El entorno de Milei
La palabra “entorno” que Macri desempolvó la semana pasada al hablar con Milei tiene en la historia política argentina una clara familiaridad con la jerigonza peronista y, además, un eco maléfico. El vocablo evoca los convulsivos años setenta. Más precisamente remite a los primeros dos presidentes consecutivos de igual apellido que tuvo el país, los presidentes Perón.
Apodado por la JP, a los 78 años, “el Viejo”, el general era percibido a la vez como la cúspide reverenciada de un verticalismo sacrificial y un vulnerable conductor en estado senil. Había que digerir las decisiones que tomaba a contramano del derrotero de “la Patria Socialista” que el líder llevaba según la izquierda del peronismo con más entusiasmo que Lenin y Fidel Castro. Por eso los Montoneros, sobre todo, esbozaban la “teoría del cerco”. Repetían que Perón estaba “entornado”. Así se decía. Que Isabel Perón y José López Rega lo manejaban a su gusto. Era “la derecha” de entonces. Con el detalle curioso de que los tres -Perón, su esposa y el mayordomo/ministro- desde la década anterior dormían bajo un mismo techo.
Muerto Perón, el problema del “entorno” mutó. La manipulación multifrontal que sufrió su viuda, tanto psicológica y política como esotérica, se transformó en el más estrafalario y pernicioso rasgo del tercer gobierno peronista. Ya no era una argucia político-discursiva de los Montoneros. El poder de López Rega, ministro de Bienestar Social y secretario privado, se había inflamado en proporción directa con la debilidad física y administrativa de la presidenta Isabel Perón. No sólo las denuncias contra el entorno eran cosa diaria, también se hablaba del “círculo áulico”. Hasta que el primer paro nacional de la CGT contra un gobierno peronista, el 27 de junio de 1975, hizo volar a Celestino Rodrigo, ejecutor del Rodrigazo, y en forma todavía más explosiva eyectó del gobierno y del país a su mentor, aquel Rasputín de la corte de Isabel apodado el “Brujo”.
Macri en esa época tenía 14 o 15 años pero conoce bien la historia. Es extraño que no haya reparado en la temeraria reputación de los entornos, en las legendarias denuncias que ellos motivaban, en sus potencialidades sísmicas.
El asunto de Macri con el entorno de Milei tuvo tres tiempos. El primero fue, el martes de la semana pasada, cuando le llevó el planteo a Milei. Si hubiera quedado en el plano de una conversación privada tal vez habría tenido más sentido. Pero en el segundo tiempo, el del acto partidario de su reaparición pública dos días después, en La Boca, Macri le quitó al tema la jerarquía de consejo reservado “de presi a presi” y lo subió a la agenda pública. O por lo menos al renovado menú reivindicativo del Pro, partido que hoy lucha por hallar un lugar en el espectro político sin partirse antes en tres.
El tercer tiempo fue el despliegue de la idea, ya con nombres propios, en declaraciones periodísticas que no se distinguieron por lo cristalinas. Macri al parecer quiso moderarse. Dijo que a Karina Milei no la conocía, pero confirmó que el entorno mentado estaba integrado por ella y por Santiago Caputo.
Los entornos siempre incitaron a un debate parecido desde que Fernando VII se rodeó de un grupo selecto de hombres del palacio que se reunían en la antesala de la cámara real e influían ostensiblemente en la marcha de los negocios del Estado (de allí viene la palabra camarilla). ¿Está en su esencia el afán por controlar al rey o es éste el que los crea, los empodera y les garantiza oxígeno para que hagan lo que el rey no puede, no quiere o no sabe?
Los grandes influyentes de palacio con y sin cargo se inventaron hace mucho tiempo. Milei tiene las dos versiones. Su hermana es la secretaria general de la Presidencia, un puesto que Perón creó en 1948, él mismo lo suprimió en 1974, lo repuso Videla en 1976 y Bignone lo elevó a la jerarquía de ministro. Para que asumiera Karina Milei (primera mujer en esa función), hizo falta anular un decreto de Macri que prohibía nombrar a familiares directos del presidente. Sin embargo, no se trata del primer hermano presidencial, en 2000 estuvo allí Jorge de la Rúa. Otros secretarios generales fueron Germán López, Alberto Kohan, Aníbal Fernández, Oscar Parrilli. El último, Julio Vitobello. Todas personas de mucha confianza de los presidentes que los designaron.
La diferencia con Karina Milei reside en su inexperiencia como funcionaria y como política y en el mayor poder relativo que acopia, tanto en el Estado como en el partido federal que está enhebrando rumbo a las legislativas de 2025. Cero experiencia y extraordinario poder es un combo que ningún experto en recursos humanos recomendaría. Pero como a esta altura lo sabe todo el mundo (literalmente, porque Milei se la presenta a Volodimir Zelensky, Emmanuel Macron, Elon Musk o a quien sea como “el Jefe”), Karina Milei es la única persona en la que el presidente realmente confía. Más que su mano derecha.
La inexistencia de la voz de ella en los medios de comunicación probablemente contribuye a multiplicar cierto misterio sobre su personalidad, las decisiones que toma, sus ideas, sus porqués. Un ejemplo es lo que acaba de ocurrir con la directora general de Logística Florencia Gastaldi, una joven de La Cámpora que llegó al Estado recomendada por Gregorio Dalbón, abogado de Cristina Kirchner. Gastaldi tenía a su cargo nada menos que el mantenimiento de toda la flota aérea de la Presidencia y está denunciada penalmente por presunta corrupción. Dos semanas después de que Diego Cabot detalló en una nota de LA NACION su cuestionado desempeño y que recordó a sus patrocinantes, la secretaria general de la Presidencia la despidió. Noticia ésta más fácil de entender que la de diciembre, cuando la confirmó en el cargo en el que la había nombrado Alberto Fernández.
Cabe imaginar cómo debió ser aquel caluroso día de diciembre. Los Milei llegaron a una Casa Rosada que no conocían, donde había funcionarios, mecanismos, botoneras, reglas, mozos, inercia y rutinas que tampoco conocían. No traían consigo especialistas propios para cada área, las cosas debían seguir funcionando al día siguiente y el Pro, socio electoral de última instancia, ya había gastado, sobre todo con voluntarios, el cupo de ayuda que el mileísmo le había asignado para poder mantenerlo a raya.
Desde luego, en un país normal los niveles técnicos de la administración no están a merced de los cambios políticos, pero ¿quién mejor que Milei sabe que este no es un país normal si debido a eso arrasó en las elecciones?
Claro que Macri está en lo cierto cuando dice que a Milei le faltan equipos y que aunque tenga claridad en la determinación y las ideas es débil en la capacidad de implementarlas. Pero de ahí a que sea acertado acusar en forma pública al entorno (esto incluye a la hermana en la que el presidente se refugia también emocionalmente) de trabar el funcionamiento del gobierno, hay un gran trecho. Sobre todo porque la acusación se saltea las características singulares de Milei, el presidente iracundo que ascendió más solo que ningún otro desde Rivadavia. El más necesitado de almas confiables a su lado que, entre otras cosas, mitiguen su impronta caótica, su favoritismo por la economía o lo que sea. ¿Y quiénes son esas almas selectas? Junto a la hermana el amigo treintañero experto en marketing electoral que lo empujó a presentarse y lo hizo ganar. O por lo menos eso es lo que cree Milei. Lo contó magistralmente Hugo Alconada Mon el domingo pasado.
Ninguno de los dos está sospechado de conspiración, de tener un proyecto diferenciado del de Milei o de pretender controlarlo, algo que tampoco parecería una tarea fácil si alguien quisiera hacerlo. En todo caso el problema es que son omniscientes, ocupan espacios de poder sin perímetro alguno y se mueven fuera de la vista del público, tal como actúan los monjes negros, figura tomada de Chéjov. A Milei, dicen, le aburre la política. El entorno bifronte en gran medida llena ese vacío. ¿El Presidente no lo sabe?
Tal vez el caso de Santiago Caputo sea algo más convencional en la taxonomía de los entornos, incluida su característica más comentada, la falta de una función orgánica acorde con sus desplazamientos. Se comprende que la omisión del sobrino del ministro de Economía en el organigrama del gobierno irrite a la superministra Sandra Pettovello, reacia, según trascendidos, a recibir indicaciones de quien no figura en ningún papel como su superior. Lo raro es que representantes del peronismo también se escandalicen por la falta de cartera de Santiago Caputo y hasta hace poco por el hoy ministro Federico Sturzenegger. Recuerdan, quizás a los hijos de De la Rúa, pero olvidan que el entorno más potente que hubo en la historia argentina fue el de una primera dama que hacía y deshacía, no sólo definía la suerte de funcionarios y políticos propios sino la de empresarios, periodistas, actores, actrices, y no tenía cargo oficial, salvo el que su marido le talló a medida: jefa espiritual de la Nación.
Sobre la queja por el excesivo poder de Santiago Caputo -poder considerablemente ensanchado en julio con su injerencia en el rediseño de la SIDE-, Milei viene de darle a Macri una respuesta coreográfica. El lunes llevó con él al balcón de la Casa Rosada (acompañado también por el vocero Manuel Adorni) al mismísimo Santiago Caputo. Eminencias reconocidas de la comunicación política, Milei y Caputo no podían desconocer que los medios iban a publicar enseguida la foto mensajera, que encima lo muestra desenfocado, fantasmagórico. Más aún, es probable que la idea de Caputo de dar por primera vez una nota momentos antes del acto del Pro en la Boca sólo para hablar maravillas de Macri a quien se sabe que no aprecia, haya salido de la cabeza de Milei. No todas las estrategias de los genios son geniales. Nadie se creyó la admiración de Caputo por Macri.
En síntesis, está visto que es Milei, no su entorno, el que prefiere conservar funcionarios kirchneristas antes que habilitar más lugares para sumar cuadros macristas al gobierno. Muchos votantes de Milei querrían que ingiriera otra cucharada de ira anticasta y desalojara a los kirchneristas que subsisten en el Estado. Las razones del Presidente para no hacerlo no están claras. Pero acaba de comprobarse que el diálogo no siempre soluciona los problemas políticos. Milei y Macri hablaron cuatro horas seguidas. Los resultados no son inventariables.