¿El escritor argentino más influyente es el que menos lectores tiene?
Rodolfo Fogwill (1941-2010) no dejó una sola fibra de eso que suele llamarse campo literario sin conmover
El mes pasado, cuando se cumplieron tres años de su muerte, organicé un seminario sobre Rodolfo Fogwill (1941-2010) para el Centro Cultural San Martín. Eran cuatro clases de dos horas, para las que había que pagar una matrícula mínima. Cuando el curso iba por la mitad, me crucé por la calle con el crítico Daniel Molina, que me preguntó cómo iba todo. Le dije que muy bien, pero que me llamaba la atención que no hubiera habido más inscriptos. Yo esperaba, tal vez influido por la importancia de su obra y por el respeto y el cariño personal que le tenía, que los interesados fueran cientos. Pero a las clases iban siempre las mismas quince o veinte personas. "¿Quién da el seminario?", me preguntó Molina, de larga experiencia en este tipo de asuntos por su trabajo en el Centro Cultural Rojas. Le contesté que Damián Tabarovsky. "¿Y a un seminario pago sobre un escritor de culto, que dicta otro escritor de culto, están yendo veinte personas? Eso es un éxito", me dijo. Tabarovsky reflexionó sobre esta misma anécdota durante la última clase del seminario, para llegar a la conclusión de que el hecho de que Fogwill siguiera siendo un escritor de culto lo tranquilizaba: "Quiere decir que es un marginal. En algún punto, un autor todavía inasimilable del todo".
La influencia de Fogwill sobre los escritores locales está a la altura de la que ejercen otros autores como Ricardo Piglia y César Aira pero, a diferencia de ellos, sus libros no han logrado atravesar cierta barrera de resistencia
Esta semana, la Biblioteca Nacional programó tres jornadas, que terminan hoy, con el título "En otro orden de cosas", una especie de homenaje para pensar el lugar del autor de novelas como Los Pichiciegos y Vivir afuera, cuentos como "Muchacha punk" y "Memoria de paso", y libros de poemas como Lo dado y Ultimos movimientos en la literatura argentina. La mesa que inauguró las actividades (y que, como todas, se vio atravesada por recuerdos personales, anécdotas entre temibles y desopilantes y una atmósfera de leve melancolía) estuvo integrada por Ezequiel Grimson, María Moreno, Vera Fogwill y Horacio González. Grimson destacó "el humor, la sabiduría y la intuición" de Fogwill. González lo describió como "un gran inquisidor", un interlocutor intimidante y revelador. "Un machista queer, si eso fuera posible", lo definió Moreno, destacando también cierta "pedagogía del agravio" que Fogwill propinaba tanto en sus intervenciones públicas como en sus artículos de prensa. Después vino la mesa sobre música y poesía, otras de sus grandes pasiones. Martín Gambarotta dijo que el mote de escritor le quedaba corto (invitando a pensar en un término más adecuado: ¿intelectual?) y destacó su tarea como editor de poesía en los años 80. Pablo Gianera recordó que Fogwill era también "un hombre de mar" y "un cantante", antes de señalar que sus libros de poesía funcionaban como otra forma de conocimiento: entre la revelación y la verdad. Damián Ríos confesó que Fogwill le dijo que le "iba a enseñar a leer, porque leer le podía llegar a hacer bien". Y Silvio Mattoni realizó un detallado análisis de su obra poética.
La pequeña sala del Museo de la Lengua estaba colmada por cincuenta o sesenta personas. ¿Pero cuántos amigos y conocidos de Fogwill había entre el público, y cuántos eran solo lectores de su obra? Cuesta pensar en un nombre que haya ejercido tanta atracción entre escritores, editores, libreros, críticos y periodistas: Fogwill no dejó una sola fibra de eso que suele llamarse campo literario sin conmover, y allí estaban muchos, convocados para hablar de él. ¿Pero suena de la misma manera su nombre entre el público lector no especializado? ¿Es que, efectivamente, es un autor de culto? El desembarco masivo de parte de su obra en muy poco tiempo y publicada por una multinacional haría pensar que no: en 2013 se reeditó La buena nueva de los Libros del Caminante, antes habían aparecido las anotaciones de La gran ventana de los sueños. Este año, incluso, se editará una de sus novelas inéditas, Nuestro modo de vida. Y para el año próximo está programada la aparición de La experiencia sensible y de su último inédito, La introducción . Aunque al parecer, de toda su obra, el único libro que se vende sostenidamente es Los Pichiciegos. La influencia de Fogwill sobre los escritores locales está a la altura de la que ejercen otros autores como Ricardo Piglia y César Aira pero, a diferencia de ellos, sus libros no han logrado atravesar cierta barrera de resistencia, como si su destino quedara relegado a ser un escritor de escritores (no es un dato menor que sus libros casi no hayan sido traducidos a otras lenguas).
Las actividades continúan hoy, a partir de las cuatro de la tarde, con las ponencias de Graciela Speranza, Carlos Gamerro, Cecilia Szperling, Alan Pauls, Daniel Divinsky y Luis Chitarroni, y las lecturas de Selva Almada y Sebastián Pandolfelli. ¿Habrán servido las jornadas para estimular una mayor difusión del que es uno de los pocos nombres singulares de la literatura argentina de las últimas décadas? ¿Descubrirán los lectores, más allá del círculo de entendidos, su magistral obra cuentística (a la altura de la de Borges, de la de Cortázar), el poder en el manejo de la lengua agazapado en sus novelas, la inteligencia deslumbrante de sus artículos reunidos en Los libros de la guerra ? En un mercado editorial donde las lectoras prefieren las trilogías eróticas concebidas por una ex ejecutiva británica de televisión y los hombres siguen comprando biografías políticas, en una sociedad donde Jorge Rial (¿o era Jorge Lanata?) puede hacer veinte o treinta puntos de rating, uno tendería a perder las esperanzas. Nada trágico: ellos se lo pierden.
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