El discurso social del Papa: hacia una humanidad más fraterna
La reciente publicación de la Encíclica Fratelli Tutti ha venido a corroborar algo que resulta evidente desde hace algunos años: el discurso social de Francisco se ha constituido en una ineludible voz global sobre los principales desafíos epocales, que afectan las vidas tanto de creyentes como de no creyentes. Menos evidente es que para afrontar esos retos globales, el Papa no se abrazó a una moda académica, ni a consignas sociales pasajeras. Por el contrario, la fuerza de su diagnóstico y el camino bosquejado para reconstruir una humanidad más fraterna se apoyó en la rica tradición de la Iglesia Católica. Una tradición que inspira los más profundos cambios en las mentalidades y las estructuras propiciados por Francisco.
Esa tradición, fortalecida decisivamente a partir del Concilio Vaticano II, ha posibilitado al actual Pontífice articular virtuosamente el más actual conocimiento científico con un itinerario ético, guiado por la experiencia institucional de una Iglesia inspirada en el Evangelio. Su Encíclica Laudato Si´, por caso, contiene una multiplicidad de sólidos conocimientos, profundas reflexiones y claras orientaciones ecológicas que suelen ser menospreciados, como si fueran un mero dechado de buenas intenciones sin ninguna aplicación concreta. Sin embargo, esa Encíclica traza un diagnóstico respecto de la situación ecológica global tan sólido como compartido por las más consistentes investigaciones sobre el cambio climático. Tanto los documentos de la Agenda 2030 de la ONU, los informes anuales de la FAO o las investigaciones de las más prestigiosas instituciones universitarias del mundo comparten la mirada sobre la falta de sustentabilidad del actual esquema de producción y consumo.
Este tipo de discurso es posible porque junto al progreso científico, fruto de la acumulación de conocimientos en el tiempo y la cooperación, el papa Francisco se apoyó para elaborar Laudato Si´ en esa razón ampliada condensada en magisterio de la Iglesia Católica, que de Pablo VI a Benedicto XVI ha venido señalando la centralidad del problema ambiental para el mundo contemporáneo.
Contra las actuales narrativas que entronizan el conflicto y la diferencia, que impugnan todo lo instituido y desvalorizan el conocimiento científico éticamente orientado, Francisco nos llama a afrontar los más graves desafíos de nuestro tiempo a partir de un discurso que favorece el conocimiento compartido y la experiencia acumulada, que reconoce la evidente interdependencia de todos los que habitamos la Casa Común. Se trata de un discurso que nos invita humildemente a asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual…" (LS, 15).
Fue esa misma tradición la que inspiró la profundización de los procesos sinodales en el ámbito de la Iglesia Católica. En el reciente Sínodo amazónico tuvieron lugar algunos de los procesos más deliberados, abiertos y participativos que podemos encontrar en el seno de cualquier institución contemporánea. Este original proceso de escucha mutua entre creyentes, pueblos originarios y no creyentes, fruto de una maduración institucional y de conciencias, podría servir de guía a muchos intentos de reformas normativas y cambios institucionales propuestos por intelectuales públicos y gobiernos de turno. Es que muchos de estos cambios y reformas terminan por ser enunciadas desde un elitismo bienpensante que teoriza el cuidado, el progreso y la deliberación, sin llevarlos nunca a la práctica.
Como bien sostuvo el historiador Reinhart Koselleck, solemos olvidar la paradoja de cuán necesario es para el progreso de nuestras sociedades que los cambios tomen en cuenta las instituciones y prácticas que las constituyen. Solo de esta manera podremos cambiar sin romper, dejando de lado el intolerante consignismo de los modernos Torquemadas y Roberspierres. Algunas de estas consignas se apoyan en la pretensión cultural de una especie de "deconstruccionismo", donde la libertad humana pretende construirlo todo de cero" (FT, 13), pretensión inhumana que olvida la fragilidad de nuestros lazos sociales y la dignidad de toda vida humana, que socava el diálogo genuino e impide la convivencia en la diferencia. Los procesos sociales que posibilitan cambios profundos, duraderos, pacíficos e incluyentes, son aquellos inspirados en una tradición y canalizados institucionalmente, amplios en el tiempo y generosos en la colaboración.
En su célebre conferencia titulada "El escritor argentino y la tradición", Jorge Luis Borges defendió que la tradición es una manera creativa y particular de acceder al conocimiento universal y no una repetición mecánica de temas locales del pasado. De manera similar, el papa Francisco nos convoca a afrontar los más urgentes desafíos del Siglo XXI, que la pandemia en curso solo ha agudizado, dejándonos inspirar por una tradición que "…no es un depósito estático ni una pieza de Museo, sino la raíz de un árbol que crece… y tiene la misión de mantener vivo el fuego más que de conservar sus cenizas" (Querida Amazonía, 66).
* El autor es director del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Jurídicas Universidad del Salvador