El director de escuela, figura clave
Los políticos y los reformistas de la educación insisten en la capacitación docente. Pero a menudo se olvidan de los directores, cuyo rol -se sabe- es clave en la noción más amplia de educación como servicio.
No fue hace tanto que la escuela era el maestro. Era la encarnación del aprendizaje, pero también el contacto directo con el alumno, el primer filtro de su situación académica y doméstica. Más maestros y más alumnos introdujeron la figura del director, que durante años fue poco más que un administrativo promedio, el responsable de revisar el presupuesto y de impartir disciplina. El director era la disciplina.
Pero un cambio de paradigma vuelve los ojos a la escuela. A la institución en sí, que es mucho más que la suma de sus aulas. Porque una escuela es un sistema complejo de relaciones sociales. Y aunque los maestros son esenciales, deben ser guiados por buenos líderes: profesionales que sepan establecer metas, convencer a alumnos y docentes de que pueden alcanzarlas, corregir errores, trazar una línea de trabajo que apunte al continuo perfeccionamiento de la institución y que incluya tanto contenidos como habilidades cognitivas y valores.
En 2012, el Center for Public Education de Estados Unidos publicó los resultados de una investigación orientada a medir la eficacia del director en las escuelas. Para citar algunos: 1) el rol del director de escuela cambió drásticamente. Aunque todavía a cargo de las tareas administrativas, los directores de hoy están más que nunca enfocados en los logros de los alumnos; 2) los directores inciden en el desempeño de sus alumnos, sobre todo en aquellas escuelas de poblaciones con más desafíos o menos recursos; 3) los buenos directores consiguen (y saben retener) a los buenos maestros; 4) ser un líder en enseñanza es un sello distintivo de los buenos directores. Un buen director apoya y motiva a sus maestros; además de evaluarlos, les da consejos.
Como, en general, todo buen director fue antes un maestro, sabe por experiencia propia que en una escuela no hay dos días iguales y que los resultados académicos son una cosa más de todas las que pasan en el aula. Hay que lidiar al mismo tiempo con "un vidrio que se rompe y un hogar roto. Una rodilla lastimada y un ego herido", como lo describió un periodista.
Un buen director está siempre cerca de sus maestros, observando sus clases, haciendo críticas inmediatas, proponiendo soluciones aquí y ahora. Para un director, la clase debe importar tanto como el despacho. Reunirse con los padres debe ser tan relevante como hacer contacto con sus hijos.
El estudio citado dice que el impacto de los directores, medido según una escala de valor agregado que se aplica a las notas obtenidas por los alumnos, es casi del doble en las escuelas más pobres y de bajo rendimiento que en las menos pobres y de mejor rendimiento. Sin embargo, señala el estudio, son justamente las escuelas de bajo rendimiento las que tienen los peores directores, o directores con poca experiencia.
Hace poco terminó la primaria Lucas Cesio, el chico que no tenía casa pero sí escuela. Karina, directora del establecimiento, la Escuela Número 5 de Villa Urquiza, dijo que en el acto de fin de año no pudo dar el tradicional discurso porque lloraba. Lloraba, dijo, por el título de Lucas, pero también por la satisfacción de haber acompañado a la familia en el proceso.
Necesitamos directores que se vuelvan hacia su maestro interior, que se conviertan en aquel maestro, en el líder humano que sabe lo que enseña, pero también puede solucionar problemas no evidentes. Necesitamos directores que acompañen a los alumnos, a sus familias y a sus maestros frente a dificultades de cualquier tipo.
Porque si queremos una verdadera reforma en la escuela, debemos considerar, junto a las habilidades cognitivas, aquellos otros valores más difíciles de medir que suelen emanar sin miramientos de las personas que están hechas con pasta de líderes.
Fundador del Godspell College
Carlos Maschwitz