El encanto de los nuevos boleros
Fue una tarde, a principios de los 90, en la casa de mis tías Irma y Lidia, que mi primo Ricardo nos contó que a veces iba a un karaoke. Como Luis Miguel había editado Romance, él se lucía con canciones que había aprendido años atrás en las grabaciones de Rolando Laserie y Tito Rodríguez. Por esa época, temprana adolescencia, mis padres me llevaron a ver Arrancame la vida, una obra musical con Chico Novarro y Andrea Tenuta, donde repasaban boleros clásicos (muchos compuestos por él). Y allá por 1995, Jazzología organizó un homenaje a Mario Clavell, que brindó un excepcional concierto autobiográfico, donde recordó con gracia y belleza la génesis de gemas como "Abrázame así", con muchos amigos notables entre el público. Entre ellos, Horacio Salgán: lo recuerdo porque le cedí el asiento al Maestro, en la Sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín, cuando Clavell lo reconoció desde el escenario y le dijo "te dejaron parado, Horacito". Y esa noche, el recordado Román Rosso, sonidista de la sala y bandoneonista, saludó con reverencia a Salgán tras bambalinas.
Esos tres eventos, más una charla con una chica en la terraza de un boliche que me hizo descubrir al trío Los Panchos, la escucha de Fina Estampa ao vivo de Caetano Veloso, la versión que Bill Evans hizo de "Esta tarde vi llover", de Armando Manzanero, y la de "Para encontrar el nuevo amor" de Gogó Andreu que cantaba Dolina en la radio, más la lectura de las memorias del bolero en la Argentina, De corazón a corazón, de Ricardo Risetti, terminaron por sellar el amor por un género que tuvo un revival, personal y colectivo, en estos últimos meses.
A comienzos de la cuarentena leí El castigo de Dios, del chaqueño Mempo Giardinelli. Uno de sus cuentos, "Señor con pollo en la puerta", incluye el Decálogo para bailar un bolero, de un personaje llamado Beremundo Bañuelos. Cito, como muestra, el quinto punto: "El bolero se baila siempre con los ojos cerrados. Hay cuatro razones para ello: la necesidad de concentración amorosa-auditiva que se requiere; la ensoñación se logra mejor con los ojos entornados; de ese modo la pareja no se distrae sacando el cuero a las parejas que bailan alrededor; y finalmente porque en el bolero los cuerpos necesitan oscuridad o penumbra, igual que en el amor. Por lo tanto -y es un dogma- bolero que se baila con los ojos abiertos es bolero desperdiciado."
La semana pasada, se publicó el primer single de Los Satélites del Sur, una pequeña orquesta de boleros y ritmos tropicales integrada por Nico Landa, el Cuino Scornik, Pelu Romero y Marcelo Filippo, músicos que vienen de otros barrios musicales, pero que se dejaron atrapar por la cadencia y el aura romántica de este género nacido en Cuba, que llegó a la Argentina en la década del 30 del siglo pasado. Son nuevas composiciones; la primera se llama "Dormir tranquila" y la canta Carolina Peleritti, en una veta distinta a la folclórica, su especialidad.
La rutilante aparición de Franco Araujo, ahijado artístico del bajista y cantante Daniel Maza, emulando a Daniel Riolobos en una versión de "Mi mejor amante", con apenas 16 años, y de la cantante y compositora paraguaya Chabela Ri, evocando el espíritu del grupo chileno Los Angeles Negros, como si fuera una Amy Winehouse guaraní confirman que el amor, en la forma clásica de la canción latinoamericana, está en el aire.
¿Otras muestras? El proyecto dePoli y Prietto; algunas experiencias de Liza Casullo; Los De Seda, que llevan al terreno acústico piezas de Virus y Los Auténticos Decadentes; Barby Aguirre y la versión tropicalísima de "Till There Was You", de Meredith Willson-versionada por Los Beatles en sus comienzos-; y apariciones como el grupo Agua de Florero, reviven al bolero en el siglo XXI. Nuevas voces para dejarse encantar y bailar con los ojos cerrados.