El dueño del Amazonas
"La Amazonía es nuestra, no de ustedes", dijo hace algunos días Jair Bolsonaro ante la prensa extranjera, molesto por las preguntas acerca de la conservación del área. "Los datos de deforestación sobre la Amazonía son falsos", agregó el presidente brasileño. Las imágenes satelitales, sin embargo, parecen contradecirlo. Según el Instituto de Investigación Espacial Nacional de Brasil (INPE), una agencia gubernamental cuyos satélites también monitorean el Amazonas, se perdieron más de mil kilómetros cuadrados de selva durante la primera mitad de julio, un aumento del 68% en comparación con el mismo período del año pasado.
Sin poner en duda los derechos soberanos de cada Estado, cabe preguntarse acerca de las responsabilidades de los mandatarios por el resguardo duradero de bienes que, de algún modo, conforman el patrimonio mundial o contribuyen a la salud de la humanidad.
Es cierto, muchos países se han desarrollado a costa de consumir sus recursos naturales y ahora se oponen a la utilización de los bosques o al cambio de uso del suelo en Brasil. Algo similar le ocurre a China cuando rechaza poner límites a un crecimiento que genera voluminosas emisiones de gases efecto invernadero, argumentando que las naciones desarrolladas lo han hecho con anterioridad para alcanzar el estado de bienestar que disfrutan en la actualidad. Sin embargo, la importancia global de la Amazonía está bien establecida: actúa como un regulador de las temperaturas, un verdadero pulmón del planeta, y sus funciones, por ejemplo, inciden directamente en los patrones de lluvia de Brasil y la Argentina. Sus vientos incluso pueden afectar el clima en Europa y América del Norte. Cuenta con unos 7 millones de kilómetros cuadrados -dos veces y media la superficie de la Argentina- repartidos entre nueve países: Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guyana, Surinam y la Guayana Francesa. Es una de las ecorregiones con mayor biodiversidad de la Tierra: allí habitan al menos 40.000 especies de plantas, 427 mamíferos, 1300 aves, 378 reptiles, más de 400 anfibios y alrededor de 3000 peces de agua dulce ¿Son estos países los dueños de la Amazonía? ¿Podrían uno o varios de sus gobiernos actuar como propietarios irresponsables y aplicar políticas que afectaran el futuro de la vida en el planeta?
Las naciones donde se registran altas tasas de deforestación aluden a la soberanía cada vez que cualquier institución hace un informe o intenta detener su acción destructiva. Sin embargo, ante la demanda insaciable de recursos, cada vez será más imperioso evaluar los efectos globales de las actividades locales. Resulta necio pensar que los millones de años de interdependencia de todos los ecosistemas de la Tierra se han de sujetar a las actuales fronteras políticas. El cambio climático es un ejemplo de acciones individuales que han regado de calamidades a regiones que se encuentran más allá de los propios límites territoriales. Un nacionalismo patológico que desprecie la protección ambiental puede significar la abolición de un proyecto colectivo de humanidad. Las múltiples interrelaciones de la naturaleza plantean el desafío de una nueva comprensión sistémica, un verdadero paradigma de convivencia. Se trata de conservar el futuro del único lugar -por lo menos hasta ahora- donde la vida humana es posible: el planeta de todos.