El durazno y la pelusa
Hay decisiones de vida que implican riesgos y beneficios y cuando esas decisiones se toman por propia voluntad y sin ningún tipo de presiones ni mandatos obligatorios de nada valdrán lamentos y rasgaduras de vestiduras invocando los méritos y peligros que entrañan esos caminos elegidos.
En el contexto de muchos países, entre ellos la Argentina, dedicarse a la educación desde el puesto de maestro es arriesgarse a bajos salarios y en los últimos años al maltrato que alumnos indomables y padres golpeadores proporcionan a los docentes. Esta situación es a todas luces injusta y perversa y se debe hacer algo para remediarla, nadie lo duda pero lo concreto es que el problema no se ha resuelto sino que, por el contrario se ha agravado.
Esto no quiere decir que la solución sea desertar de esta sagrada vocación de ser formador de conductas éticas, morales y culturales de las futuras generaciones y está muy bien que los maestros reclamen mejores condiciones de trabajo pero tomando conciencia de que si no hay una autentica vocación el camino puede ser arduo, doloroso y muchas veces frustrante.
Del mismo modo los que optan por ser policías deben tener claro que la posibilidad de que le peguen un tiro no es remota ni mucho menos, pues deberán enfrentarse con todo tipo de delincuentes, muchos de los cuales no tienen nada que perder y salen a robar a mano armada, sin ningún tipo de miramientos y, muchas veces, sin el más elemental código que al menos los lleve a no matar si no es necesario para sus siniestros fines. Es claro que en épocas de desempleo el oficio puede ser una salida laboral posible pero el que se mete en esa profesión debe saber asumir los altos riesgos que se corren.
Hay otras profesiones que tienen más libertad de opción y que requieren disciplina, estudio y capacitación en universidades. Ser médico no puede ser una decisión que busque la riqueza, el renombre y la celebridad sino que exige una vocación profunda para enfrentar el dolor y la enfermedad, una vocación para poder decirle lo peor de la mejor manera a miles de pacientes. La muerte, la vida, la recuperación y el empeoramiento forman parte de las posibilidades que semejante carrera ofrece y, como tal, no es para cualquiera.
Ni hablar de los que asumen sin que nadie les ponga una pistola en la sien la carrera de las leyes, sobre todo aquellos que anhelan y muchas veces consiguen ser jueces de la Nación. La justicia, todos lo sabemos, debe ser igual para todos y no puede ser manejada y controlada por el poder de turno dejándose sobornar por dinero, por favores ni por miedos. Si esto pasa en dictaduras que anulan todos los derechos es no justificable pero mínimamente comprensible y es en esos períodos donde se comprueba la entereza y heroicidad de los jueces que prefieren arriesgar sus vidas antes de permitir atropellos brutales a los derechos del hombre.
En los períodos democráticos con autoridades consagradas por elecciones libres donde la mayoría popular decide a quienes confiar su seguridad jurídica, es absolutamente reprobable que los jueces hagan la vista gorda a escandalosos robos y corrupciones de todo tipo que hunden al pueblo en la carencia y la pobreza en la que los colocan ajustes violentos con la excusa perpetua de la necesidad de reinstaurar las seguridades jurídicas. Los jueces deben asumir su responsabilidad y actuar a tiempo, prevenir las estafas que son burdamente cometidas gracias a la ligereza de los que tienen que hacer cumplir las leyes pues así lo juraron cuando eligieron esa profesión tan importante. Claro que esto entraña muchos riesgos pero como dice el dicho "si comes durazno, bancate la pelusa".