El ébola exige una respuesta global eficiente
La llegada del ébola a Europa, con el contagio de la enfermera española Teresa Romero Ramos, se convirtió en el caso líder para comprender los riesgos de que la propagación del virus adquiera un alcance global.
Desde que aparecieron, hace seis meses, las primeras noticias del brote en Guinea y su posterior expansión a Sierra Leona, Liberia y otros países del África occidental, el mundo entró en estado de alerta. Sin embargo, la ubicación remota de los casos tuvo como consecuencia una muy lenta estructuración de una respuesta internacional práctica y eficiente para controlar la situación y prevenir la diseminación del virus más allá de estos países.
Las noticias siguen siendo desalentadoras. Las cifras oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dan cuenta de más de 4500 casos fatales y más de 9200 infectados en siete países, aunque se estima que esta cifra podría ser en realidad hasta dos veces y media superior.
La incertidumbre respecto de la magnitud del brote va de la mano del escaso desarrollo socioeconómico de los países más afectados y de las dificultades prácticas para identificar la infección por falta de medios de diagnóstico. En términos de tratamiento, dada la cantidad de casos, los sistemas sanitarios en dichos países se encuentran hoy totalmente desbordados.
Sin embargo, los déficits en el diagnóstico temprano y tratamiento se dan también en los países más desarrollados. Los síntomas de estas infecciones son confusos y todo retraso en la identificación de la enfermedad aumenta significativamente el riesgo de contagio. Tal fue el caso de Teresa, quien recibió el diagnóstico de ébola luego de una semana desde la aparición de los primeros síntomas, y que ya, según la información más reciente, estaría libre del virus.
Sin lugar a dudas, la crisis del ébola conlleva impactos humanitarios devastadores, pero también emerge como una fuerte amenaza a la seguridad internacional.
Es evidente la disrupción de las actividades humanas y el pánico que el ébola trae consigo. La experiencia en los países más afectados habla de un incremento de la violencia, que ha llevado incluso a ataques a los trabajadores de salud. Expertos del Banco Mundial han estimado pérdidas económicas para estos países del orden de los mil millones de dólares. Si el brote se transforma en pandemia, las inestabilidades gubernamentales y el colapso económico y social podrían también propagarse a escala global.
El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), organismo oficial de salud pública de los Estados Unidos, indica que sin la ayuda internacional adecuada el número de infectados podría alcanzar casi un millón y medio de personas en enero de 2015. En ese caso, claro, ningún país estaría exento de recibir infectados con el virus a través de sus fronteras.
Sin embargo, los casos exitosos de Nigeria y Senegal muestran que la epidemia se puede controlar en el lugar de origen y a eso se debe apuntar.
Para ello se hace imperiosa una eficiente la cooperación internacional. Los países deben trabajar juntos para evitar que el virus se disemine a nuevos países y también para que los sistemas de salud puedan brindar un adecuado y humanitario tratamiento a las víctimas.
Muchos de estos países ya están actuando en este sentido. Los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y hasta Cuba y China han enviado ayuda, que algunas veces incluye personal en el terreno. Estos países ya suman 45 y, aunque se nota la ausencia de algunos actores clave, se han comprometido hasta ahora alrededor de 1250 millones de dólares.
Las Naciones Unidas han difundido una lista con recursos imprescindibles para la urgente respuesta. La variedad de elementos hace que muchos sean asequibles aun para los Estados de menor poderío económico. Sin embargo, es claro que la competencia y la celeridad para el empleo de los recursos por parte de los organismos internacionales encargados de coordinar la respuesta son tan claves que se requieren liderazgos ejecutivos que vayan más allá de las burocracias de escritorio. Eso también constituye un desafío.
La crisis del ébola trae consigo la oportunidad de generar espacios de cooperación internacional sobre la base de objetivos compartidos, más allá de los desencuentros políticos entre Estados.
En este sentido, se requieren acuerdos clave para estructurar un sistema global de prevención, detección y respuesta para cualquier brote infeccioso que pueda aparecer a futuro, sea éste natural o provocado por el bioterrorismo.
Sin dudas, la dimensión y gravedad de la amenaza imponen la intervención directa y coordinada de las máximas autoridades de los Estados, para evitar que la catástrofe alcance una magnitud impredecible.
Naturalmente, no alcanza con abroquelarse dentro de las propias fronteras siguiendo adecuados protocolos sanitarios. El objetivo central es controlar el brote antes que se disemine, allí, en los países más afectados. En el caso de nuestra región, Brasil, Cuba, Chile y Colombia ya se unieron a la respuesta global y la lista se incrementa día a día. La Argentina no debería estar ausente.
La autora es fundadora de la Red de Líderes de América Latina y el Caribe, y preside? la fundación NPS Global
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