y organismos participantes.
A pesar de que, de acuerdo a ONU Mujeres, las mujeres y las niñas son las primeras en comer menos en tiempos de escasez de alimentos, y las encargadas de preparar el 90 por ciento de las comidas en los hogares de todo el mundo, solo hay hombres sentados en la mesa. También está probado que en tiempos de conflicto los acuerdos en los que participan mujeres son más exitosos. Hay estudios que indican que la presencia de mujeres en acuerdos de paz incrementa la posibilidad de que el acuerdo dure más de quince años en un 35%, por ejemplo. Las fotos de la última COP –la principal instancia de negociación internacional para enfrentar el cambio climático, que está teniendo lugar ahora en Egipto– siguen un patrón parecido: en los espacios de toma de decisión de otro de los grandes desafíos del siglo las mujeres están subrepresentadas, a pesar de que también está probado que son las principales afectadas por la crisis ambiental.
El planteo de la falta de mujeres en estos espacios se cruza con un momento particular para el multilateralismo y la gobernanza global. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el sistema multilateral funcionó como la instancia de coordinación y creación de consenso para las relaciones internacionales. La ONU apoyó la reconstrucción y el desarrollo de los países arrasados por la guerra, y en las décadas sucesivas colaboró con el mantenimiento de la paz y las políticas públicas de los países en desarrollo para reducir la pobreza y aumentar los ingresos. Instituciones como la Organización Internacional de Comercio funcionaron como el marco para el incremento del comercio internacional y el flujo de capitales. Y otros organismos, como los bancos multilaterales, proveyeron financiamiento para que gobiernos locales alcanzaran metas alineadas con objetivos regionales y globales.
Hoy el mundo está atravesado por la crisis económica, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, nuevos y viejos conflictos bélicos, el cambio climático, discursos autoritarios y cada vez más votantes desencantados por los sistemas de partidos. Construir espacios de decisión global se vuelve aún más importante, y el sistema multilateral atraviesa una crisis de confianza. En ese contexto, ¿qué lugar ocuparán las mujeres? ¿Estarán sentadas en las mesas donde se toman las decisiones? ¿Cuáles son las consecuencias de que todavía no lo estén en la misma medida que los hombres?
En todas sus intervenciones públicas y en reuniones privadas, Susana Malcorra habla de “la próxima secretaria general de la ONU”. El mensaje es claro y es político. No usa construcciones potenciales, da por sentado que, por primera vez en sus casi ochenta años de historia, cuando termine el mandato de Antonio Guterres el puesto más alto en la estructura jerárquica de la ONU será ocupado por una mujer.
Otras voces
En todas sus intervenciones públicas y en reuniones privadas, Susana Malcorra habla de “la próxima secretaria general de la ONU”. El mensaje es claro y es político. No usa construcciones potenciales, da por sentado que, por primera vez en sus casi ochenta años de historia, cuando termine el mandato de Antonio Guterres el puesto más alto en la estructura jerárquica de la ONU será ocupado por una mujer. Malcorra fue ministra de Relaciones Exteriores y Culto de la Argentina, tiene más de diez años de experiencia en las Naciones Unidas y fue jefa de gabinete del exsecretario general Ban Ki-moon. Junto a Helen Clark, ex primera ministra de Nueva Zelanda e Irina Bokova, ex directora general de la Unesco y ex canciller de Bulgaria, fundó en 2019 la asociación GWL Voices, una asociación que reúne a 63 mujeres líderes de todo el mundo, dedicada a promover el liderazgo feminista en el sistema multilateral. La asociación estuvo en Buenos Aires esta semana, en el contexto de la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, organizada por CEPAL y ONU Mujeres.
Entre otros objetivos, GWL Voices trabaja para que los derechos de las mujeres y la igualdad de género sean transversales al proceso de reforma que está atravesando la ONU. “Evidentemente, en esta reforma deben participar las mujeres con los mismos derechos y obligaciones que los hombres. No permitir que así fuera, no sólo sería una injusticia, sino que sería decididamente estúpido. ¿A quién le puede parecer sensato dejar de lado, o asignar un papel subsidiario, a la mitad de la población? ¿Quién puede sostener que el mundo no se perjudica dejando de lado el aporte de las mujeres con sus cualidades y fortalezas evidentes?”, dice Malcorra.
Desde su punto de vista, incluir a las mujeres en los espacios de poder no es solamente una cuestión de justicia e igualdad, sino también de oportunidad: “Creo que todos estamos de acuerdo en que la manera de encarar las crisis y de manejar sus consecuencias varía entre hombres y mujeres. Teniendo en cuenta que siempre hay casos particulares que se salen de la norma, los estudios muestran que, en asuntos conflictivos, los hombres tienden mayoritariamente a utilizar estilos directos y agresivos, mientras que la mayoría de las mujeres utilizan un estilo indirecto que permiten encontrar soluciones creativas. Basta ver los conflictos que existen (y la ausencia de mujeres en la mayoría de los casos) para ver que el método usado hasta ahora, dejando de lado a las mujeres, no da resultado”. Según algunos cálculos, en los temas de paz y seguridad sólo el 13% de los negociadores son mujeres, sólo el 6% son mediadoras y otro 6% son signatarias de acuerdos.
Nuevo imaginario
En 77 años de historia, la ONU no tuvo una secretaria general mujer, y solo tuvo cuatro presidentas de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el principal órgano de deliberación de la organización. La cuarta fue María Fernanda Espinosa, exministra de Defensa de Ecuador y actual directora ejecutiva de GWL Voices. “Se espera que las Naciones Unidas respondan a las grandes crisis que atraviesa la humanidad y reflejen y respondan a las culturas, a las necesidades de los excluidos, los más pobres y los refugiados, entre otros. Es evidente que después de 77 años la organización tiene que ser repensada. Hay temas que atravesamos hoy y que en el momento de su fundación no estaban en el escenario, como el cambio climático, fortalecer la gobernanza global en materia de salud para enfrentar las grandes pandemias, la conciencia de que el mundo es cada vez más desigual y que hay cada vez más concentración del poder y de los recursos a nivel planetario. Todos esos temas afectan a las mujeres, que somos el 50% de la población mundial. A veces pensamos que la agenda de las mujeres solo incluye, por ejemplo a los derechos sexuales y reproductivos, los temas de familia y de cuidados. Pero todos los temas importantes para la unidad, como la seguridad y la paz, el cambio climático y las discusiones sobre desarme, son temas de mujeres”, explica.
En 1991, más de 130.000 personas murieron en Bangladesh, en lo que se recuerda como uno de los peores ciclones de la historia contemporánea. De ese total de fallecidos, la gran mayoría fueron mujeres. Durante tiempo, los organismos de desarrollo se preguntaron qué había pasado, por qué los mecanismos de rescate habían fallado a la población femenina.
La respuesta se desprende de que la planificación de la ayuda y el rescate no consideró las características culturales de la vida de las mujeres en ese territorio. Muchísimas mujeres no usaron los refugios que las autoridades habían construido porque estaban cuidando a ancianos o a hijos en sus casas, porque hay normas religiosas que no permiten que algunas caminen por la calle sin estar acompañadas por un pariente varón, o porque no se sentían cómodas compartiendo un espacio íntimo con hombres y los refugios no estaban separados por sexo.
Hayley Stevenson, directora de los programas de posgrados en Estudios Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella, utiliza este ejemplo para ilustrar cómo la falta de una perspectiva femenina en los espacios donde se toman decisiones tiene consecuencias negativas, en particular en el caso del cambio climático.
“Las organizaciones y las agencias humanitarias responsables de responder a estas situaciones no han mostrado suficiente consciencia de las vulnerabilidades específicas de las mujeres. Esas agencias en muchos casos son lideradas por hombres y las mujeres de esas comunidades no han estado incluidas. Hay evidencia empírica de los problemas sociales que resultan cuando no hay mujeres en papeles de liderazgo, cuando no las incluyen en la formulación de respuestas a crisis como el cambio climático y los eventos extremos que cada vez serán más frecuentes. Y sabemos que el impacto es diferente para hombres y mujeres”, dice Stevenson. De acuerdo con su mirada, aunque la inclusión de mujeres en lugares de poder no funciona por sí misma como garantía de que van a usar ese espacio para hacer avanzar los intereses de género, sí aumenta la probabilidad de que esas organizaciones respondan a los intereses de la población femenina.
No se trata solo de una cuestión aritmética –de cuántas mujeres hay en esos espacios por cada hombre–, sino también de imagen. La mirada que tenemos sobre el poder necesita alimentarse de imágenes distintas a las de la foto de la negociación por el bloque a la exportación de granos en el Mar Negro para que el cambio se produzca y se transmita a nuevas generaciones.
En términos de Mariel Lucero, directora del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales y Medio Ambiente de la Uncuyo, y miembro de la Red de Politólogas #NoSinMujeres: “Necesitamos la incorporación de mujeres, pero con perspectivas de género que permitan, por un lado, incorporar un nuevo paradigma al visibilizar a las mujeres en espacios de toma de decisiones, y de esta manera registrar en la imagen social un modelo inclusivo para las próximas generaciones. Por otro lado, ese paradigma debiera orientarse a un abordaje y resolución de conflictos no violento, interseccional, inclusivo, que recupere la visibilización de las mujeres, no solo como víctimas en algunas problemáticas, sino también como tomadoras de decisiones, que contengan una mirada más integral en las posibles soluciones. Como decía la embajadora Akmaral Arystanbekova, ‘la diplomacia es demasiado importante para dejarla solo en mano de los hombres’”.