El dilema de los tiempos pacíficos
La palabra "crepúsculo" es ambivalente, puesto que puede significar dos conceptos mutuamente excluyentes. Estamos ante un crepúsculo ascendente matutino, en el amanecer, cuando la luz del sol se va definiendo hacia arriba, pero estamos ante un crepúsculo descendente, hacia abajo, a la hora del atardecer, cuando la luz del sol se va apagando justo antes del anochecer.
¿En cuál de estos dos crepúsculos se instala la hoy la política argentina? La era Kirchner sufre un indudable desgaste. Lo que no sabemos aún es si este desgaste anuncia el fin de la era Kirchner o si es sólo un bache transitorio en una trayectoria aún ascendente que hasta podría ser superada si los vientos del cambio volvieran a soplar.
La diferencia entre la monarquía y la república consiste en que, en tanto que en la primera sólo el comienzo es incierto -la muerte o la renuncia al plazo del gobernante anterior- en la república todo lo demás viene a ser incierto en función de las circunstancias y de los personajes. Esta diferencia concede a la república una dosis mucho más alta de incertidumbre, de imprevisibilidad que, según los analistas, puede ser interpretada en términos de desorden o en términos de libertad. Desfavorable o favorablemente.
En esta disyuntiva, ¿qué le deseamos a la Argentina? ¿Le deseamos toda la libertad compatible con el orden? ¿Le deseamos toda la creatividad que sea posible sin caer en la anarquía? En esta disyuntiva quizá podrían resumirse nuestros ideales: toda la libertad, hasta el límite mismo del desorden.
Si la opción preferible para nosotros es aquella que privilegia a la libertad, correremos riesgos. El problema es si tales riesgos valdrán la pena. La pregunta podría ser reformulada de la siguiente manera: ¿es legítimo, por evitar los riesgos, achicar el campo de la libertad?
Aquí reside, como en una cápsula, el problema de la libertad. Hay pueblos que optan por la seguridad de lo que ya han obtenido. Otros osan ir más allá. ¿Cuál es el límite?
Quizá la pregunta, aún más precisa, pudiera ser esta otra: ¿cuál es el límite de "nuestra" libertad? ¿La tuya, la mía, la de los argentinos en general?
Tendremos que optar. Si, por asegurar nuestro destino, escogemos no optar, ¿no estaremos encogiendo nuestro horizonte?
En los tiempos heroicos, cuando los conflictos terminaban en guerras, estas opciones se simplificaban. El problema, hoy, es éste: ¿cómo traducir a los tiempos pacíficos la lógica de los tiempos heroicos? ¿Cómo transferir la épica de la guerra a un tiempo de paz? La palabra "entusiasmo", dicho de otro modo, ¿puede subsistir al lado de la palabra "paz"?
La tarea que nos hemos impuesto no es fácil. La dureza de los tiempos de la guerra ¿es transmisible a los tiempos de la paz? Si no hay en tiempos de paz estímulos comparables a los de la guerra, ¿cómo suscitarlos? La cuestión de fondo es si se puede crear la épica desde la nada.
Éste es en definitiva el dilema de los tiempos pacíficos. En tiempos de guerra, cuando los pueblos luchan por sobrevivir, no necesitan otro coraje que el de la supervivencia. ¿Qué necesitan tener, empero, sin enemigo a la vista, cuando el peligro parece desmentirse a sí mismo?
Los países en paz tienen por lo visto un doble desafío. De un lado, preparan la guerra como si fuera probable. Pero los pueblos han invertido sumas inmensas en guerras que nunca ocurrieron. ¿Habrían podido obrar de otra manera? Ésta es, quizá, la verdadera pregunta que deberíamos responder. ¿Cómo liberar, en tiempos de paz, las inmensas energías que acumuló la guerra?
Se podría pensar que tal vez el problema de la guerra y de la paz, entonces, no tiene respuesta. Se podría temer que si nos abrazamos a la paz, podríamos perder la energía de la guerra. ¿Cómo sustituir esta fuente inagotable de vitalidad? ¿Cómo llenar este interminable vacío sin agotarnos a nosotros mismos? El problema, pese a todo, tiene una respuesta. Sólo nos quedaría buscarla y encontrarla. La clave sería encontrar en la paz el equivalente de la energía que hemos acumulado para la guerra.
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