El divino tesoro dilapidado por el kirchnerismo
Ocho de cada diez argentinos transitan una emoción asociada a un malestar. Cuando se les pregunta con qué sentimiento se identifican mayoritariamente hoy, el 79,9% menciona enojo, incertidumbre, tristeza, impotencia, desesperanza, miedo o angustia. Apenas el 11,3% dice sentir felicidad o alegría; el 4,9% exhibe confianza y solo el 1,7%, entusiasmo.
Esas desgarradoras cifras se desprenden de la encuesta de humor social concluida a fines de octubre en todo el país por la consultora Pérez Aramburú y Asociados a través de 1080 encuestas telefónicas efectivas. El estudio contiene un dato aún más llamativo: es el segmento de jóvenes de 18 a 29 años de edad el que en mayor proporción (24,1%) manifiesta enojo, al tiempo que es también el más pesimista frente al futuro, tanto en lo inmediato como en el largo plazo.
Dos tercios del total de la población consultada (66,1%) creen que, dentro de un año, la situación general del país será peor. Trasladado el mismo interrogante a quienes tienen entre 18 y 29 años, ese porcentaje crece hasta el 87,2%. Algo parecido ocurre cuando se indaga cómo imaginan la situación general de la Argentina dentro de 15 años: mientra la población en su conjunto tiende a dividir opiniones (el 27,4% estima que mejorará y el 29,6% que empeorará), uno de cada dos jóvenes (49,4%) considera que todo estará peor y solo dos de cada diez (21,9%) creen que estaremos mejor.
Aun cuando Cristina Kirchner no haya visto hasta hoy esta encuesta, obtenida en forma exclusiva por LA NACION, la vicepresidenta acaba de dar señales de estar al tanto del alejamiento de las filas de su movimiento político por esa parte de la población que hasta no hace mucho constituía su divino tesoro.
Apenas uno de cada diez ciudadanos de 18 a 29 años (10,3%) dice que con seguridad votaría a la expresidenta para otro turno en la Casa Rosada. En la otra punta, el 38% de ellos lo haría por Javier Milei.
Anteayer, durante el acto organizado por la Unión Obrera Metalúrgica en Pilar, Cristina Kirchner expresó su preocupación por ese segmento joven. Fue cuando, tras enfatizar que no venía a hablar en nombre de lo que pensaba hacer, sino “en nombre de doce años y medio de gobiernos que sacaron al país de la crisis más importante”, se lamentó de que los jóvenes que hoy rondan los 20 años no vivieron la crisis de 2001 y apenas estaban terminando la escuela primaria hacia el final de su última presidencia, en 2015. Su elíptica conclusión es que hay que inventar un nuevo relato para esa generación.
Uno de cada dos jóvenes de 18 a 29 años considera que, dentro de 15 años, la Argentina estará peor que hoy
Algunos trazos de esa narrativa fueron adelantados por la vicepresidenta en el mencionado mitin de Pilar. Su desafío pasa por representar a una vasta población enojada, tratando de que ese segmento de votantes no advierta que han sido el kirchnerismo y sus políticas el motivo central de ese enojo. ¿Cómo disociarse del fracaso de un gobierno que ella misma construyó y donde el cristicamporismo maneja alrededor del 70% del presupuesto nacional? ¿Cómo explicar que ella no tiene absolutamente nada que ver con el actual desorden?
La única respuesta que se le ocurre a Cristina Kirchner es señalar que, en cuatro años, Mauricio Macri destruyó todo lo que el kirchnerismo hizo en doce años y medio; que ella no tuvo más remedio que ungir a un “mequetrefe” (Fernanda Vallejos dixit) como Alberto Fernández para evitar la continuidad del macrismo y que hoy Sergio Massa debe “administrar las consecuencias” del gobierno de Cambiemos. “Yo evité el triunfo de Macri. Ese fue mi logro. No me mezclen con el fracaso de la actual gestión”, parece comunicar. Su estrategia no es debatir el presente, sino el pasado de los supuestos “años felices” de sus presidencias. Así, invita a “discutir con números”, olvidando que durante su gestión se destruyó el Indec para disimular la pobreza y la inflación, y estafar a los poseedores de bonos del Estado ajustables por ese índice.
Su relato central presenta a Macri como único responsable de la inflación de tres dígitos que se proyecta para este año, de la caída del poder adquisitivo de los salarios, del endeudamiento, de la pobreza y hasta del atentado contra su propia vida que despierta descreimiento en seis de cada diez argentinos.
Paradójicamente, después de denostar a la oposición, Cristina Kirchner reclama un “acuerdo democrático” y un “consenso económico”, algo que solo puede interpretarse como un pacto para la impunidad y para compartir los costos políticos del inevitable ajuste económico.
Acorralada en la Justicia, la líder del Frente de Todos solo espera que su archirrival Macri quede en iguales condiciones que ella para buscar en cierto momento una “solución salomónica”: intercambio de rehenes e impunidad para todos y todas.
En el pensamiento kirchnerista, la realidad es reaccionaria y la voluntad por distorsionarla es revolucionaria.