El Don Juan, un mito que insiste en tiempos de cambio
Al parecer, el mito del Don Juan está en vías de extinción. Sin embargo, basta ver al personaje de Don Draper en la serie Mad Men para intuir que algo del mito consagrado por Tirso de Molina en el siglo XVII sigue vigente en la sensibilidad contemporánea. En todo caso, ¿cuáles son las máscaras del Don Juan -ese impenitente y sistemático acumulador de conquistas amorosas- en estos tiempos de diversidad, libertad sexual y feminismo? ¿De qué modo esta figura sigue invitando, hoy, a hablar sobre los límites de la libertad sexual, la seducción, la conquista y la moral?
Por lo pronto, hay que aclararlo: no todo seductor es un donjuán. El doctor en Psicología y Filosofía Luciano Lutereau viene pensando el tema en sus ensayos sobre la masculinidad reunidos, entre otros, en No hay relación sexual. Amor, deseo y goce en psicoanálisis y Edipo y violencia. Y, contra todo pronóstico, es de los que piensan que el arquetipo sigue vigente. "Don Juan y el seductor son dos posiciones distintas, aunque a veces se las confunda. Asimismo, Don Juan, el varón que es capaz de llegar a lo más íntimo de una mujer, de forzar su deseo, no es Casanova, que es un gran amante, cuya actitud es la de darle a una mujer eso que de sí misma ella no conoce. Dicho de otra forma, un seductor es alguien que prefiere hacerse reconocer como deseante antes que actuar un deseo; un Don Juan actúa el deseo, pero en función del deseo de la mujer, no se implica personalmente; mientras que el Casanova es el amante abnegado (que se parece más al niño que busca satisfacer a la madre). Estas tres figuras del erotismo masculino son diferentes entre sí, aunque a veces se superponen y pintan muy bien actitudes frecuentes de los varones en nuestra época", dice el psicoanalista.
El gran conquistador
No por casualidad en la película Don Juan DeMarco -inspirada en la versión del mito que hizo Lord Byron- se lo presenta como el paciente de un psiquiatra, un joven con antifaz, florete y capa que pasea por los salones, convencido de ser el mejor amante del mundo. En verdad, el arquetipo parece haber seguido el curso de la moral imperante en cada época. Nació en 1630 como la versión latina del Fausto alemán, solo que el Don Juan de Tirso de Molina en lugar de aspirar a la omnipotencia intelectual, buscaba la sexual. Y, a diferencia de su versión en la ópera Don Giovanni, de Mozart, no hacía catálogo de sus conquistas, sino que las anticipaba. "Dadme un día para enamorarlas, otro para conseguirlas, otro para abandonarlas, otro para sustituirlas y una hora para olvidarlas", diría, casi tres siglos más tarde, el Don Juan Tenorio que José Zorrilla estrenó en 1844.
Pero ¿qué ocurre en la actualidad, cuando la moral sexual se libera, y a la vez, se vuelve más compleja? En el libro El fin del amor, la periodista y profesora de Filosofía de la UBA Tamara Tenenbaum indaga en los vínculos heterosexuales y, entre otras cuestiones, habla de la existencia de una "cultura de la violación" cuando explora el tema ríspido del consentimiento en los encuentros sexuales. Hasta ahora, dice, mientras los varones aprendían a desoír el deseo femenino y a dar prioridad a la conquista, las mujeres tenían el mandato de ocultar su deseo como forma de seducción. Eso conducía inexorablemente al desencuentro y a la insatisfacción. En ese marco, Tenenbaum reflexiona sobre el donjuanismo: "El arquetipo del Don Juan, por un lado, se vincula claramente con la cultura de la violación. En Don Giovanni el derecho de pernada está totalmente articulado, en el sentido de que él les ofrece a dos campesinos protección económica y política a cambio de desvirgar a las novias antes del casamiento. A la vez, en ese encuentro la mujer no opone resistencia. En la época de la ópera original, lo censurable no es el derecho de pernada, sino el hecho de que Don Giovanni toma algo que no es suyo".
Podría decirse que existe otra interpretación posible del mito. Al menos desde el psicoanálisis, Jacques Lacan habla de Don Juan como fantasía femenina. Y Lutereau comparte esa mirada: "Don Juan es el varón que puede estar con cualquier mujer, es decir, el mujeriego, pero ¿qué es un mujeriego? Un varón cuyo deseo está entre paréntesis, que no puede dejar de sucumbir al deseo de las mujeres, que son -entonces- su ?debilidad'. Porque un varón que desea a una mujer no puede estar con cualquier otra. No hay que pensar en lo que les ocurre a muchos varones después de una separación, cuando salen desesperados a acostarse con la primera que pase, tan solo para demostrar que ?todavía pueden': la mayoría de las veces necesitan fantasear con su ex. Cuando una mujer se le mete en la fantasía a un varón, no es tan fácil reemplazarla".
La seducción de Don Juan, por supuesto, también puede ser un acto estético. Como ocurre con Johannes, el personaje central de Diario de un seductor, del filósofo y escritor danés Søren Kierkegaard. En esta novela, un hombre entiende la seducción como una obra de arte, una puesta en escena, y busca en ella la perfección. Todo lo que conduce a la cama de Cordelia, una mujer idealizada, joven y sin experiencia sexual, es parte de la obra artística. Así, él queda atrapado en su propio deseo.
A pesar los múltiples sentidos que despierta el arquetipo, resulta muy difícil imaginar en las ficciones actuales -ya sean series, cine, o literatura- un protagonista que encarne cabalmente la figura del Don Juan. No obstante, hay algunos casos: a lo largo de las siete temporadas de la serie Mad Men se retrata el devenir de un hombre irresistible, Don Draper. Ya desde su nombre -"Don"- el personaje anuncia, tras las hazañas un exitoso publicista, al donjuán que oculta un trauma de infancia, va de conquista en conquista, e intenta, una y otra vez, alcanzar su deseo. La búsqueda de Don Draper tiene que ver, asimismo, con el ideal de varón exitoso que imperaba entre los años 50 y 60, la época en que se ambienta esta serie.
Amor y después
"Si se piensa en los siglos XX y XXI, hay una reivindicación del libertinaje y de la amenaza que representa Don Giovanni frente al matrimonio y las instituciones burguesas. Pero no del derecho de pernada y del poder económico como forma de obtener el consentimiento -explica Tenenbaum-. Hoy casi no se ve el mito porque es un poco anticuada la idea de la conquista. Hay algo obsoleto en la idea de que las mujeres son sorprendidas por un varón que las desea y ellas replican ese deseo, pero hasta ahí, ¿no? Digamos que hoy vemos mucho más lo contrario: mujeres deseantes, desesperadas, tratando de ?enlazar' a un varón. Me parece que ese cambio tiene que ver con dinámicas y discursos distintos. Ahora se identifica al varón con el desapego, mucho más que con la conquista".
Es probable que la conquista como rasgo de masculinidad fuera la causa de que gran parte de los protagonistas de la literatura argentina del siglo XX traduzca, de una y otra manera, el arquetipo donjuanesco. Al menos, esto es lo que piensa Lutereau: "En El pasado, de Alan Pauls, el personaje de Rímini es una excelente representación de un donjuán. Que podría contraponerse al Martín de Sobre héroes y tumbas y al Oliveira de Rayuela. La novela de Pauls muestra un modelo de subjetivación masculina en la sociedad argentina entre los años 80 y el cambio de siglo. Así como las otras muestran a los varones de las décadas de 1940 y de 1960".
Hoy, por el contrario, el Don Juan se volvió el centro de las críticas de una nueva subjetividad de época. Pero, a pesar de diluirse como modelo de ficción, persiste, desde las sombras, en el mundo privado. "El punto es que esta posición de Don Juan está en cuestión, ya no resulta atractiva ni está legitimada; se la ejerce subrepticiamente, en el ámbito público está siendo revisada. Pero en los consultorio tiene vigencia aún. No solo se quejan de Don Juan las mujeres que, cada tanto, caen en las garras de alguno, sino también los varones que sienten que no tienen ?nada para dar', que quisieran jugársela por un deseo, pero al mismo tiempo tienen mucho temor y no confían en sus capacidades".
Cualquiera fuera su máscara, el mito que alimentó la fantasía de las mujeres y calmó la inseguridad de los hombres parece haber anticipado su final. Una imagen lo muestra mejor que la teoría: en la célebre película Sueños de un seductor, el ideal Humphrey Bogart recomienda a un acomplejado Woody Allen que se adapte a la imagen de seductor que supuestamente buscan las mujeres, que las halague y engañe. Pero en la última escena, que recrea el final de Casablanca, da un giro drástico y le aconseja lo opuesto: le dice que, si quiere seducir, sea él mismo. En verdad, detrás de su ironía, la escena deja a la vista la fragilidad del Don Juan frente al vendaval de honestidad sexual que impulsan los tiempos nuevos.