El ejemplo de Arturo Illia
El nuevo aniversario del golpe destituyente que removió del poder al presidente Arturo Illia, que se cumple el viernes, motiva estas líneas no para descalificar a sus autores –lo cual no es necesario, pues la mayoría de ellos manifestó su arrepentimiento o pidió disculpas públicas– sino para señalar, con hechos y actitudes, que Illia no sólo fue un hombre honrado sino también un gran presidente y un republicano ejemplar, datos no tan difundidos y hasta desconocidos por millones de argentinos que no vivieron en esa época.
En un breve repaso de su gestión de gobierno podemos destacar logros en distintas áreas. En relaciones exteriores, por ejemplo, los problemas limítrofes con Chile se canalizaron amistosamente en 1965, pese a un enfrentamiento armado previo, con el tratado firmado entre Eduardo Frei e Illia. En octubre de ese año, Illia se opuso con firmeza al envío de tropas a la República Dominicana. La ONU dictó la resolución 2065, que obligaba al Reino Unido a negociar con nuestro país el problema de Malvinas. Illia encarriló además las relaciones con el Vaticano después de décadas, avanzando el Concordato con la Santa Sede. Recibió en el país la visita, con la firma de tratados internacionales, de los entonces presidentes de Francia, Charles de Gaulle; de Italia, Giuseppe Saragat; de Alemania, Heinrich Luebke; también del rey Balduino de Bélgica; del sha de Persia, Mohammad Reza Pahlevi, y del senador Robert Kennedy, entre otras destacadas personalidades.
En asuntos de defensa, Illia afrontó la lucha antisubversiva en el marco de la Constitución. A través de la acción de la Gendarmería combatió en la selva salteña a un grupo guerrillero encabezado por Jorge Masetti (Ejército del Pueblo), derrotándolo.
En materia económica, debemos destacar el crecimiento del Producto Bruto Industrial un 18,9% en 1964 y un 13,8 en el año siguiente. El desempleo, que en 1963 ascendía al 8,8%, se redujo en 1966 al 5,2. La deuda externa, que alcanzaba la cifra de 3300 millones de dólares en 1963, bajó a 2600 millones en 1965.
En educación, se puso en marcha el plan nacional de alfabetización, se aumentó el presupuesto educativo y se bajó el costo.
En el área laboral, en junio de 1964, entre otras leyes se promulgó la ley del salario mínimo, vital y móvil, en tanto el salario real aumento un 6,2% en 1964 y un 5,4 en 1965. Se sancionó también, en materia de salud, la ley de medicamentos conocida por el nombre del ministro Oñativia, que estableció que los medicamentos, al tener clientes cautivos, no eran productos comerciales sino bienes sociales que debían ser regulados.
Sobre el respeto al federalismo, tan vapuleado en nuestros tiempos, vale destacar que durante su gestión nunca una obra pública nacional estuvo condicionada al apoyo político del intendente o del gobernador correspondiente. Sirva como símbolo la cesión de la residencia El Mesidor, que efectúo la Nación a la provincia del Neuquén, gobernada por opositores.
Illia llevó una vida austera y sencilla, enmarcada en profundas pautas éticas, pero también en la convicción de que se podía ser sin necesidad de tener.
Es destacable también su profundo rechazo a la manipulación de la opinión publica a través de la deformación informativa del aparato comunicacional del Estado. Había observado, en un prolongado viaje por Europa, este fenómeno desplegado antes de la Segunda Guerra Mundial por el fascismo y el nazismo. En contraste con nuestra realidad actual, Arturo Illia dijo: "Nunca uso la cadena nacional para dar mensajes de política de gestión".
Mientras ejerció el cargo presidencial solía salir de la Casa de Gobierno a la Plaza de Mayo para visitar funcionarios con despacho cercano. Caminaba y conversaba con la gente.
Cuando fue echado del gobierno por la fuerza, se retiró acompañado por su gabinete, amigos y correligionarios hasta Rivadavia y Reconquista. Rechazó los autos que se le ofrecieron y se tomó un taxi. Se trasladó a Martínez, a la casa de un hermano suyo en la calle Pueyrredón, entre Sargento Cabral y Necochea. Como no tenía teléfono, se instalaba en una mercería, "lo de Doña Querina", a una cuadra de donde vivía, y allí a la tarde recibía llamadas y convenía reuniones. Si no lo iban a buscar, viajaba a la Capital en el colectivo 60, para asombro de los pasajeros. En Buenos Aires, era usual encontrarlo en distintos restaurantes. Su ingreso solía llevar tiempo, por el saludo y la charla con muchos de los comensales. Podríamos agregar muchas más anécdotas. Durante sus últimos años, cuando estaba en Córdoba, se alojaba en la habitación de la clínica Conde, en Villa Carlos Paz.
Cuando asumió, su declaración jurada consistió en un plazo fijo, un auto y su casa en Cruz del Eje, regalada por sus pacientes y amigos. Cuando dejó la presidencia sólo le quedaba esa casa.
Nunca confrontó ni agravió ni descalificó. Para él, el respeto a la Constitución y a la ley era sagrado.
Que sirva todo esto como contraste con lo que ocurre en la Argentina actual. Y ojalá luchemos por un país en el que estas conductas recuperen el valor que han tenido.
© LA NACION
Emilio Gibaja y José M. García Arecha