El diploma no garantiza un empleo
Estamos habituados a escuchar un diagnóstico de las deficiencias de nuestro nivel medio de educación . El dato al que más se hace referencia es a sus dificultades para titularizar a los alumnos y se argumenta que la graduación es una condición necesaria para mejorar las posibilidades de empleo . Esta última aseveración, "la titulación secundaria es la condición del empleo", se ha transformado en una verdad incuestionable sobre la cual se escriben artículos, se pronuncian discursos, se proponen proyectos y se legitiman las políticas.
La afirmación permite sostener la tradicional promesa de progreso que establece un nexo directo entre los títulos logrados y las posibilidades en el mercado de trabajo. A pesar de que muchas de estas verdades han sido desmentidas por los hechos, la enunciación a la que nos referimos se mantiene incuestionada. En parte porque es funcional para todos y además es posible fundamentarla recurriendo al dato estadístico que muestra que quienes han alcanzado mayor titulación ostentan una tasa de desempleo más baja.
Sin embargo, como todos sabemos, las estadísticas sirven tanto para mostrar como para ocultar. Hace unos años la revista Propuesta Educativa publicó un artículo de Alejandra Sendón que mostraba que para 2010 esta relación lineal entre uno y otro término (titulación y empleo) no era así cuando se consideraba el origen socio-económico de la población.
Para el presente artículo repito el ejercicio de Sendón abarcando los años desde 2000 hasta 2017 y, si bien hay variaciones, las tendencias son las mismas. Paso a detallar los datos para este último año. Para quienes pertenecen al sector más rico de la población, sea cual sea su titulación (desde primaria hasta la universidad completa ), la tasa de desempleo oscila entre el 1,3 % y el 1,5%. Para quienes son pobres y tienen la misma titulación que los ricos, la tasa oscilará entre el 14,8% y el 20,5%, siendo la relación entre uno y otro término -titulación y desempleo- directamente proporcional, o sea, a más titulación, más desempleo para los pobres (datos de la EPH, Indec, 1917).
Para quienes integran los sectores medios (dividiendo a la población en tres terciles), la situación es la misma: la oscilación va entre el 5,6% para los que tienen primaria completa y el 3,6% para los que terminaron la universidad. O sea para cualquiera de los grupos sociales la titulación genera escasas oportunidades de cambio en su empleo.
Miremos como miremos los datos desagregados, el resultado es el mismo: si se proviene del tercil más bajo de la población, la mejor posibilidad de empleo está en mantenerse con primaria incompleta, donde la tasa de desempleo es del 14,1%, seis puntos más baja que con nivel universitario completo. Las posibilidades laborales que el mercado ofrece a los pobres son las tradicionalmente destinadas a este grupo social. Los números dicen que los cargos de mayor jerarquía no le son asignados a este grupo social. Lo que ocultan las estadísticas agregadas y develan aquellas que se desagregan por nivel socioeconómico es que, en nuestro país, lo que define la empleabilidad de las personas no es su titulación, sino su origen social. La carrera abierta al talento, que según Hobsbawm posibilitó las revoluciones burguesas, en la Argentina no se da. La suerte laboral de las personas está más atada a su capital social (amistades, contactos, modos de presentarse, hábitos lingüísticos y de relacionarse con los otros) que con las acreditaciones educativas que posee.
A esta altura del argumento conviene aclarar que la educación aporta a las personas, sea cual sea su origen social, un capital cultural beneficioso para desempeñarse en cualquiera de las dimensiones de la vida social y con consecuencias también provechosas para la sociedad donde vive. No cabe postular alternativas al derecho a la educación de todos.
Se me ocurre que hay que comenzar complejizando las relaciones entre condiciones sociales, trabajo y educación. Ninguno de esos factores se comporta hoy como lo hacía hace 50 años. De modo que habrá primero que entender cómo es hoy esa relación para luego pensar políticas que se asienten en la realidad y no en los supuestos. Este artículo trata de aportar algunos datos para iniciar ese camino.