El duelo invisible entre Esteban y Máximo K.
No podríamos imaginar figuras más distantes que Máximo Kirchner y Esteban Bullrich, salvo por un punto en común: ambos fueron protagonistas, aunque por razones opuestas, de la escena mediática en un final de año atravesado por la memoria colectiva del abismo, a 20 años de 2001. Si Esteban encarna la resiliencia, nos muestra descarnadamente la finitud y le pone alma a la política, Máximo expresa la otra cara de la moneda: ojos en la nuca, sueños megalómanos de eternidad y el ejercicio de una forma tóxica de poder. Un duelo sutil entre dos polaridades: servidores públicos versus mercaderes de la política.
Si Esteban dice: “Estamos de paso”, Máximo retruca, subliminalmente: “Nos quedamos para siempre”. Uno habla de humildad; el otro nació en una familia que siempre ha confundido humildad con humillación y por eso se agazapa detrás de la soberbia. Si se sienta a una mesa de negociación con adversarios, uno piensa qué dejar, cómo contribuir. Al otro le enseñaron que lo importante es derrotar al enemigo y quedarse con todo.
Los gritos del hijo de Cristina no hacen más que reforzar su debilidad. De las palabras escritas por Esteban, que ahora solo puede expresarse a través de un software, emana una potencia que toca los corazones. “La Ela me ha enseñado a aceptar la realidad”, puntualizó Bullrich, a través de un hondo discurso ante sus pares, para explicar la renuncia a su banca en el Senado. Desde la otra calle, los Kirchner han hecho de la negación de la realidad una forma de hacer política.
¿Simbolizan ambos, Máximo y Esteban, aspectos de nuestra sociedad? Definitivamente, sí, aunque nos guste más lo que refleja un espejo que otro. En otras palabras: ¿hay un “gen” destructivo, una versión Máximo K., dentro de nosotros? Sin duda, de lo contrario la Argentina no habría caído tantas veces. Pero también nos habita el héroe emocional y cívico, generoso y constructivo, que se despliega en la figura de Esteban Bullrich. Y por eso su historia nos llega y nos conmueve.
La psiquiatra Elizabeth Kübler Ross, una de las personalidades más influyentes del siglo XX, nos enseñó que, cuando la vida está en peligro o nos enfrentamos a una enfermedad extrema, como podría ser la Ela, se produce, en algunas personas, una ampliación de la conciencia. Paradójicamente, lo adverso hace emerger una mejor versión de nosotros. Nos eleva. En un diálogo con Graciela Fernández Meijide, cuando se acercaba su final, el exmontonero Héctor Leis logró pedir perdón por el sufrimiento causado en los 70.
Alberto Fernández acaba de describir a Máximo como un dirigente “racional”, más parecido a Néstor que a Cristina. Los hechos recientes no lo apoyan. Su berrinche del viernes a la madrugada en el Congreso, que evocó a las memorables pataletas maternas, logró pulverizar el presupuesto 2022. Incluso, a diferencia de su padre, el vástago asumió la presidencia del PJ, como si la derrota electoral no hubiera sucedido. Néstor hizo lo contrario: después de la derrota de 2009, renunció al timón de su partido. Suena más racional.
Máximo también parece haber heredado de su madre el don de la tergiversación de la realidad: durante la celebración de su asunción como pope del peronismo bonaerense, acusó al poder mediático de tener al Presidente bajo acoso. Una interpretación curiosa. Ese mismo fin de semana, Fernández deslizó la posibilidad de ser candidato presidencial en 2023. Un día después, La Cámpora avisó que ellos pondrán, en esa misma cancha, a un candidato propio. Su madre le propinó a su pupilo un golpe quasi mortal cuando, después de la derrota de las Paso, amagó con vaciarle el Gobierno. ¿Quiénes serán los verdaderos acosadores?
En vida del pater familiae, el hijo de dos presidentes adictos al relato jamás se había atrevido a hablar en público. Hoy, incluso los propios se hacen, por lo bajo, esta pregunta: ¿está en condiciones de conducir este nuevo bloque donde el kirchnerismo se verá obligado a negociar y a construir consensos, valores que no figuran en su ADN? Muchos creen que no.
Máximo tenía poco más de veinte años cuando el periodista Miguel Bonasso, que frecuentaba la casa de sus padres en Río Gallegos a finales de los 90, lo cautivó con la figura de Héctor J. Cámpora. Bonasso escribía entonces El presidente que no fue. ¿Podría ser Máximo el heredero que no fue o que no fue como su madre habría querido que fuera?
En la porción de la Argentina que habitamos somos poderosos. Podemos elegir, por ejemplo, a quién vamos a alimentar, si a los Máximo Kirchner o a los Esteban Bullrich de la vida. Cada uno en su metro cuadrado. No es poco.