El dramático giro de Alberto y Cristina
Sostiene un viejo funcionario del kirchnerismo, que ya no está en el Gobierno, que a Cristina Kirchner hay que hablarle porque ignora muchas cosas. “El peor consejo que escuché es el de Zannini: él dice que hay que escucharla y no hablarle”, remata. Ignora muchas cosas, en efecto, pero ella sabe lo que hace cuando impulsa un giro brusco y definitivo en la dirección ideológica del gobierno que amadrina. Alberto Fernández y Felipe Solá son expresiones inexplicables de la política, porque los dos promovían otras ideas. Ahora cultivan las de Cristina con la misma devoción que les prodigaban a principios diferentes. La inspiración revolucionaria les llegó tarde. Pero ¿qué es lo que provocó el cambio de Cristina? ¿Por qué desapareció la lideresa que como senadora predicaba a favor de las instituciones? ¿Dónde está la legisladora que promovió una disminución del número de miembros de la Corte Suprema, pero respetó a los jueces que estaban? Algunos dicen que las muertes de Hugo Chávez y Fidel Castro le encendieron la ambición de convertirse en referente de la izquierda latinoamericana. Otros subrayan simplemente su resentimiento con Estados Unidos porque Barack Obama no la recibió nunca en la Casa Blanca. Solo le dispensó algunos minutos para reuniones bilaterales en cumbres internacionales.
El actual presidente solía decir que “el que se lleva mal con los Estados Unidos de Obama es porque quiere llevarse mal con los Estados Unidos”.
Entonces criticaba a Cristina. El mismo teorema puede aplicarse ahora al propio Alberto Fernández: solo los que quieren llevarse mal con los Estados Unidos se llevan mal con los Estados Unidos de Biden, que sostiene algunas políticas más progresistas que las de Obama. Todo lo que la administración de Alberto Fernández hizo en la última semana fue para desplazar al país hacia el rincón de las naciones desorbitadas y para acariciar políticas contrarias a las posiciones de Biden. Desde el apoyo en las Naciones Unidas a una comisión investigadora de lo que hizo Israel cuando se defendió de los ataques del grupo Hamas hasta la renuncia a seguir denunciando en la Corte Penal de La Haya las violaciones de los derechos humanos en Venezuela, todo significa una adscripción absoluta de la Argentina a posiciones muy distintas de las que ha sostenido históricamente. Biden respaldó el derecho de Israel a defenderse y consideró al régimen de Maduro una “dictadura, lisa y llana”. Hay intereses prácticos para intentar acuerdos con Biden (la renegociación de las deudas con el Fondo Monetario y el Club de París, por ejemplo), pero también existe el deber moral de llamar a las cosas por su nombre. La autoridad moral de las naciones está por encima de sus conveniencias.
Alberto Fernández y Felipe Solá son expresiones inexplicables de la política. Defendían otras ideas. Ahora, cultivan las de Cristina
En esos paseos antinorteamericanos deben inscribirse también las declaraciones de Alberto Fernández sobre los inconvenientes para que esté en la Argentina la vacuna Pfizer, la que se aplicó a más personas en el mundo. No dijo la verdad. Argumentó que la negociación fue tan difícil que llegó al convencimiento de que los Estados Unidos no le permitirían a Pfizer exportar su vacuna hasta que no estuvieran inmunizados todos los norteamericanos. Pfizer había destinado un lote de 13,3 millones de vacunas para la Argentina, el país donde hizo el mayor ensayo del mundo. Según una investigación de los periodistas Hugo Alconada Mon y Claudio Jacquelin publicada en LA NACION, Pfizer reasignó ese lote y parte de él le fue vendido a Uruguay luego de que fracasaran las negociaciones con los funcionarios argentinos. El país habría tenido la vacuna Pfizer si el gobierno de Alberto Fernández hubiera hecho lo que hicieron otros gobiernos: negociar y negociar (para todos fue muy difícil) hasta llegar al acuerdo. En América Latina, solo la Argentina, Venezuela y Paraguay no cuentan con la vacuna más usada en el mundo. ¿Vamos a creer que hubo una conspiración internacional para hacer diferente la negociación con la Argentina? ¿O la dignidad nacional es, acaso, una pertenencia exclusiva del kirchnerismo? Peor aún: ¿no fue eso, abastecer por completo de vacunas a su país de origen, lo que hizo la anglo-sueca AstraZeneca, que colmó el mercado de Gran Bretaña? De hecho, la Unión Europea le inició un juicio penal por incumplimiento de contrato a este laboratorio. ¿Por qué entonces hubo tanta confianza en AstraZeneca y tan poca en Pfizer?
La Argentina debería disponer ahora de 20 millones de dosis de vacunas para aplicarlas de inmediato. No las tiene. La ola que se abatió sobre el país es una enfermedad diferente: más contagiosa y más complicada. A principios de febrero pasado, el Presidente aseguró en diálogos privados que el 31 de marzo estarían vacunados los 13 millones de argentinos que tienen más de 60 años y con menos de esa edad, pero con enfermedades prevalentes. Respetados miembros de la comunidad científica aseguran que si se hubiera cumplido esa promesa hoy habría entre 8000 y 10.000 muertos menos. Nadie le pide al Presidente, un abogado que interpreta a su modo el derecho, que conozca los detalles de la ciencia médica. Pero debería reclamarles más rigor a los funcionarios y científicos de su gobierno.
Tal como están las cosas, es probable que Pfizer no llegue nunca a la Argentina. Muchos argentinos están gastando cifras importantes de dólares (pagan en pesos y los dólares salen del Banco Central) para vacunarse en los Estados Unidos con Pfizer, Moderna o Janssen. ¿Por qué el Gobierno no trata de habilitar los vacunatorios privados en el país con las vacunas más demandadas para evitar que los dólares se vayan del Banco Central? Una familia de tres personas gasta entre 10.000 y 15.000 dólares en los Estados Unidos, entre pasajes y estadía, solo para vacunarse. Hasta las reservas de dólares, que siempre son escasas en la Argentina, exigen más pragmatismo y menos ideología.
El fanatismo ideológico termina siempre en el absurdo. ¿Pueden Venezuela, Cuba y Nicaragua cuestionar al Estado democrático de Israel? No, pero esos tres países latinoamericanos (y Bolivia) fueron los que acompañaron a la Argentina en el voto contra Israel en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. También México, gobernado por un presidente populista que prefirió polarizar y confrontar a la sociedad de su país. La comisión que crearon investigará si Israel cometió crímenes de guerra cuando les respondió a los 4000 misiles (la cifra es también de las Naciones Unidas) que Hamas lanzó desde Gaza hacia ciudades israelíes. Nada dijeron de que Hamas inició las hostilidades ni de su insistencia en bombardear a Israel. Michelle Bachelet, que es la responsable de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, planteó sospechas sobre las operaciones militares de Israel, pero cuestionó también a Hamas. Fue la única. A veces, el antisionismo es el nuevo nombre del antisemitismo. La decisión argentina fue duramente cuestionada por Jorge Knoblovitz, presidente de la DAIA y líder de la comunidad judía argentina.
Una delegación de agrupaciones kirchneristas y parakirchneristas fue a investigar si se violaron los derechos humanos en Colombia, donde el gobierno de Iván Duque debió enfrentar una larga y dura protesta. Es probable que en ese país de infinitas guerras se hayan traspasado los límites de la legítima represión. Pero en esos mismos días el gobierno de Alberto Fernández retiró al país de la denuncia penal en la Corte de La Haya contra Venezuela por la sistemática violación de los derechos humanos. Amnistía Internacional le recordó al canciller Solá que en Venezuela se comprobó la existencia de torturas, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y detenciones arbitrarias. ¿Duque, que es de derecha, viola los derechos humanos, y Maduro, líder de los bolivarianos, no? Israel no tiene derecho a defenderse de los ataques de Hamas, pero Maduro puede torturar y matar en nombre de una revolución inverosímil. Las contradicciones no carecen de coherencia.